Ay, los banquetes de antaño; aquellas bodas jocundas y golosas, en las que la burguesía provinciana echaba el resto, para alagar y sorprender a sus ávidos invitados. He aquí un magnífico ejemplo, en la descripción que Gustave Flaubert, en su gran novela "Madame Bobary" (1857), nos dejó del banquete que el rico granjero Rouault organizó para la boda de su joven hija Emma con el doctor Charles Bobary...
Gustave Flaubert |
Sobre la mesa, dispuesta bajo el cobertizo, se veían cuatro solomillos, seis pepitorias de pollo, ternera a la cazuela, tres piernas de cordero y, en medio, un bonito lechoncito asado rodeado de cuatro morcillas de acederas. En los ángulos, unas garrafitas de aguardiente. La sidra dulce embotellada rezumaba su espesa espuma alrededor de los tapones y todos los vasos aparecían llenos de vino hasta los bordes. Grandes fuentes de crema amarilla, que oscilaba al menor movimiento de la mesa, mostraban sobre su lisa superficie y en graciosos arabescos las iniciales entrelazadas de los recién casados. Para elaborar las tortas y pasteles se había llamado a un repostero de Yvetot, quien por ser la primera vez que actuaba en aquellas tierras había colocado todo su saber profesional y confeccionado un pastel de boda que levantó voces de admiración. La base, hecha de cartón azul, representaba un templo con sus pórticos, columnatas y estatuillas de estuco, y en las hornacinas puso las constelaciones recortadas en papel dorado; en el segundo piso se reproducía un castillo en pastel de Saboya rodeado de fortificaciones construidas con pacíficas almendras, pasas y gajos de naranja, y finalmente sobre la plataforma superior, que representaba una pradera verde con peñascos y lagos de mermelada en los que se veían barquitas de cáscara de nuez, un pequeño Cupido se mecía en un columpio de chocolate cuyos dos palos estaban rematados por dos capullos de rosas naturales.
Se comió hasta muy tarde. Si alguien se cansaba de comer, se levantaba de la mesa y se iba a pasear por los patios o a jugar una partida de chito en la granja; después, volvía a la mesa. Al final, algunos se durmieron y hasta roncaron, pero a la hora del café volvió a animarse la reunión y empezaron las canciones, las pruebas de fuerza, los chistes y los abrazos a las damas.
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