martes, 24 de mayo de 2011

El mostacero del Papa


      Tras el proceso electoral tan recientemente pasado en nuestro país, se abre ahora el plazo de constitución de los nuevos gobiernos municipales y autonómicos, y con él el consecuente reparto de cargos. Con absoluta seguridad, la inmensa mayoría de esos nuevos puestos de responsabilidad vendrán a ser ocupados por gentes preparadas y personajes idóneos. Desde luego, en que así sea y se produzca confiamos; aunque también, lamentablemente y porque forma parte de la picaresca asociada a estos procesos desde tiempo inmemorial, estamos igualmente seguros de que algunas de esas codiciadas prebendas vendrán a ser ocupadas y otorgadas a individuos de muy escasa preparación, a los que la suerte habrá señalado por la única y esencial razón de aval de ser hijos, hermanos, primos o allegados del electo triunfante. Son las clásicas sinecuras y canonjías, de las que en la Historia se cuentan por cientos, o incluso, mejor, por miles.
      La que aquí les traemos y evocamos ahora es, sin duda, una de las más célebres y escandalosas. Ocurrió a mediados del siglo XIV, cuando, en los tiempos del Cisma de Avignon (*), el francés Jacques Duèze fue elegido Papa con el nombre de Juan XXII.
Juan XXII
      El tal Jacques tenía un sobrino inútil total (lo cual, como bien sabe cada quien por su propio entorno, ni es nada extraño ni, en absoluto, privativo de los Papas). El caso es que a este sobrino en concreto había que buscarle un cargo adecuado, que le proporcionara una buena rentilla con la que ir tirando sin dar golpe durante la etapa papal. Realmente, el caso de este sobrino debió de resultar especialmente difícil en orden a la extrema nulidad de sus capacidades, porque en todo el amplísimo organigrama vaticano no se pudo hallar para él ningún puesto adecuado, y el egregio tío tuvo que inventarse uno: le nombró “primer mostacero del Papa”. Y así funcionó, perfectamente acomodado el sobrinísimo, durante un montón de años.
      El caso, aún entonces, escandalizó sobremanera. A tal punto de que en el lenguaje coloquial, para los franceses quedó desde entonces acuñada una frase tópica para definir a los jetas extremos que medran, sin dar golpe, al amparo de un protector poderoso: se croire le premier moutardier du Pape (se cree el primer mostacero del Papa), se dice. Ojalá no nos caiga a los españoles ninguno tras el reciente proceso electoral.

(*) La provenzal ciudad de Avignon ilustra, en una hermosa panorámica, la fotografía de encabezamiento.




1 comentario:

  1. por desgracia nos seguirá pasando .Es como la vida misma.

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