Se cumplen hoy, 30 de marzo, 347 años del nacimiento de un personaje ciertamente curioso y controvertido, al que su probada capacidad de maniobra, intriga e influencia llevó a situar nada menos que al frente de los destinos de España por un periodo de cinco años, los que duró su valimiento como hombre de confianza del rey Felipe V, o más bien, por mejor decirlo, de la reina, su paisana y confidente, Isabel de Farnesio.
Julio Alberoni |
Julio Alberoni, hijo de un modesto jardinero parmesano, inició su fulgurante carrera casi inmediatamente después de haber sido ordenado sacerdote y logrado, ya en Roma, introducirse en los medios de la clase diplomática vaticana. Allí conoció y logró la confianza del mariscal francés Vendôme, quien decidió llevárselo con él a sus campañas por media Europa, y recalando finalmente en España, como jefe del ejército francés que defendía la causa del de Anjou en la Guerra de Sucesión. A su lado, Alberoni aprendió con aplicación los modos y las formas del lenguaje de la alta política, de tal modo que al fallecimiento de su protector, en 1711, no tardó en ser requerido para prestar servicio a las órdenes de su noble natural, el duque de Parma, quien le nombró su agente en Madrid.
Felipe V y familia |
Al instalarse Alberoni, ya purpurado de cardenal, en la corte madrileña, dispone de inmediato el despliegue de su atractivo arsenal de habilidades sociales, entre las que destaca la organización de fiestas, recepciones suntuosas, y almuerzos y convites semiprivados que muy pronto logran situarse como una de las convocatorias más deseadas por los cortesanos del momento, en buena medida merced a la cuidada gastronomía italiana de la que hace gala. Con este ingrediente esencial, que resulta al fin engarce de seducción insoslayable para otro paisano suyo, también de fino paladar, el cardenal Giudice, no tarda en verse introducido en el círculo más directo de la propia reina María Luisa Gabriela de Saboya, y de su íntima colaboradora, la todopoderosa princesa de los Ursinos.
La reina María Luisa |
Según se cuenta y es leyenda, la clave culinaria de la que Alberoni hizo gran baza de seducción era su famosísimo y codiciado “timbal de macarrones”, por el que la reina saboyana perdía el sentido; un plato complejo y suculentísimo, si se logra el “punto” exacto de cocción y de integración de sus numerosos ingredientes. Alberoni, claro está, ponía todo su interés en lograr el milagro de la perfección de este plato, con el que también logró seducir el paladar de aquel rey, maniático y bastante desquiciado, que fue el primer Borbón de la dinastía española.
Isabel de Farnesio |
Ya aupado a esta influencia real, en 1714 la muerte se lleva a la joven reina María Luisa, y ahí es donde el abate parmesano despliega su mejor y más eficaz capacidad de intriga, llegando a convencer a la de Ursinos de la bondad de la candidatura de la hija del duque de Parma, Isabel de Farnesio, a la que Alberoni pinta como joven indolente y sin carácter, beata y fácil de manipular, la cual, sin duda, vendrá a mantenerla en el influyente cargo que la Ursinos ha venido ejerciendo, de Camarera Mayor de la reina. El rey Felipe, guiado por estos consejos y buenas dosis de macarrones, acepta la boda con la parmesana. Pero al llegar ésta a España se produce la gran sorpresa -para todos menos para Alberoni-: la tal Isabel no sólo tiene una gran fortaleza de carácter sino también una acusada ambición. Para recibir a la nueva reina, la Corte se había desplazado a Guadalajara, donde estaba previsto celebrar el ceremonial de la boda. Pero la Ursinos decidió, por su cuenta, adelantarse al encuentro de la comitiva, en la que formaba Alberoni, procedente de Italia, y esperar a la nueva reina en la villa de Jadraque, 50 kilómetros más allá.
Princesa de los Ursinos |
Era la noche del 23 de diciembre, destemplada y fría como pocas. En el encuentro a solas, en el castillo de Jadraque, la de Ursinos habría osado reprochar a la que aún no era reina legítima su tardanza en el viaje, y la inconveniencia de viajar de noche con aquellos tan intensos fríos. La joven Isabel de Farnesio, que sin duda venía advertida en contra, reaccionó con una firmeza inusitada: llamó a la guardia, y ordenó que desde allí mismo se dispusiera un coche con escolta para conducir de inmediato a la de Ursino a la frontera francesa. Cuando al día siguiente la comitiva llegó a Guadalajar, y se celebró la boda real, y el rey supo del episodio del destemplado despacho de la Camarera Mayor, Felipe V no hizo al caso la menor objeción ni comentario. Isabel de Farnesio iniciaba así su reinado sin tapujo ni duda sobre su carácter. Y a su lado, de su mano, Julio Alberoni alcanzaba el cénit de su propia ambición, aupándose al fin como único consejero áulico y todopoderoso rector de la política española por un periodo que se prolongó durante cinco años, desde 1714 hasta 1719, en que al fin, a pesar de la excelencia de sus macarrones legendarios, cayó también en desgracia y hubo de abandonar el país.
De la receta original del seductor “Timbal” de Alberoni no hemos logrado copia fidedigna. No obstante, podemos ofrecerles la de otro “Timbal” no menos memorable: el que Giussepe Tomasi de Lampedusa, en su imponente novela “El Gatopardo”, hace comparecer como gran estrella en el almuerzo de bienvenida que el príncipe Fabrizio Salina (Burt Lancaster, en la no menos imponente versión cinematográfica que firmara, en 1963, Luchino Visconti) ofrece a sus invitados en su palacio siciliano de Donnafugata.
Antes de ir a la receta en cuestión, detengámonos un momento, que valdrá la pena, en la sugerente descripción que de este plato hace Lampedusa en su novela:
El aspecto de aquellos pasteles bastaba para suscitar estremecimientos de admiración. El oro bruñido de la costra, la fragancia de azúcar y canela que de ella emanaba sólo eran el preludio de la sensación de delicia que surgía del interior cuando el cuchillo hendía la superficie: primero brotaba un vapor cargado de aromas, luego se divisaban los higadillos de pollo, los huevecillos duros, los trocitos de jamón, de pollo y de trufa mezclados en una masa untuosa, muy caliente, de diminutos macarrones, a los que el extracto de carne añadía un precioso color gamuza.
"TIMBAL DE MACARRONES" de "El Gatopardo"
Ingredientes:
400 ml. de caldo de carne.
1/2 pollo hervido.
100 gr de champiñones.
100 gr de higaditos de pollo.
200 gr de jamón cocido cortado.
100 gr de salchichas.
120 gr de guisantes escaldados cinco minutos.
Mantequilla.
50 gr de macarrones.
Queso parmesano rallado.
3 huevos cocidos, en láminas.
Sal, pimienta y una trufa negra.
Pasta quebrada para el molde (a temperatura ambiente y espolvoreando en ella un poco de canela).
Para la crema pastelera: 3 cucharadas de azúcar. 3 yemas de huevo. 2 cucharadas de harina. Una pizca de sal y canela. Medio litro de leche.
Una versión gráfica del "Timbal" (no es el de la receta que publicamos) |
Elaboración:
Prepara la crema pastelera y la cubres con papel plástico hasta que la uses. Prepara albóndigas, del tamaño de una nuez, con 200 gramos de carne picada del pollo hervido, 100 gramos del jamón cocido, 2 cucharadas de parmesano, un huevo, perejil picado y sal. Fríelas en aceite y apártalas.
Mezcla el pollo y el jamón restantes con una cucharada de mantequilla, todo cortado en tiras, únele los hígados, las salchichas, los champiñones, las albóndigas, los guisantes y sofríelo, añadiendo más mantequilla si la necesitas. Pon luego en una cacerola con varias cucharadas de caldo de carne y cuécelo 10 minutos hasta que los sabores se mezclen bien. Hierve los macarrones al dente, escúrrelos y condiméntalos con un poco de caldo, mantequilla y parmesano abundante. Déjalos enfriar.
Otra versión del "Timbal" |
Unta con mantequilla un molde de anillo de 30 centímetros de diámetro y cubre el fondo y los bordes con un tercio de la pasta quebrada, en tiras de medio centímetro de espesor más o menos. Que la pasta sobresalga un poco por los bordes para poder cerrar luego con facilidad. Mete dentro la mitad de los macarrones, distribuye encima todos los ingredientes de la olla, espolvorea con parmesano, con la trufa negra laminada finamente y salpimenta. Cubre con el resto de los macarrones dándoles una ligera forma de cúpula. Vierte encima la crema pastelera y hazla penetrar suavemente. Cubre el timbal con un disco hecho con el resto de la pasta quebrada apretando bien los bordes para sellarla. Pinta la superficie con huevo batido y mételo al horno a 180 grados durante 45 minutos aproximadamente. Antes de desmoldarlo, déjalo reposar cinco minutos y sírvelo.
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