lunes, 7 de marzo de 2011

Carnaval carioca


      Estamos en tiempo de Carnaval, efectivamente, y mañana martes, según la tradición, es, o debiera ser, su día clave. El Martes de Carnaval fue, durante siglos, el principal y más alocado día de la fiesta carnavalesca. Y ello es lógico y ajustado a razón: si el tiempo de Carnaval es el prólogo desenfrenado de los rigores cuaresmales que han de venir a partir del Miércoles de Ceniza, bien justo y razonable parece que sea, y fuera, el Martes, la víspera, el último día, el de la mayor trasgresión y desenfreno. Esto fue, efectivamente, así durante siglos; pero, del mismo modo que la esencia raíz del mito carnavalesco se percibe hoy tan notablemente desdibujada y desvinculada de su origen histórico, igualmente, y por la misma razón, el calendario tradicional del Carnaval se ha visto ajustado y adaptado a los usos dominantes del interés comercial de los tiempos, adelantando bailes, desfiles y comparsas al más propicio para todos del fin de semana anterior. En todo caso, nosotros –serios que somos- preferimos ubicar la referencia carnavalesca en sus dos días grandes tradicionales, que no son otros que hoy y mañana, Lunes y Martes de Carnaval.
idealización de las lupercalias
      Desde los tiempos más remotos el disfraz y la trasgresión de la realidad, en un camino que lleva de la magia prehistórica a la fiesta antigua, han servido a los hombres para despedir el invierno. La Grecia clásica normalizó la fiesta, en unos esquemas que ya anticipan los actuales, en sus “Dionisíacas”. Los romanos elevaron luego el nivel del enredo en sus bacanales “Lupercalias” y “Saturnales”. Y el Carnaval, ya oportunamente cristianizado, echaba a andar en los oscuros tiempos de la Edad Media, adquiriendo carácter ceremonial y protocolario en la edad de oro del Renacimiento.
"peliqueiros" de Laza
      A partir de entonces empiezan a distinguirse “dos” carnavales que el paso del tiempo vendrá a diferenciar cada vez más, hasta hacerlos prácticamente irreconocibles. De una parte, el que llamaríamos “rústico”, asociado a los rituales del campo, al ciclo de las cosechas, a la vieja mitología que pervive de la magia pagana y milenaria. Con esa raíz son aún reseñables un sinfín de costumbres y de tradiciones que perviven a duras penas y por estas fechas en multitud de pueblos y aldeas de la vieja Europa. Su riqueza y curiosidad apenas trasciende hoy en día al interés meramente local y a los estudiosos de la etnografía; si bien en algunas zonas nuestras, como el caso de Galicia, por ejemplo, la recuperación popular de ese carnaval “rústico” está cubriendo etapas de acogida y convocatoria realmente notables, cual el caso de los de Xinzo, los de Laza, o los de Verín, todos ellos en Ourense.
máscaras venecianas
      El otro Carnaval, el festivo colectivo y multitudinario, con profusión de máscaras, desfiles de carrozas alegóricas, y un fondo musical imprescindible, incentivador e inequívoco, es el que ha prosperado y venido a generalizarse, y hasta a uniformarse en sus modos y esquemas, en la última centena. Su modelo emblemático es Brasil, y a esta orilla, su remedo cada vez más popular y suntuoso de las Islas Canarias. Igualmente reseñable y peculiar, con modalidad propia, es nuestro Carnaval gaditano, promovido en torno a la copla humorística, la “chirigota”. Sin embargo, como ha de verse, todos estos carnavales, que llamaremos “urbanos” y callejeros, -a diferencia de los rústicos y aldeanos- tienen su raíz primigenia en el modelo acuñado con mayor predicamento y fortuna en Venecia.
reina del Carnaval tinerfeño
2011
      Obviamente, por razones de espacio nos vemos obligados a “quemar” muchas etapas de esencial interés en la reseña histórica de la fiesta del Carnaval. Pero es que hoy queremos llegar rápidamente, para contarles con más detalle histórico, bien curioso, de ese “modelo americano-brasileiro” que hoy se ha hecho seña universal.
      Y para ello habremos de partir del modelo veneciano, es decir, de un carnaval sofisticado, de alta sociedad, elitista y palaciego. Aquel que, en los tiempos del Renacimiento, empezó a separarse del que decíamos popular y rústico al entrar en los palacios y en los salones, y que generalizó su más genuina formulación en el “baile de máscaras”. Ese, y no otro, fue el carnaval primero que llegó a América.
      Todos los infinitos carnavales americanos, tantos de ellos célebres, desde el centro-norte hasta el más extremo sur, salvo contadísimas excepciones puntuales, tienen el mismo vínculo raíz europeo y una secuencia de desarrollo similar a la que operó en Brasil, a la que ahora nos ceñiremos, y que podemos resumir en una secuencia de etapas sucesivas en las que el pueblo se fue adueñando y llevando a la calle lo que, en principio, había sido coto exclusivo de las grandes familias y de sus reservados salones.
      Veamos cómo ocurrió en Brasil, donde, hacia mediados del siglo XIX, la alta burguesía carioca, a imitación de los bailes de máscaras italianos y franceses, originó el carnaval de salón, llamado entonces, sin disimulo, “Carnaval Veneciano”.
      En 1840 se sitúa la primera referencia documental de un baile de máscaras de ese tipo en Río de Janeiro, el que tuvo lugar en esa fecha en el Hotel Italia. En los años siguientes, otros hoteles y círculos de sociedades de propietarios y plantadores hicieron lo propio, y el fenómeno empezó a generalizarse, aunque sólo en el ámbito de las familias pudientes, ya que se necesitaba gastar una pequeña fortuna para participar. Nota curiosa, el confeti, una de las novedades en esos tiempos, llegó a Brasil en 1892, y su acogida fue tan popular que, en 1907, la batalla de confeti pasó a sustituir a la tradicional de flores, de origen portugués.
      Año crucial fue el de 1888, cuando, tras el decreto de abolición de la esclavitud, los contingentes de negros y mulatos empezaron a poblar masivamente los barrios periféricos de Río. En aquel abigarrado y marginal universo de favelas que empezó a crecer, nació un primer carnaval negro con tintes propios, ajeno totalmente al de los salones del centro. Surgieron también los primeros grupos de precaria organización. En 1910 obtuvieron el derecho a desfilar por la Avenida Central, aunque les fue reservado para ello el lunes, que por entonces era uno de los días débiles de las celebraciones, pero aquel hito, que supuso la primera victoria de las capas inferiores en su conquista del carnaval, anticipaba ya la imparable mudanza que pronto habría de sobrevenir. 
      En 1928, el grupo “Deixa falar”, que contaba con buenos y conocidos músicos populares, se convirtió en la primera “Escola de Samba”. Y se llamó así, “escola”, porque su lugar habitual de reunión era a las puertas de la antigua Escuela Normal, en el barrio de Estaçao Primeira de Mangueira. Y así se dijeron: “si ellos son profesores de letras, nosotros lo somos de samba”... Y buena razón tenían. A raíz de aquella primera iniciativa, el modelo y el nombre se fue adaptando en otros barrios cariocas, donde fueron surgiendo otras “escolas” de samba.
      De todo punto es imposible explicar el carnaval –y punto más el brasileño- sin referirse a su música. Y ésta, en Brasil, no es otra que la samba, directamente imbricada en su raíz con los batuques ancestrales de África, y convertida por el negro brasileño en expresión máxima de su cultura adaptada a la vida urbana. Con la samba como fondo musical básico e imprescindible, las “escolas” urdieron, para mejor escenificar sus desfiles, la articulación de un “enredo”, un tema recurrente como “leit-motiv” del canto y la danza.
      En la década de los treinta del pasado siglo las “escolas” pasaron a integrarse ya plenamente en la estructura oficial del carnaval de Río. Para entonces, la samba ya había trascendido sus límites marginales para interesar también a las capas burguesas y a la alta sociedad, no obstante lo cual perviviría en las favelas su control y el mantenimiento de sus esencias.
desfile en el "sambódromo"
      A partir de los años cincuenta y sesenta, con la favorable complicidad del cine, que proyecta el espectáculo carioca a todo el mundo, las “escolas” devienen ya en verdaderas empresas. Se vive una fase de gigantismo en la que el lujo de las carrozas alegóricas comienza a sobreponerse a la propia danza. En 1984, vista la necesidad de acoger a un público cada vez mayor, el prestigioso arquitecto Oscar Niemeyer proyecta y construye la “Pasarela do Samba”, que el pueblo consagró inmediatamente con el nombre de “Sambódromo”, un circuito estable, de 800 metros de longitud, rodeado de gigantescas gradas con capacidad para cerca de cien mil personas. Este es el escenario donde, cada año, en la movible fiesta del Carnaval, se desarrolla y tiene lugar el mayor espectáculo popular del mundo y principal acontecimiento turístico de Brasil.






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