No son muchas las frutas que alcanzan su sazón en este tiempo del arranque invernal. Realmente, de las nuestras mediterráneas, si pensamos en un paladar “refrescante”, la oferta apenas alcanza a la naranja y mandarina, la granada, y también la uva de mesa, imprescindible para las doce campanadas de fin de año. Es por ello que, dados los derroches sibaritas que concurren en estas fechas, haya sido una fruta tropical –no podía ser de otro modo-, de origen foráneo, la que se ha ido adueñando, como recurso casi imprescindible, y casi también, ya, tradicional, de nuestro frutero navideño. Y esa fruta no es otra que la piña.
Además de esa feliz concurrencia de tiempo (ser una fruta invernal), tiene la piña otra cualidad que la hace especialmente idónea para integrarse, con plena razón, en nuestro menú navideño; y es que es muy digestiva, ideal para arrastrar toxinas y ayudar a aligerar y limpiar el organismo después de las grandes ingestas. De ello ya sabían los indios amazónicos y del alto Paraná, que solían –y suelen- meterse unos bocados de piña a mitad de sus comidas, para aligerar el proceso digestivo.
Y así queda dicho ya –por lo menos apuntado- que el territorio natural de la piña es el subcontinente americano, en el amplio espacio que va del uno al otro trópico. Dicen, quienes estudiaron la cuestión, que el origen primigenio de la piña se sitúa en Brasil. Los nativos conocían a esta fruta como “ananás” (que viene a significar algo así como “perfumado”), y se cuenta que fue uno de los presentes que le ofrecieron a Colón cuando, en 1493, desembarcó en la isla de Guadalupe.
Sin embargo, aquellos castellanos fijaron más su atención en la forma del fruto, que les recordaba a las piñas de nuestros pinares. Y así fue como mudaron el nombre, que hizo fortuna y prosperó, ya que no sólo nosotros le llamamos “piña” al ananás indígena, sino que también los ingleses admitieron esa conversión, y la bautizaron como “pine-apple” (piña-manzana… o manzana-piña), que la cosa tiene más narices… porque, con la piña, vale (lo de la apariencia), pero con la manzana, ya me contarán, ningún parecido.
Igualmente, convendrá saber también que, en estricta morfología botánica, la piña no es un fruto en sí mismo, sino una curiosa y muy apelmazada agrupación de bayas, que se conforman así, de un modo tan prieto, para formar esas piezas, de tan espectacular y suculenta apariencia, que muchos han querido conferirle el título de “reina de las frutas”. Desde luego, la belleza de una buena piña, sana y bien empenachada, no cabe discutirse. Su cultivo, hoy en día se ha extendido por toda la franja tropical a lo largo de todo el planeta, desde Hawai, a Costa de Marfil, Camerún, las Antillas, y muy particularmente Costa Rica, de donde nos llegan las más dulces y sabrosas. También aquí en España, en el sur peninsular y en las Canarias, crecen de día en día las plantaciones, aunque, por el momento, su rendimiento es bajo.
En la gastronomía, además de la ingesta directa, como postre, la piña interviene cada vez más en la elaboración de numerosos platos. Acompaña muy bien a las carnes de cerdo, y también a las de aves de todo tipo. Pero donde mejor combina es en ensaladas, y éstas de todas clases, desde las exclusivamente vegetales, hasta las que juegan al contraste del sabor agridulce de la piña con el salobre de los frutos del mar …con gambas y langostinos, por ejemplo, el resultado es magnífico.
Y dos consejos, para finalizar: Aunque les duela –por aquello de la estampa del frutero-, las piñas pequeñas suelen tener casi siempre un sabor más delicado que las grandes. Y a la hora de adquirirla, un truco: para saber si está perfectamente madura, sin que nos vea el frutero arranquemos una de las hojas centrales de la típica corona. Si sale con facilidad, entonces a la caja con ella: está en su punto… Buen provecho.
Primera descripción del novedoso fruto:
Como quedó dicho, el primer conocimiento de un occidental de la piña le cupo a Colón, al serle ofrecida, en 1493, en la isla de Guadalupe. Este hecho, cierto y constatado, anula de raíz la especie, que en algún sitio hemos leído, de un supuesto "descubrimiento" llevado a cabo por un navegante francés, de nombre Jean de Lery, quien habría hecho tal descubrimiento en Brasil. André Castelot, en su muy difundida "Historie de la table", así lo asegura, sin el menor rubor. Y en la misma línea "chauvinista", Alejandro Dumas también quiere ignorar el protagonismo descubridor español, asegurando, sin ningún fundamento documental, mera especulación, que la piña presuntamente habría viajado de Brasil a Inglaterra, y que alcanzó un primer espaldarazo decisivo de reconocimiento al ser admitida en su mesa por Luis XV.
Anotaciones de Fdez de Oviedo |
Pero el asunto no es así, ni mucho menos. Siendo verdad que el exótico fruto tardó algunos años en cruzar el Atlántico, y siendo también cierto que nuestro rey Carlos I repugnó de él y de su novedad, excluyéndolo por tanto de la mesa real, cierto y verdad es que el conocimiento, interés por él, y el primer estudio del nuevo fruto, se debe a un español, el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, quien, en 1535, siendo gobernador de Santo Domingo, escribió la siguiente descripción de la piña: «Huele esta fruta mejor que melocotones, y toda la casa huele por una o dos de ellas. Y es tan suave fruta que creo que es una de la mejores del mundo y de más lindo y suave sabor y vista. Y parece en el gusto al melocotón que mucho sabor tenga de durazno, y es carnosa como el durazno, salvo que tiene briznas como el cardo, pero muy sutiles. Mas es dañosa cuando se continúa a comer para los dientes, y es muy zumosa. Y en algunas partes los indios hacen vino de ellas, y es bueno; y son tan sanas que se dan a dolientes y les abre mucho el apetito a los que tienen hastío y pérdida de gana de comer.»
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