jueves, 21 de abril de 2011

El proceso de Jesús

    
  En la página que sigue trataremos de aproximar un relato, lo más ajustado posible a las referencias históricas, sobre las circunstancias que concurrieron en la detención, procesamiento y ejecución de Jesús de Nazaret; y lo haremos atendiendo y ajustándonos a las crónicas y relaciones documentales –no sólo el relato evangélico- de quienes escribieron y dejaron dicho sobre aquellos trascendentales sucesos. Ésta es la historia...
Poncio Pilatos
      Sabemos que Jesús de Nazaret fue procesado en Jerusalén, bajo el gobierno del prefecto romano Poncio Pilatos, que fue condenado a muerte y que la sentencia se llevó de inmediato a cabo mediante la crucifixión. Fuera de estos hechos, ciertos e históricamente comprobados, una gran variedad de circunstancias permanecen en tinieblas; entre otras, los cargos de la acusación, la identidad de los acusadores, o la actitud del reo y de sus seguidores durante en proceso.
      Los historiadores romanos no mencionan ni a Jesús ni a los cristianos hasta el siglo II, y aún entonces lo hacen sin mucha precisión, y, desde luego, sin ninguna simpatía hacia la nueva religión. Tácito es el único, en sus “Anales”, que alude a esa muerte, afirmando sucintamente que fue ordenada por Pilatos. Ningún otro historiador romano hace nueva mención, hasta que, en el año 94, un historiador judío, Flavio Josefo, en su obra “Antigüedades Judías”, nos ofrece nuevos y abundantes datos interesantes sobre Jesús.
fariseos
      Será interesante significar que el tal Flavio Josefo era judío “fariseo”, es decir, perteneciente a una de las dos grandes sectas que dominaban el judaísmo en aquel tiempo. La otra eran los “saduceos”, que dominaban la clase sacerdotal y que bien podríamos asimilar como los más prorromanos, o, cuando menos, los más colaboracionistas con la ocupación imperial. En lo que hace a los primeros, el supuesto “antifariseísmo” de Jesús parece ser un mito creado en épocas posteriores. Ciertamente, Jesús les reprochaba más que nada sus “hechos” y no tanto sus fundamentos. Muchos fariseos acabaron haciéndose cristianos –el propio San Pablo era fariseo-. Y en lo que hace a Flavio Josefo, en su referencia escrita llega a expresar cierta simpatía por Jesús, al que no considera en ningún caso ni un rebelde ni un hereje del judaísmo. Veamos lo que nos dejó escrito:
      Por este tiempo vivió Jesús, un hombre sabio, si es que puede llamársele hombre, porque fue alguien que realizó hechos sorprendentes y fue maestro de esas gentes que aceptan la verdad con placer.... Cuando Pilatos, ante una acusación presentada por gente principal entre nosotros, lo condenó a la cruz, los que le habían amado desde el principio continuaron afectos a él. Al tercer día se les apareció devuelto a la vida, pues los santos profetas habían predicho esto y muchas otras maravillas acerca de él. Y la tribu de los cristianos, llamados así por su causa, no ha desaparecido aún hasta el día de hoy”.
      La Judea bajo dominación romana en la que vivió y murió Jesús se corresponde con una época plagada de conflictos sociales, religiosos y políticos. En aquel tiempo, Roma había consentido en una suerte de autonomía tutelada regida por Herodes el Grande, bajo cuyo reinado nació Jesús. La dinastía herodiana, sin embargo, contaba con muy poco apoyo popular, siendo tenidos por dinastas extranjeros impuestos por la propia Roma. De hecho, el Sanedrín –la asamblea político-religiosa “saducea”, integrada por sacerdotes y príncipes judíos- había trasladado en varias ocasiones al Senado romano su preferencia de estar bajo la autoridad directa de los gobernadores romanos a ser humillados por los reyes herodianos.
Jesús ante el Sanedrín
      A Roma, por su parte, sólo le interesaba el control militar de la región, desentendiéndose en todo momento de los problemas de índole religiosa: de ahí que los judíos gozasen de un status privilegiado, estando exonerados de rendir culto a los dioses de Roma y capacitados para dirimir entre sí cualquier tipo de diferencias internas que pudieran producirse de carácter religioso. También estaban los judíos liberados de prestar el servicio militar. En contrapartida, Roma exigía a los sacerdotes judíos que pidieran en sus rituales por la salud del Imperio y del Emperador, y estaban además obligados a garantizar el orden público y el buen funcionamiento de la administración romana en Judea.
      En el año 6, la presión del Sanedrín acabó por forzar la destitución del hijo y heredero de Herodes, Arquéalo, y el territorio de Judea pasó a control directo de Roma, para lo cual se nombró un “prefecto” militar, que asentó su residencia no en Jerusalén, sino en Cesárea. Entre sus competencias estaba el ius o potestas gladii, es decir, el derecho sobre la vida o la muerte de los reos. En realidad, esta condición de prefecto no era un cargo particularmente relevante en el aparato administrativo imperial. Sin embargo, pocos personajes de la historia serán tan conocidos y odiados como el prefecto que rigió Judea durante los años 26 al 36, Poncio Pilatos.
Recreación del Templo de Jerusalén
      Así pues, durante los últimos años de Jesús, Judea estuvo bajo soberanía romana, pero con una doble administración: el Sanedrín mantuvo amplias competencias en materia legislativa, judicial y ejecutiva sobre los habitantes judíos, pero cuando entraban en juego los intereses o la seguridad del Estado, y cuando se cometían delitos de carácter político era la jurisdicción romana la que hacía valer sus competencias. Esta solución de compromiso provocaba con frecuencia reacciones encontradas en los diversos sectores de la sociedad judía, desde el franco colaboracionismo de terratenientes y familias sacerdotales, casi todos ellos “saduceos”, hasta la rebelión armada, también frecuente, promovida por grupos radicales y mesiánicos, desde los más moderados “fariseos”, a los más intransigentes, “esenios” y “zelotas”. Esta acusada división social y religiosa jugará un papel fundamental en los años finales de Jesús.
Jesús ante Pilatos
      La vida pública de Jesús se desarrolló, pues, en estos años de crispación social y fanatismo político-religioso. Así las cosas, y dada la heterodoxia de sus predicaciones, era inevitable que con frecuencia entrase en conflicto con algún grupo o persona concretas, pero nada hay en los Evangelios que nos permita precisar con certeza lo que motivó su arresto durante la Pascua de algún año situado entre el 30 y el 36, cuando Jesús, atendiendo a los indicios históricos, tendría entre 35 y 40 años (la datación de su edad en 33 años es una convención religiosa, sin ningún fundamento probatorio de carácter histórico o documental fiable).
      Las discrepancias de Jesús con los fariseos en materia doctrinal fueron, como ya hemos dicho, menos importantes de lo que nos legaron los autores evangélicos, quienes sin duda trasladaron a la persona de Jesús los conflictos, luego sí, de grave confrontación, que se suscitaron entre cristianos y fariseos a finales del siglo I. De hecho, esta secta de los fariseos no juega papel alguno en los relatos de la detención y traslado ante Poncio Pilatos. Por el contrario, los conflictos de Jesús con los saduceos son históricamente veraces y sin duda decisivos, ya que los saduceos, a los que pertenecían los príncipes y sacerdotes, ejercían la autoridad y eran responsables ante Roma del orden público en Judea; lo que explica la activa participación del Sanedrín y del Sumo Sacerdote en todo el proceso de Jesús. Si el Evangelio de Juan, que fue el último que se escribió, ignora por completo a los saduceos, se debe precisamente a que cuando él escribía esta secta había desaparecido ya del mundo judío, declinando y diluyéndose al mismo tiempo que la presencia romana, que los había sostenido, en tanto que el fariseísmo pasaba a un primer plano al punto de prácticamente identificarse ya con la religión de Israel.
Último recurso: o Jesús, o Barrabás
      Tal vez el hecho que pudo ser detonante de todo el proceso fue el episodio de la expulsión de los mercaderes del Templo. En realidad, se alude aquí a los cambistas y vendedores que atendían a la multitud de peregrinos que llegaban a Jerusalén para celebrar la Pascua, que era la gran fiesta judía anual en la que se evocaba la salida de Egipto.
      Por esos días la afluencia era extraordinaria, estimándose en unos cien mil forasteros, que venían a sumarse a los aproximadamente 50.000 habitantes de la ciudad. Con toda esta abrumadora concurrencia en torno al Templo, los mercaderes, todos ellos saduceos, parientes los más, o protegidos, de los sacerdotes, hacían su agosto con sus puestos y bazares instalados por licencia expresa en el Patio de los Gentiles, un espacio privilegiado, próximo al Templo aunque no sagrado.
      Tras la intervención airada de Jesús, no parece difícil establecer que no faltaron “falsos testigos” dispuestos a acusar a Jesús ante el Sanedrín e incluso ante el gobernador romano.
Pilatos se lava las manos
      La tensión en esta fiesta judía de la Pascua era endémica cada año, de ahí que Poncio Pilatos, para atajarla, mudara su residencia temporal a la ciudad en estas fechas y con él al frente engrosara en todo lo posible la guarnición militar romana. La aglomeración multitudinaria favorecía que grupos diversos de disidentes radicales aprovecharan para increpar a la masa mezclados entre ella. Menudeaban también en aquellos días los actos terroristas de sicarios y zelotas; y los tumultos populares eran sofocados sin contemplación por los soldados romanos. Con todo, y aún y a pesar de este ostentoso reforzamiento de la presencia militar romana en la ciudad, la seguridad seguía siendo competencia, en primer lugar, del Sanedrín, que en tal ocasión aparecía ante el pueblo, más que nunca, como títere del Imperio.
      Jesús fue arrestado en la noche del 14 Nisán, es decir, el día grande de la Pascua, y trasladado a la casa del Sumo Sacerdote, siendo juzgado a la mañana del día siguiente por miembros del Sanedrín. La participación, que parece clara, de tropas romanas en su detención indica que las autoridades imperiales consideraban de algún modo sediciosa la actividad de Jesús.
      En aquel proceso matutino ante el Sanedrín, Jesús fue acusado reiterada y contradictoriamente, a veces de forma calumniosa, sin que nada delictivo se probase en su contra. De haberse constatado, por ejemplo, que Jesús había blasfemado, habría sido condenado a muerte por lapidación e inmediatamente ejecutado.
Sacerdotes del Templo
      Es indudable que las autoridades judías no condenaron a muerte a Jesús. Y, de hecho, podrían hacerlo, ya que el Sanedrín tenía potestad para sentenciarlo a la pena capital. Si decidieron mandarlo al prefecto para que él lo juzgara sólo puede ser debido a que deseaban un escarmiento en su persona, y porque sabían que en las pretensiones mesiánicas de Jesús había contenidos políticos antirromanos. En este sentido, fueron más bien ellos, y no Poncio Pilatos, quienes se lavaron las manos.
      Como era de esperar, Pilatos llevó a cabo un juicio sumarísimo, en la misma mañana del día 15 de Nisán. A las pocas horas, el reo ya había muerto en la cruz, que era la forma de suplicio que el código romano establecía para los extranjeros reos de sedición. Siguiendo la costumbre romana, el nombre del reo y la causa de su ejecución fueron escritos en la misma cruz: Jesús de Nazaret, rey de los judíos, con lo que venían a dejar claro que para Roma toda aspiración a la realeza por parte de un judío era un delito capital. En este sentido, Pilatos fue justo en la aplicación del derecho romano.
      Efectivamente, Jesús fue sentenciado y ejecutado por los representantes del Imperio, y con estricto cumplimiento del derecho romano. Pero ello, también es igualmente cierto, sólo acaece después de que las autoridades judías, sometidas a Roma, intentasen vanamente encontrar cargos capitales contra aquel profeta de la menospreciada e inculta Galilea, un personaje insolente que no se había arredrado ante ellos, sino que excitaba su odio con mensajes apocalípticos y mesiánicos.
Cristo de Salvador Dalí
      Es indudable que todos preveían el desenlace final. Sabían lo que hacían, y que Poncio Pilatos no dudaría en cumplir su ley. En los años siguientes a la muerte de Jesús, también Flavio Josefo nos cuenta de muchos otros casos similares, en los que los prefectos romanos y las autoridades judías colaboraron en la detención de rebeldes y sospechosos de promover la sedición. Lo cual viene a ratificar que el proceso de Jesús, en su momento, no fue algo excepcional. Incluso cabe pensar que, desde su interés estratégico, fue un acierto político, pues sus escasos seguidores de aquellos días se amedrentaron y abandonaron a su maestro. Cierto que, tras la Resurrección, de inmediato empezaron a reorganizarse, pero no tenemos noticia de que en los decenios siguientes jugaran un papel importante en las luchas contra Roma.








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