Refirámonos hoy a una controvertida cuestión, cual la del acoplamiento ideal entre quesos y vinos, o viceversa; lo cual nos lleva a meternos en esa “harina” polémica, y hasta a hacerlo sin rehuir –consintamos también nosotros- de esa palabreja de tanto éxito últimamente –aunque fea donde las haya- que es la de “maridaje”.
Foto-bodegón, de Mar López |
Y veamos la cuestión: ¿maridan quesos y vinos? Pues, depende, según cómo y en qué casos; pero en general cabría decir que poco, o cuando menos, con mucha dificultad. Hombre, es verdad que el sabio refranero, desde muy antiguo los casa bien, y no les pone reparo: “Con queso y vino, se hace el camino” Y ello es cierto, el queso y el vino tienen una larguísima andadura histórica juntos, pero bien diría yo que ese trayecto ha sido más de “hermanos” que de “casados”. De hermanos, además, en la mayoría de los casos, de distintas edades.
Digámoslo de otro modo: un queso diez, con un vino diez, no “maridan” ni a tiros; o tal empeño, desde luego, se hace muy difícil. Y es que en gastronomía, tengámoslo en cuenta, diez más diez no siempre suman veinte, a veces restan, y con gravísimo perjuicio. El queso, sobre todo si es de los llamados “fuertes”, y el vino, si lo que pretendemos como compañía para él es la de un buen crianza, o un noble reserva, rivalizarán siempre. Y en esa lid, uno de los dos gana, pero el otro pierde, seguro. De ahí que, lo más recomendable y lo primero a dilucidar sea aclararnos en justicia con lo que pretendemos y lo que buscamos: si un gran vino para un queso… o un excelente queso para un vino. Y es que las dos cosas juntas, en grado de excelencia ambas, ¡ay, con cuanto lamento lo digo!: no casan…no “maridan”. Uno de los dos contendientes, o el queso, o el vino, ha de prevalecer al fin, en perjuicio del otro. Digamos, pues, que si “maridan”, lo hacen según el arcaico y tradicional desequilibrio del matrimonio clásico, que hoy tantos, todos, también yo, denostamos ¡Viva la igualdad!
"Queso y vino" (2008), acrílico de Laura Hernández |
En general, volviendo a la nada recomendable coyunda de ese queso grande con ese vino excelso, lo prudente y razonable sería, en ese caso, apostar decididamente por el queso otorgándole prevalencia. Si así fuera, la mejor opción que yo les recomiendo es la que los clásicos nos enseñaron: arrimarle a ese queso un vino local, incluso sin grandes ínfulas, de su más directa proximidad, de su propio terruño; un vino fresco y joven, lo cual no tiene por qué excluir una honesta factura.
Y digo más –y bien sé que muy en contra de lo que muchos piensan- pero para la mayoría de los quesos españoles, sobre todo los que oveja y los de cabra, pero también los de vaca en general, el vino que mejor les acompañan no es el tinto, sino el blanco. Y hasta en muchos casos, mejor que el vino, la cerveza: una cerveza ligera y alegre, del tipo lager. Y aún más, para el caso de los quesos muy frescos, no debiera dudarse en recomendar como ideal la cerveza sin alcohol, con su puntilla de gas y ese tenue dulzor típico, que aquí, en este caso concreto, vendrá a aportar un magnífico complemento.
"Naturaleza muerta", de Clara Peeters (1594/1659) |
Y si se trata de confrontar un queso y un vino, uno a uno, frente a frente, pues aún tiene la cuestión un “pase”; peor es cuando, como ocurre tan frecuentemente, se trata de llevar a la mesa una tabla de quesos que, por razones obvias de economía y disponibilidad, hay que resolver con un sólo y único vino. Ahí sí que tal empeño, por heroico, resulta prácticamente imposible. Porque en la tal “tabla”, con toda probabilidad no habrá menos de cuatro quesos distintos –los más aficionados no admiten menos de seis-, y lo que es más grave y peor respecto de lo que nos ocupa, de muy diferentes tipologías con toda seguridad, desde uno muy suave, en un extremo, a uno o dos muy fuertes, en el otro. Ustedes verán, pero quién les cuente que en un caso así dispone de un vino adecuado para todos ellos, yo tengo para mí, que lo que está haciendo es “dársela con queso”. Buen provecho.
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