lunes, 10 de octubre de 2011

Vamos de cóctel. Nueva temporada


      Ni con la crisis tan aguda que padecemos ha bajado un ápice, por lo que ya apunta, el nivel de oferta “coctelera” que cada año se renueva por este tiempo. Sí señor, la nueva temporada de cócteles, de presentaciones de toda guisa de géneros y productos, promociones gastro-vitivinícolas mil y saraos del más diverso e inimaginable pelaje ya empieza a hacerse presente, con ánimo de saturación, en la carpeta de entrada de todo periodista (o asimilado) urbano que se precie. Las múltiples agencias que en cada gran ciudad funcionan como organizadoras de “eventos” andan ya prestas a echar al vuelo sus listados y directorios con los que garantizar al fascinado cliente un lleno total en el salón hotelero de que se trate. Luego allí, cierto que hay que aguantar el tedioso discurso de turno, tal es el peaje, pero al alivio de su término llegan los ansiados canapés y las bandejas de bebidas, que es lo que se espera, y el ambiente se anima y sobreexcita, haciendo que el pagano promotor estime que su discurso, y su producto a promover, han cosechado un éxito y una acogida memorable, plenamente justificativa del esfuerzo inversor.
      Pero, acaso no. Tan burdo es el juego, y tan repetitivo el engaño, que yo juzgo que, al fin, no lo hay. Que todo está perfectamente asimilado y tácitamente pactado. Porque ha de ser un insulto a la segura sagacidad de ese empresario-promotor, suponer que ignora que un elevadísimo, abrumadoramente mayoritario, porcentaje de ese público asistente no es más que “clá” contratada al precio más barato, por cuatro canapés industriales y un par de cervezas que, encima, ha de pillar el plumilla al vuelo y en segura disputa. Muchos de ellos hay, de esos plumillas y “asimilados”, que llevan una agenda especial, pulcramente puesta al día, de las citas semanales, mediodía y tarde-noche, en la que, a partir de este tiempo otoñal, difícilmente cabe un hueco libre. Uno tengo en la memoria, que no ha mucho me confesó, inequívocamente orgulloso, que en plena temporada hay meses en los que no come ni cena en su casa un solo día. Son, también he de decirles, gente muy entrañable -yo tengo grandes amigos entre ellos-; tal como los niños con los cromos: “si le”, “si le”, “no le”, “si le”, …en el corro van confrontando las invitaciones de cada uno, y, claro está, resulta campeón -léase más influyente, más prestigioso, más introducido, o más codiciada su asistencia- el que presenta la panoplia de convocatorias más abigarrada, el cóctel mejor, es decir, el presuntamente más selecto y exclusivo. Es todo un mundo, en fin, que cada otoño viene a renovarse en su inagotable vitalidad.
      Y a propósito de este curioso fenómeno de los cócteles, que por ahí venía la razón, casi olvidada luego de tanta digresión, de la mención y la entrada, quisiera participarles ahora lo que sobre ellos escribió una de las personas que más admiro y envidio (envidio, sí, que no es mal sentimiento ese cuando a uno le sirve como acicate de emulación): don José Pla, en un artículo que él tituló “Cocktail-Party”, del que he de extractarles ahora la parte que entiendo más “jugosa”. Por cierto, para quienes puedan creer que esto de los saraos cocteleros al uso son cosa de nuestro presente, les diré que las líneas que siguen están firmada por el genial catalán en el mes de septiembre de 1953

Cocktail-Party

José Pla
      Yo hago, debido a la falta de tiempo, muy poca vida de sociedad; pero si he de ser franco, me gustan más los “cocktail-party” de invierno que los de verano. Estos últimos se suelen dar al aire libre, delante de las casas donde veranean los señores de la casa, frente al mar o frente a un paisaje de valle o de montaña. Estos lugares al aire libre suelen tener una ubicuidad suficiente para las personas que se concentran en su espacio, lo que hace que estas reuniones sean peligrosas, porque el desahogo del espacio y la falta de empujones hace que uno acabe teniendo con una u otras de las personas reunidas conversaciones largas, cosa que en sociedad es una falta de tacto y un error considerable. Los “cocktails” de invierno suelen darse en habitaciones y salones que por grandes que sean son siempre insuficientes para el número de personas que a ellos asisten; hay los correspondientes empujones, las naturales apreturas, los amontonamientos inevitables, los cuales, por las mismas razones que se forman, se deshacen. Así, pocos instantes después de haber iniciado una conversación cualquiera con una persona determinada, se encuentra uno con que nuestro interlocutor, presionado por otras presencias, ha dado a su cuerpo otra posición y ya no le vemos la cara. El diálogo se interrumpe bruscamente, uno se queda con la palabra en los labios y la boca un poco abierta, a menos que creamos conveniente y discreto continuar la conversación interrumpida con la nueva persona que las presiones circundantes nos han puesto súbitamente delante. La imposibilidad total de tener en esta clase de concentraciones una conversación coherente con alguno de los asistentes es del mayor interés porque ello no compromete a nadie, ni compromete nada, lo cual es la quintaesencia de la sabiduría en la vida sociable. Claro está que ello tiene sus inconvenientes porque muchas veces desearíamos aprovechar estas reuniones para decir una palabra a una determinada persona que se encuentra muy cerca de nosotros, y durante los cinco cuartos de hora que permanecemos en la casa no lo logramos porque la plasticidad de la reunión es como una muralla que lo impide; por el contrario estamos reiteradamente expuestos a encontrarnos delante de personas de las que nos consta que nuestra presencia no es muy grata, o delante de personas que nos convendría más no haber encontrado y que el mecanismo de desplazamientos constantes del “party” nos acerca de manera fatídica e ineluctable. Por fortuna, la libertad de movimientos que en estas reuniones es tolerada permite interrumpir bruscamente las conversaciones, darse perfectamente la espalda en el momento más impensado y desaparecer de la presencia de una o varias personas sin despedirse con un admirable y delicioso desparpajo. No son, pues, estos “partys” especialmente favorables a la conversación, pero sí muy adecuados para la exhibición, para mirarse mutuamente y pasar así el rato. En los mejor organizados hay siempre la posibilidad de ver una u otra “vedette” o persona célebre que se convierte, por razones obvias, en el centro de la reunión e imanta todas las miradas. Ello nos permite luego decir a nuestras amistades que conocemos a la referida celebridad, aunque con ella no hayamos cruzado más que una frase o dos, rápidamente interrumpidas por la plasticidad del “party”. Las amistades y conocimientos que estas reuniones nos ofrecen no son, pues, amistades y conocidos de conversación, sino de mirada.
       …El “cocktail-party” no llega a crear más que conocidos, personas que acaso nos complacería conocer más y con las cuales no llegamos nunca a entablar diálogo. Son amistades que parecen fracasadas “ab ovo” [desde el huevo], amistades que parecen estar tocadas del misterioso destino de no poder fructificar. Personalmente ello me plantea, con el dolor de siempre, el drama espantoso de la rapidez del paso del tiempo en relación con la imposibilidad de sentir lo que desearíamos y anhelamos. El tiempo nos empuja delante de las cosas; desearíamos detenernos frente a alguna de ellas, pararnos, plantarnos, pero de pronto recibimos un codazo que nos obliga a reanudar la marcha. Nuestra capacidad de exploración está tan en desacuerdo con la fugacidad del tiempo, que no captamos más que ligeras imágenes superficiales, ligerísimas ondulaciones a flor de piel, insignificantes… // ….






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