El 7 de octubre es la fiesta de la Virgen del Rosario, una advocación con gran raigambre en toda España, muy particularmente en Andalucía, y también en la ciudad de A Coruña, donde ejerce patronazgo. Centrándonos en esta capital gallega, desde la presunción de que no son pocos los coruñeses que ignoran el por qué de tal vínculo, les traemos hoy aquí esta historia.
Imagen de la Patrona de A Coruña |
Empezando por el principio, habrá que recordar que la institución del rezo del Santo Rosario se sitúa en la Alta Edad Media, cuando muchos fieles dieron en calificar a la Virgen María como “rosa”, y empezó a extenderse entonces la costumbre piadosa de rezar una larga jaculatoria, repartida en varias series de salmos (padrenuestros y avemarías, secuenciados con diversas proclamas de fe) que muchos conocían como “un jardín de rosas”. Para no perderse en la cuenta de la larga retahíla de oraciones, solían utilizar granos de cereal, enhebrados de diez en diez en una cuerda y separados por nudos. No tardó mucho tiempo en que tal plegaria mudara su nombre por “Santo Rosario”, lo que vendría a significar algo así como “santa colección de rosas”.
Los grandes valedores e impulsores del rezo del Rosario y de la advocación de esta Virgen fueron los dominicos, más conocidos entonces como la “orden de predicadores”. Fueron ellos quienes promovieron las primeras Cofradías de Nuestro Señora del Rosario. Los dominicos, no ha de olvidarse, fueron los encargados tutelares de la Santa Inquisición, el Tribunal del Santo Oficio, fundado (mejor dicho, tal vez, traído a España, porque tiene su precedente directo en Francia, tres siglos antes) por los Reyes Católicos, en 1478, con el fin de ayudarles a mantener la ortodoxia católica en sus reinos, en aquellos años finales de la Reconquista.
Batalla de Lepanto |
Y llegamos a la Batalla de Lepanto, que tuvo lugar el 7 de octubre de 1571. Para aquel enfrentamiento, el granadino Álvaro de Bazán, que comandaba una de las tres flotas cristianas, se llevó a su galera capitana una imagen de la Virgen del Rosario, por la que él sentía una especial devoción. La trascendental victoria lograda no tardó en atribuirse a la especial protección de esa concurrencia. Por si fuera poco, el papa de entonces, Pio V (exdominico) declaró haber tenido una revelación de la mismísima Virgen, en la que le había confirmado que la victoria, efectivamente, había sido lograda por la especial intervención de la Virgen del Rosario. Al año siguiente, en 1572, se decretó que el Santoral católico asignara la fecha del 7 de octubre a la advocación de esa Virgen (que por entonces era conocida también como Virgen de la Victoria).
El caso de A Coruña
Tras la gesta de Lepanto, Felipe II, crecido en la fe de su poderío naval, concibió la idea de ir directamente contra la hereje Inglaterra. El plan consistía en llevar una gran flota hasta las costas de los Países Bajos, y embarcar allí en ella al ejército (30.000 hombres) que había de reunir el glorioso Duque de Parma, Alejandro Farnesio, quien ya había combatido también en Lepanto. Pero la gran flota (127 barcos), como bien se sabe, no logró coronar con éxito su parte del plan. Entre otras razones, sin duda relevante, porque el almirante que había de conducirla, don Álvaro de Bazán, falleció poco meses antes de zarpar y hubo de ser sustituido por otro jefe que apenas había pisado un barco en su vida, don Alfonso Pérez de Guzmán, duque de Medina-Sidonia.
Álvaro de Bazán |
Tras el fracaso y el desastre de la Armada Invencible, en el verano de 1588, la reina inglesa, Isabel I, no perdió tiempo para tratar de aprovechar la ventaja que le daba el descalabro, y ordenó a sir Francis Drake que zarpara con su flota para asediar y rapiñar los desguarecidos puertos españoles. Y así ocurrió, en 1589, que Drake se presentó ante A Coruña, desembarcó su ejército en la parroquia de Oza, e inició su durísimo asedio. Buena parte de las baterías atacantes las situó el inglés en un convento dominico que había ocupado, desde el que batía con su artillería las murallas de la ciudad. Pero en la brecha que lograron abrir se les opuso nuestra heroica María Pita (de cuya gesta ya les hemos contado en una entrada anterior de este blog). Al fin, tras varios días de infructuoso asedio, los ingleses reembarcaron y se hicieron a la vela. Ante un desenlace tan feliz e inesperado, muchos coruñeses interpretaron que había sido la Virgen del Rosario, una vez más, la que había intercedido decisivamente en favor de la fe y contra el hereje, el cual además, en su perversión, la había tenido secuestrada (a la imagen de la Virgen) en aquel convento dominico tomado para situar en él las baterías artilleras. Como consecuencia inmediata de tan bendito amparo, los coruñeses decidieron proclamarla su Patrona. Tal es la historia, que hoy viene tan a cuento.
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