La que hoy les traigo y les cuento es una historia indigesta, bien lo sé, o hipersibarita y excelsa, tal vez, según cómo cada quien la encaje y digiera. Desde luego, eso habrá que reconocerlo, algo -o mucho- indigesta sí es; y hasta impresentable y repugnante, para tantos de los paladares de hoy, acoquinados por la dictadura de lo dietético y el temor cerval, insuperable, a la hipercolesterolemia. Pero otros habrá, sin duda entre tantos lectores del universo mundo, que sientan hasta una emoción inevitable, acuosa, de lágrimas y jugos gástricos desatados, al leer lo que ahora voy a evocar, y que no es otra cosa que la existencia real y cierta, en tiempos del Segundo Imperio francés, de uno de los cenáculos de tragaldabas más extraordinarios, entre los muchos de este tipo que han existido a lo largo de la Historia. Les cuento hoy del “Club de los Grandes Estómagos”.
Tenía por sede oficial este selectísimo Club, integrado por un número fijo e inamovible de 12 comensales, el restaurante parisino “Philipe”. Allí se citaban cada sábado, a las seis de la tarde. Un comedor especialmente reservado para ellos los acogía. A esa hora ocupaban solemnemente plaza en la mesa, para empezar a dar cuenta de un servicio llamado a prolongarse durante dieciocho horas, hasta el mediodía del domingo. El pantagruélico festín se ordenaba al modo de los tres actos de una ópera: el primero les llevaba hasta las medianoche; descanso, charla y alivio, y vuelta al banquete, hasta las seis de la mañana; otro segundo ambigú ahora, y de nuevo al tajo, hasta el mediodía.
Las dos primeras comidas eran las más fuertes, y se componían de diversas clases de sopa, pescados, carnes, asados, volatería y caza, con remate de pasteles. La tercera comida, ya amanecido, más ligera, la integraba, como plato fijo, una abundante sopa de cebolla, algún marisco, carne fría, pasteles y fruta. Cada comensal, según es leyenda, se bebía unas seis botellas de Borgoña y Burdeos, además de cuatro botellas de champán. En los “entreactos” consumían preferentemente té; y en el capítulo de los licores, aguardientes, coñac, calvados, y otros, se metían una media de un litro por cabeza. Cabría preguntarse si el Club duró en su ejercicio muchos años. Al parecer sí, más de una década. Lo que ya no sabemos es si hubo, en ese tiempo, que renovar a muchos, o pocos, de sus 12 fenomenales integrantes.
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