Un año más, en la despedida de octubre y con creciente implantación, en infinidad de pubs, discotecas y demás cenáculos de juventud, vuelven a prodigarse las escenografías góticas, de incruento terror hecho disfraz, propias de la celebración Halloween. La moda, como su nombre indica y en tantas películas hemos visto ya, nos llega importada de Estados Unidos. Allí la fiesta nació infantil y adolescente, con los niños disfrazados de fantasmas y esqueletos y portando en la mano, o sobre la cabeza, una calabaza, vaciada en su interior, con los huecos de una inquietante cara recortados y proyectados a la oscuridad de la noche por la luz de una vela alojada dentro.
Tal es hoy, universal y extendida, Hallowen, moda genuinamente importada made in USA. La inmensa mayoría de la gente así lo cree. Sólo los gallegos sabemos que, sin negarle el copyrighte a la importación actual, que de allá viene sin duda; la costumbre y el juego, y todas sus macabras características, incluido el susto de la calabaza encendida, ya era práctica común y ancestral entre nosotros desde los tiempos en que hay memoria. Quien esto suscribe, como muestra, al igual que el común de su generación infantil, da fe de que vivió y jugó a eso mismo, tal cual; exactamente igual, con la misma connotación y la misma calabaza hueca, herida e iluminada. Y a más a más, como la fiesta no era, por supuesto, un invento de mi tiempo y respondía, como queda dicho, a raíces inmemoriales de insondables ancestros, desde luego muy pre-televisión y aún mucho antes que el propio cine, cabe deducir que, muy probablemente, la costumbre de la tal calabaza iluminada por los niños en las noches de los Santos y los Difuntos, la llevaron allá, a la otra orilla norteamericana, los emigrados irlandeses, que tanto tienen, como bien se sabe, de común etnográfico con Galicia. Y el caso es que ahora, véase qué curioso –y hasta qué entrañable- regresa aquí, a nosotros de vuelta, como moda foránea, novedosa y hasta revestida de acentuado glamour…¡Cosas veredes, amigo Sancho! Pero, en fin, hecha esta salvedad de curiosa precisión histórica, a lo que vamos, que es, como siempre aquí, lo gastronómico, y que hoy no puede tener otro protagonista, bien se ve, que la calabaza.
Tal es hoy, universal y extendida, Hallowen, moda genuinamente importada made in USA. La inmensa mayoría de la gente así lo cree. Sólo los gallegos sabemos que, sin negarle el copyrighte a la importación actual, que de allá viene sin duda; la costumbre y el juego, y todas sus macabras características, incluido el susto de la calabaza encendida, ya era práctica común y ancestral entre nosotros desde los tiempos en que hay memoria. Quien esto suscribe, como muestra, al igual que el común de su generación infantil, da fe de que vivió y jugó a eso mismo, tal cual; exactamente igual, con la misma connotación y la misma calabaza hueca, herida e iluminada. Y a más a más, como la fiesta no era, por supuesto, un invento de mi tiempo y respondía, como queda dicho, a raíces inmemoriales de insondables ancestros, desde luego muy pre-televisión y aún mucho antes que el propio cine, cabe deducir que, muy probablemente, la costumbre de la tal calabaza iluminada por los niños en las noches de los Santos y los Difuntos, la llevaron allá, a la otra orilla norteamericana, los emigrados irlandeses, que tanto tienen, como bien se sabe, de común etnográfico con Galicia. Y el caso es que ahora, véase qué curioso –y hasta qué entrañable- regresa aquí, a nosotros de vuelta, como moda foránea, novedosa y hasta revestida de acentuado glamour…¡Cosas veredes, amigo Sancho! Pero, en fin, hecha esta salvedad de curiosa precisión histórica, a lo que vamos, que es, como siempre aquí, lo gastronómico, y que hoy no puede tener otro protagonista, bien se ve, que la calabaza.
El otoño, en el hemisferio norte, es la estación de las calabazas, y noviembre su mes por excelencia, cuando, al quedar los campos desnudos, una vez recogida la cosecha, aparecen sobre la tierra, repartidas aquí y allá, esas rotundidades que son, por lo general, las grandes calabazas, en sus infinitas variedades, de consumo humano, forrajeras, y hasta esa –tan ortegana, por cierto- que nos llegó de América, la que allí llaman cidracayote o calabaza pastelera, cuya carne cocida tiene la propiedad de separarse en fibras que, una vez confitadas, producen el famoso “cabello de ángel”, relleno esencial de tartas, como la nuestra más representativa, ensaimadas y otros muchos bollos y pasteles. Con lo cual queda también consecuentemente claro, anótese, que el tal “cabello de ángel” no existía antes del viaje colombino.
Cabello de ángel |
Nuestra calabaza histórica, la otra, la común comestible –o el forrajero “calabazote”, como nosotros lo llamamos- habían llegado a Europa muchísimo antes, en tiempos remotísimos y por la otra vía, del este, procedente de la India y de China. Los griegos ya la empleaban con profusión en su cocina. Y también de ella se muestra devoto el célebre sibarita romano Apicio. En los fogones medievales, la sopa de calabaza era recurso común, como lo era también su frecuente empleo como acompañante del cordero, así como espesante ideal de todo tipo de guisos. Sin embargo, a partir del siglo XIX, sin que se sepa bien la razón y el porqué, el consumo de calabaza en las cocinas europeas, cayó precipitadamente ...hasta que ahora, por fin, la cocina modernista de más vanguardia, laus Deo, vuelve a tirar de ella como recurso cada vez más frecuente en la composición de los platos más imaginativos.
Y, bueno, hasta aquí nuestra breve historia de hoy sobre esta rotunda cucurbitácea. Confiemos en que les haya entretenido e interesado su lectura, y que, siendo así, no nos den “calabazas”. Por cierto que, eso de “recibir calabazas”, en el sentido de fracaso como estudiante o como aspirante a seductor, viene, según hemos leído, de una tradición medieval muy en uso en centroeuropa, cuando los obispos, al parecer, tenían la costumbre de regalar una hermosa calabaza, como consuelo, a los clérigos que habían visto frustrada su demanda de optar a una parroquia propia. Buen provecho.
Tarta de Ortigueira (también de Mondoñedo, que allí probablemente está, en justicia, su primigenia raíz), en la que el cabello de ángel es ingrediente esencial. |
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