miércoles, 7 de septiembre de 2011

San Andrés de Teixido


      La del 8 de septiembre es la gran fecha anual de peregrinación, fiesta y romería al milenario santuario de San Andrés de Teixido, ubicado en imponente paraje de horizonte infinito, que allí, en el extremo más norteño de Galicia, sobre vertiginosos cantiles, se asoma a la invisible línea de unión y concurrencia entre el Atlántico y el Cantábrico. La nebulosa historia y la acendrada leyenda de este santuario esencial del viejo cristianismo europeo, es la trama argumental de este soberbio trabajo periodístico que hoy vengo a ofrecerles. Está escrito por uno de mis más íntimos amigos, Juan Luis Pía, magistrado que es, de oficio y vocación, en la Audiencia coruñesa, y “magister” también, de muy ilustrada pluma escribiente. El trabajo en cuestión, convendrá igualmente advertir, tiene ya solera añeja, pues fue publicado, allá por 1990, en la revista LAREIRA, que yo por entonces fundara, y a la sazón dirigía.


San Andrés de Teixido, onde vai de morto...o que non foi de vivo.
 

Juan Luis Pía Iglesias, autor de
este texto
      Cuenta Flavio Rupertus Urticariensis, geógrafo de los tiempos del Emperador Adriano, que en llegando al noroeste de Iberia son demasiados los lugares mágicos y misteriosos como para ser creíbles. Prodigiosas maravillas, afirma el escritor, son dadas observar al viajero en aquellas tierras perdidas de la abrupta cornisa oceánica, caminando siete jornadas en dirección nor-noroeste y dejando tras de si las protectoras y civilizadas murallas de la muy próspera y leal Lucus. Allí hay habitantes de aspecto rudo pero risueño, que no suelen cuidarse mucho de los extranjeros y que miran de arriba a abajo a los romanos, sean militares o funcionarios, como si de mentecatos se tratase.
      Esta descripción, que recuerda de manera divertida similares y bien conocidas actitudes de famosos personajes de comic contemporáneo, como el inefable Asterix, de Uderzo, suena tan extraña en la boca de un sesudo y arrogante romano que cualquiera que indague con mayor o menor ingenio en el pasado de estas tierras debe sentirse sumamente perplejo, al intuir una mezcla de superstición, ignorancia y orgullo de buen salvaje en los habitantes de la zona; intuición que, como todas, está tan lejos de la realidad como cualquier apreciación de viajero ocasional sobre tierras lejanas, por muy geógrafo que sea.
El farallón pétreo de Teixido está integrado por las
formaciones rocosas de mayor antigüedad de la
Península Ibérica, y se asoma al mar en una
imponente línea de acantilados, de los más altos
del continente europeo
      Nos interesa aquí, sin embargo, del Urticariensis la descripción que hace del antiguo Teixido, en su más extenso tratado, “De septentrione condita”, en el que se habla por primera vez de un santuario recóndito e instalado en las proximidades del fin de la tierra, en un lugar hosco y destemplado donde aún se practican terribles hechizos y en el que se profesa culto mágico a deidades innombrables, “como si de Hades fuese la morada”, según expresión literal del geógrafo.
      Con todo, aunque no fuera suficientemente fiable esta primera referencia escrita a un templo en lugar tan poco accesible del noroeste peninsular, parece un lugar común, que muy pocos se atreven a discutir, que por su denominación, emplazamiento y características del culto, en el extremo noroeste de la Península hubo desde tiempos inmemoriales un lugar de culto infernal y mágico, sólo accesible tras vencer innumerables dificultades y a donde, sin embargo, era preciso ir irremisiblemente si uno quería congraciarse con las divinidades mayores y menores.
     El último de los especialistas que asumió estas interpretaciones y teorías fue el insigne ortegano Ramón Bascoy, a quien ni su erudición ni el esforzado trabajo de investigación de tantos años libró de los feroces sarcasmos y vituperios del señor Sánchez Dragó, quien tras reconocer que en Teixido está la cuna de la civilización occidental, se dedicó a denostar al ortegano con fruición digna de más altas empresas. Pero algo tendrá el agua cuando la bendicen. Sólo algún poeta, como Lorca, algún diletantes como Dragó, o algún eximio ortegano tocado de la locura comprensible de que su tierra es la más hermosa del mundo, se han atrevido a intentar desentrañar los orígenes y significado de Teixido.

De romaxe a Teixido

      Sepa, pues, el viajero que aquí llega, que por normal que le parezca el paisaje, las situaciones y el paisanaje, entra en una de las geografías míticas más confusas de la era moderna.
      Hoy se puede llegar en automóvil, sin la menor dificultad, a San Andrés de Teixido, pero no hace ni medio siglo que esto ocurre. Entonces, de antiguo, había que llegar caminando por veredas angostas que hoy parecen al excursionista aficionado un agradable paseo campestre, pero que resultaban extremadamente dificultosas a los romeros y ofrecidos que, hasta los pasados dos tercios del siglo pasado, venían, como se hizo desde la prehistoria, a cumplir un ritual funerario extravagante, pero capaz de poderosas maravillas y milagros, como el de respetar las sabandijas del camino, consideradas encarnaciones de peregrinos a los que la muerte sorprendió antes de cumplir la promesa hecha de viajar al santuario, o que se tomaron a chufla la ominosa advertencia según la cual “a San Andrés de Teixido vai de morto quen no foi de vivo”.
      En los años de esa casi perdida memoria histórica, en las fechas tradicionales de la romería (la del 8 de septiembre como principal destacada) se organizaban varias “romaxes” en las que la larga caminata colectiva se hacía acompañar de los alegres sones de gaitas y pandeiros, pintando de perplejidad la espantada mirada del ganado semimontaraz que ramonea por aquellas cumbres.
Panorámica de la ría, desde los altos serranos, camino de
San Andrés (haga "clic" en ella, para admirarla ampliada)
      La salida tenía lugar con las primeras luces del día, desde el “peirao”, el viejo varadero de Ortigueira, en las robustas lanchas de pasaje que servían a la corta travesía de una a la otra orilla de la ría. Al llegar a Fornelos, el punto de atraque en la margen izquierda, el bullicio de los romeros, expresado en cantigas populares durante los cortos minutos de navegación, daba paso al nervioso frenesí del reparto equitativo de bártulos y cestas, las más de ellas atiborradas de viandas propias de una celebración “de Patrón”. El camino se inicia, serpenteante, por una breve y frondosa vega para empinarse enseguida ladera arriba, en medio de frondosas boscosidades interrumpidas a ratos por verdísimos prados, riachuelos y una extraña y minúscula cascada. El tojo, con su genista amarilla, las campanillas de raso violáceo, las margaritas y los cardos verdes, en forma de condecoración, ponen la nota humilde y sensible a un paisaje dominado por la nobleza imponente de los ameneiros, carballos, castiñeiros y nogáis.

En lo alto de A Capelada

      Tras el primer tramo en ascenso, que algunos privilegiados -generalmente, curas de gran porte- han acometido montando caballerías alquiladas al efecto, llega la primera parada, el obligado descanso, en las inmediaciones de la capilla del Socorro. Repartidos por el atrio y los prados adyacentes, junto a un manantial de agua fresca y abundante, los romeros dan cuenta de un primer refrigerio, normalmente leve y honesto, aunque no falta quien se atreve ya con honduras y florituras de abundancia. Media hora holgada de descanso y de nuevo al camino, hasta culminar la ascensión en lo alto de la sierra de A Capelada. Un impresionante paisaje, de ilimitados horizontes, se ofrece desde aquí a la vista asombrada del esforzado caminante. El viaje podría darse por sobradamente justificado tan sólo por el privilegio de la inigualable panorámica que desde aquí se divisa: el dibujo completo, allá abajo, de la zigzagueante ría de Ortigueira, y más allá la amplia desembocadura de la del Barquero y el imponente promontorio de la Estaca de Bares. En el entorno inmediato, coronando la cima hacia la derecha, al borde de acantilados de auténtico vértigo, el perfil semiderruido de la garita de la Herbeira, en tiempos refugio y puesto de vigilancia y alarma contra las temidas invasiones vikingas, y hoy convertido en estratégico mirador y refugio ocasional de yeguas de parto; a la izquierda, el cruceiro, grande pero feo, que corona un altozano próximo a la cuesta del amilladoiro, desde donde se ven ya las casas de San Andrés.
Los "amilladoiros", mojones del camino, son
inmemoriales apilamientos del piedras que
fu dejando el romero
      Los “amilladoiros” son ingentes montones de piedras cuya finalidad práctica de orientar y señalizar caminos es harto discutible, como lo son las interpretaciones religiosas y pseudomágicas de su formación. Tal vez -sin pretender, ni mucho menos, sentar cátedra en el asunto, y menos aún animar a la vieja polémica- el origen no sea otro que la costumbre, que ha perdurado hasta hace relativamente muy poco tiempo, de que los peregrinos que venían a San Andrés tenían que traer una piedra “para ayudar a la construcción de la nueva iglesia”. Aunque hay que reconocer que “vende” más y que resulta mucho más excitante la teoría mantenida paladinamente por Bascoy, de la vinculación, en el origen, de los amilladoiros a ancestrales rituales helenísticos, que señalaban las fronteras de las tierras de Hades, el dios de los muertos, con similares concentraciones de piedras, indicando así la caminante el carácter sagrado y solemne del último tramo, antes de alcanzar el santuario. Sea como fuere, lo cierto es que en la actualidad resulta muy difícil, por no decir imposible, contemplar alguna de esas curiosas formaciones en los aledaños de Teixido; quedan, eso sí, las viejas fotografías, que dan testimonio de su existencia real en un pasado evidentemente reciente.

Los típicos exvotos de Teixido, los "sanandreses",
hechos con miga de pan y teñidos con coloristas
anilinas; cada uno tiene su simbolismo y significado.

      Al llegar a Teixido tendrá el romero que pasar por una estrecha calle, en la que se verá forzado a contemplar un sinnúmero de tenderetes donde le ofrecerán baratijas de toda laya, a trueque de “souvenirs”, de los que tan sólo conviene considerar como realmente interesantes las figurillas de miga de pan, de colores chillones y diseño primitivo, como fetiches primordiales de la protohistoria a que se refiere Flavio Urticariensis. La significación de tales figurillas, que se venden todas juntas y han de ser de pequeño tamaño (desconfiad de otras más grandes y con significado más decididamente cristianizado, como cruces y pequeños retablos que, aun siendo graciosas, nada tienen que ver con las tradicionales), puede verse en cualquier obra especializada; su precio es módico y junto a ellas pueden adquirirse también algunas reproducciones en piedra o en prendedores metálicos de la efigie de San Andrés O Vello, que se venera en el santuario de Teixido.
      La iglesia es pequeña, de piedra encintada en blanco, con su torre del campanario orientada al mar, dando el conjunto la sensación de una cierta solidez desamparada, algo así como una especie de orgullo humilde y casi franciscano. En el interior, frente a la sobriedad y pobreza de la construcción y la escasez de moblaje, destaca el recargado retablo del altar mayor, que produce una impresión de hermosura antigua y primitiva en el feísmo remachante de muchas de sus molduras, una sensación inexplicables de ternura e ingenuidad, cuando, a lo peor, en su tiempo resultó incluso pretencioso; ignoro su data exacta, pero no creo que su antigüedad vaya más allá del siglo XIX.

Rito ancestral

      Bajando desde la iglesia, hacia el mar, se encuentra, en un recodo, la Fuente del Santo. La tradición manda que debe beberse de cada uno de los tres caños que la fuente tiene, al tiempo que se formula íntimamente un deseo, que habrá de verse cumplido en el plazo del año siguiente a la visita. Allí mismo, justo al lado, hay un campo donde se puede merendar con cierta comodidad. Desde ahí se baja, por desniveles muy pronunciados, hacia el mar, donde el oleaje, aun en días de calma, es notable. Lo prudente será mantenerse al borde del acantilado, dejando pasar los minutos, plácidamente, en la contemplación de un paisaje primordial de soberbias proporciones, singular como pocos. Más, prudencias aparte -y más aún si los romeros son jóvenes y en edad de “merecer”- lo suyo, lo que mandan los cánones del ritual, es bajar hasta la batida ribera para recoger por propia mano la famosa “herba namoradeira” que allí brota y cuya utilidad específica viene indicada por su propio nombre. También, cierto es, esta hierba puede ser adquirida en la aldea, en los puestos de baratijas que antes comentábamos, pero convendrán conmigo que el efecto que se pretende ha de ser bien distinto conseguida de uno u otro modo. Allá cada cual con sus “arrestos”. Lo que sí nos parece una locura temeraria es aprovechar la “bajada” para la recogida de percebes (en estos acantilados están los mejores del mundo, sin duda alguna) por el tremendo riesgo que ello implica, a más de la expresa prohibición que hoy rige para el marisqueo furtivo, y la gravosísima multa que le es consecuente.
Fuente del Santo
      Si el viajero supo buscar la ocasión propicia para visitar el santuario de Teixido, forzando la coincidencia con alguna de las fechas de las grandes romaxes -la del 8 de septiembre, por cierto, es la más concurrida- habrá tenido el privilegio de sentirse testigo directo de un abigarrado universo ritual de insólita supervivencia: las largas colas de fieles esperando su turno para besar con unción la figurilla del Santo Andrés, clavado en una cruz en forma de aspa; los cientos de exvotos de cera de las más diversas formas, desde cabezas hasta animales y piezas anatómicas de lo más variado, apilados en un rincón del templo e iluminados por cientos de velas encendidas cuya titilante luz subraya el tétrico dramatismo de los ataúdes que cuelgan de la techumbre, donaciones votivas de gentes que vieron de cerca la muerte y ofrecieron al Santo, por su salvación, el ataúd que hubieran “utilizado” de no ser por la milagrera intercesión. Las enlutadas mujeres -aún se ve alguna, de cuando en vez-, adornadas tan sólo con antiguos pendientes de oro viejo y azabache, que bajan “de rodillas” la empinada cuesta del amilladoiro, o que rodea, de igual modo, el perímetro del templo para cumplir su promesa. El contraste lúdico de los banquetes campestres de los romeros, sacando de los cestones las más finas mantelerías, para extenderlas en la hierba y dar buena cuenta de capones, empanadas, frutas confitadas, la imprescindible “tarta de Ortigueira” y el complemento final del café, los habanos y el aguardiente de hierbas. Al fascinado viajero le será dado observar todo esto y más, y confirmar por sí mismo que Valle-Inclán no mentía ni exageraba en sus escritos, que no hizo otra cosa que describir -magistralmente, por supuesto- lo que en su tiempo vio.
      Cuando el viajero emprende el regreso, quizá tenga suerte y vea el sol ocultándose y enrojeciendo el mar, allá en el lejanísimo horizonte, y a lo mejor, incluso, si la fortuna le es del todo propicia, al llegar de vuelta a Ortigueira dé con el sitio adecuado para disfrutar de la plenitud de una reposada cena, con frescas robalizas de la ría, de primero, y unos contundentes “bertones rellenos” como remate ideal… El “flan de la señora Manuela”, caro amigo, ya sería sibaritismo. Imposible de todo punto, además, porque su secreta fórmula se fue con ella en el definitivo viaje que emprendió hace algunos meses; por supuesto, sin dejar pendiente ninguna promesa incumplida al Santo Andrés de Teixido.

3 comentarios:

  1. Hola, Manolo.
    Doy con este blog por un "flash" pillado en Crónicas Bárbaras del amigo Molares. Entro en su blog a diario pero nunca hasta hoy había reparado en este enlace. He cenado con él hace unos días, sabe que yo soy de Ortigueira y, sin embargo, no ha surgido el tema de amigos comunes.
    Al ver la foto que encabeza este post me viene a la memoria que había prometido a Manuel el envío de la foto de los tres caños con ese impagable NOPOT ABLE :-)
    Anoto este enlace tuyo en Favoritos porque a mi mujer le apasiona la cocina y sin duda encontrará aquí recetas deliciosas que yo acabaré disfrutando.
    Un abrazo,
    Armando.

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  2. Pues sea usted muy cordialmente bienvenido, mi muy entrañable Armando. ¡Cuánta memoria de tierna y feliz infancia me trae tu nombre!... cuando nos quedábamos pasmados con tus increíbles dibujos y viñetas a tinta china, e intercambiábamos tebeos. Hace más de medio siglo de aquello, lo cual me otorga el honor de ser testigo primerizo de esa trayectoria que hoy te sitúa entre los mejores dibujantes de este país. Respecto a lo del amigo Molares,¡que lle vas facer!, os de Pontedeume teñen tantos "ollos" na ponte, que lles faltan logo na cabeza. ¡Xa lle daréi cando o vexa!.Repito, benvido...

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  3. Manolo:

    En la cena no saliste tú porque todos hablábamos a la vez, aunque ocasionalmente callábamos cuando Armando decía alguna sentencia que además de sabia tenía ese humor característico en sus dibujos. Era una tira hablada. No hablaba la tira, sino que hacía tiras con las palabras.

    Ya sabes, creatividad, observación y una dosis de mala leche sabiamente aplicada a las situaciones que la requieren.

    Es estupendo tener amigos como vosotros. Uno me hace reír y pensar, y el otro me deleita con textos y sabores, con los contextos, digamos.

    A ver si me llamas, Manolo, y comemos por ahí antes de cualquier almuerzo del Club.

    Abrazos a ambos, Manuel

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