domingo, 18 de septiembre de 2011

Libro de Estilo


Libro de Estilo

      Una vez más he vuelto a leerlo, y confieso que me pone frenético, o casi, porque a estas alturas de mi vida, tal es la verdad, para serles sincero lo que se dice “frenético”, “frenético”, muy pocas cosas ajenas son ya las que me llevan a ese incómodo trance. Pero, sí, confieso que me desagrada leerlo (y oírlo) una y otra vez erróneamente aplicadas. Me refiero a las expresiones “a bocajarro”, y “a quemarropa”.
      Desde luego, doy fe de que estas cosas, tal vez menudas pero importantes, no se enseñan -al menos no en mi época de estudiante- en las Facultades de Periodismo; y tampoco las he visto aclaradas nunca en los diferentes Libros de Estilo de los grandes medios audiovisuales y de las rutilantes cabeceras de prensa. Normalmente son cosas que se aprenden y advierten con el oficio (que el periodismo, al fin, no es otra cosa); con la práctica de años en la siempre ajetreada -tantas veces, esa sí, ciertamente, frenética- rutina de la redacción, cuando algún noble veterano de sabia experiencia, en el breve y consolador descanso de un café de madrugada, se explaya, y se anima a corregirte con paternal afecto.
      Si, pongamos por caso -y Dios no permita la reversión-, estuviera yo aún trabajando como redactor, y si, así ya puestos a elucubrar sueños, me fuera dado mudar mis hoy generalizadas canas por aquel mechón, solitario y arrogante, que tanto distinguió mis años más jóvenes, y habiéndome sido encargada -un suponer- la edición de la noticia reciente del mastodonte nigeriano, Niwig Uzochukwo, quien hace unos días, como sin duda saben ya, se revolvió violentamente, en el madrileño Parque del Retiro, contra los policías que trataban de identificarlo, acuchillando a dos de ellos y desarmando de un manotazo a la joven agente en prácticas que trató de encañonarlo, haciéndose el africano con ese arma y disparando después con ella, “a bocajarro”, contra uno de los agentes, que salvó al fin la vida por el chaleco antibalas que portaba, y que, por cierto, él mismo había adquirido de su peculio. Si tal hubiera hecho yo, escribiéndolo así, mi amigo y maestro José Ramón Zabala me hubiera interrogado con toda su sorna burlona:
-Entonces, Manolo -habría dicho- ¿Qué llevaba el nigeriano?¿Una ametralladora?...
-No, que va. Usó la pistola que le quitó a la pobre agente.
-Ya, ya…Y, claro, ¿le vació todo el cargador en un instante?...
- Pues, no; al parecer le hizo un solo disparo a uno de los agentes, pero apuntándole directamente al pecho. Fue el bendito chaleco lo que lo salvó.
- Entonces, ¿por qué coño has escrito que le disparó “a bocajarro”?... Si lo hizo en medio de un forcejeo, en una lucha, lo que haría fue dispararle “a quemarropa”, es decir, a muy corta distancia…Pero no, nunca, “a bocajarro”, leche, que es situación bien distinta. La propia palabra lo dice, a ver si te lo aprendes: a “boca de jarro”, es decir, atropelladamente, tumultuosamente, todo de una vez, como sale un líquido cuando se vierte un jarro. A “bocajarro” es, por ejemplo, como dispara un pelotón de fusilamiento; o como lo hace un grupo de facinerosos cuando se soliviantan en un saloon del Oeste, y les da por armar una “balasera” contra el típico espejo y toda la botillería del fondo de la barra. Eso sí es disparar “a bocajarro”, todo de una vez y en secuencia atropellada y tumultuosa. Cuando se hace un solo disparo, o dos, y a corta distancia, entonces es “a quemarropa”. ¿Aclarado?
- Aclarado, maestro.
- Pues, págate otro café, y te aclaro otra.
- ¿Otra sugerencia de estilo?
- Sí, más o menos; digamos que sí… Otro caso, también muy extendido, de desacierto de utilización, generalizado en los medios, aunque aquí las razones de trasfondo del error son bastante más sutiles, y hasta de evidente calado político. Desde luego a nosotros, que escribimos y hablamos por Radio Exterior de España, nos interesa muy en particular precisar el alcance del término que procede utilizar cuando, esa es la cuestión, contamos o nos referimos al conjunto de países americanos de habla no anglosajona. Las posibilidades de elección de término son varias, con tres como principales: Hispanoamérica, Latinoamérica o Iberoamérica…¿Cuál de ellas crees que es la más acertada?
- Pues, no sé. Me pones en un brete… Las tres, más o menos, se suelen leer y oír con frecuencia.
- Sí, es verdad, pero es de advertir -los periodistas debemos de tenerlo muy en cuenta- que cada una de ellas tiene un trasfondo de significado muy sutilmente distinto. 
      Veamos: Hispanoamérica, empecemos por ella, sería razonablemente adecuado. No se puede dudar ni negar el hecho del Descubrimiento, que fue hito histórico trascendente de exclusivo protagonismo hispano, es decir, español. Por otra parte, como consecuencia de lo anterior, la extensión del dominio colonial español, con la inherente impronta cultural derivada, y no sólo en lo que concierne al idioma, es nota, guste o no, de evidencia indiscutible, definitoria del vínculo esencial aglutinante que hoy comparten todos esos países. Sin embargo, con todo, Hispanoamérica no es el término que debe promoverse como más adecuado, porque su generalizado uso en otro tiempo hizo que la palabra se impregnara de un cierto sesgo imperialista, cuya memoria aún perdura, y en clave de rechazo, en muchos casos; y además, razón esencial para no decantarnos por su elección, tiene un componente de exclusión ciertamente injusto, ya que olvida y deja al margen de esa histórica impronta cultural a Portugal, como país de dominio y presencia temprana, y al portugués como idioma de muchos millones de personas que forman parte del área geográfica que se pretende abarcar en la referencia.
      En consecuencia, el término correcto, el más justo y preciso, el que nosotros debemos emplear y promover, es Iberoamérica, pues ciertamente son los dos países ibéricos, España y Portugal, los promotores raíces de la realidad cultural que hoy enlaza y vincula a todos esos países americanos, desde el Río Grande al confín patagónico. Tal realidad es Iberoamérica.
- Y entonces, ¿el término Latinoamérica, que tanto se usa?
- Pues, ahí es donde está la sutileza malévola que apuntaba al principio. El trufado político que ha venido a enredarse al fin en este juego. Hispanoamérica pudiera ser, como quedó razonado. Iberoamérica debe ser, como quedó dicho… Pero lo de Latinoamérica, ¿de qué?, ni corresponde ni hay razón alguna que lo avale. Es, simplemente, cosa de los franceses, y de su sutil afán por incluirse de rondón en el hecho histórico americano. Está muy claro: Iberoamérica es término que concierne, en la promoción histórica, como es justo y verdad, a dos en exclusiva, España y Portugal… Pero, si ampliamos a Latinoamérica, sutilmente estamos aceptando en la inclusión lo que, de todo punto, es una falsedad histórica. Hablamos entonces, ampliando erróneamente, de los países “latinos”, es decir, España y Portugal, cierto…pero también Francia e Italia, que nada tuvieron que ver, histórica y culturalmente, con aquel Continente en ninguno de los siglos pasados. Incluso cabría, aceptando lo irrazonable, someter a consideración y ponderar la presencia y huella, relativamente masiva en los países del Cono Sur, de la inmigración italiana en la primera mitad del siglo pasado; pero lo de Francia y lo francés, venga ya, eso no tiene ni por donde cogerlo. El uso de tal denominación, que hoy, no cabe negar, está muy generalizadamente extendida; si no nace entonces, sí cobra esencial impulso en los años setenta del pasado siglo, cuando París, que desde siempre había sido referente de ensoñación intelectual, devino en meca y refugio de tantos escritores iberoamericanos perseguidos o acuciados por las dictadura militares de sus respectivos países. Allí nació y cobró impulso, en ese ambiente y contexto, la falaz utilización del término Latinoamérica y latinoamericano, que hoy goza, así sea tan injustamente, de tan buen predicamento de uso. Es como lo de Sudamérica, otro término erróneo cuya génesis responde, en cierto modo, a una raíz parecida. Pero eso ya te lo explicaré otro día, por el precio de otro café…
- De eso, nada. Si estamos a aprender, aprendamos…¿O no es cierto aquello de “no dejes para mañana lo que puedas enseñar hoy”?…
- Pues, sí, eso es verdad. Vale. Te explico: se trata de una historia en cierto modo parecida, aunque aquí la sutileza política alevosa sea bastante menor, o incluso nula, porque lo cierto es que lo que aquí opera como fundamento raíz no cabe atribuirlo a procedencia foránea sino a nuestro propio papanatismo, que nunca ha de faltar. Veamos ¿Cómo dicen y escriben (principalmente cómo lo nombran fonéticamente) en sus respectivos idiomas franceses e ingleses?: Sudamérica, Sudáfrica, sudoeste… Claro, y dicen bien, porque tanto en inglés como en francés el término “sur” se nombra y se escribe “sud” (“sud”, en francés, “south”, en inglés, fonéticamente prácticamente “sud”). Pero en español el tal “sud” no existe, ni como nombre ni, consecuentemente, como partícula. Nosotros decimos, y escribimos, sur. Así pues, en español, lo que un periodista debe decir, y escribir, no ofrece al respecto la menor duda: Suramérica, Suráfrica, sureste… Está claro, clarísimo, ¿no es verdad?
- Pues, sí. Claro como el agua clara… Aunque no sé yo si esto no será una guerra perdida…
- Probablemente, pero qué puede haber más noble para ti y para mí, a estas alturas de la vida ya casi hecha, que empeñarnos algo, de cuando en vez, en alguna que otra batalla incierta…
- Pues también en eso llevas mucha razón. Tómate otro café.














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