200 años se cumplen, este 15 de septiembre, de la venida al mundo, en Viveiro (Lugo), de don Nicomedes Pastor Díaz, intelectual de gran talla, político de amplio espectro y variado catálogo, y poeta de bien acreditada fama en su tiempo, como uno de los exponentes más representativos del Romanticismo.
De esas tres facetas principales de su esencia vital traemos hoy aquí apunte resumido, que ha de servir, en primer lugar, como homenaje de memoria al egregio paisano en efeméride tan redonda, pero también, a la par y como segundo interés, así nos gustaría, como señuelo para que ustedes mismos, participando del sugerente “juego” que internet nos ofrece, busquen y rebusquen las muchas “entradas” que en la red completan y amplían los datos biográficos del personaje, los de su pensamiento y aportaciones en lo político, y el abundoso patrimonio literario que nos legó.
Comenzaremos la evocación por el curioso equívoco de su nombre, que era, en efecto, Nicomedes, aunque no Pastor su apellido. Leemos, al respecto, en Wikipedia (que no es siempre fuente de rigurosa garantía, aunque otras muchas -muchísimas- ciertamente sí, como en este caso):
Creció en el seno de una familia numerosa. Fue el tercero de diez hermanos, ocho mujeres y dos varones, y se le puso el nombre del santo del día, San Nicomedes, más el equivalente masculino del nombre de su madrina, Pastora. Su padre, Antonio Díaz, desempeñaba un puesto de oficial administrativo de la Armada, y con el tiempo llegó a ser titular de la contaduría de correos de Lugo. La madre era María Corbelle. Aunque era infrecuente para la época, todos los hermanos sobrevivieron a la infancia. Su único hermano varón, Felipe Benicio, fue interventor de pagos en el Ministerio de la Gobernación y Diputado a Cortes. Nicomedes ingresó en el Seminario conciliar de Vivero y luego en el Seminario Santa Catalina de Mondoñedo en 1823. Cuatro años más tarde marchó a estudiar Leyes en la Universidad de Santiago de Compostela, donde comenzó su actividad poética. Le afectó el cierre de las universidades decretado por Fernando VII y su ministro Francisco Tadeo Calomarde en 1832. Entonces se trasladó a Alcalá de Henares para proseguir sus estudios, y allí obtuvo el título de abogado en 1833. Parece ser que su vocación religiosa era sincera: murió soltero y, según contó Juan Valera, rezaba todos los días el breviario, fuera de que él mismo le dijo que se hubiera ordenado sacerdote de no tener ciertas obligaciones que cumplir.
A Nicomedes Pastor le tocó vivir, ciertamente, una de las etapas más convulsas de las muchas que ha habido en la historia de España. Así lo pone de manifiesto, con buenas palabras y mejor criterio, José Luis Prieto Benavent, en la semblanza que sobre nuestro personaje publicó en el suplemento “La Ilustración Liberal” de la web libertaddigital.com, cuya consulta completa sugiero:
La España en que nació Pastor Díaz era un país invadido y derrotado, sin Estado alguno, con una Monarquía prisionera y una Administración civil inexistente. Sin duda aquel fue uno de los períodos más caóticos y anárquicos de nuestra historia. Sin legalidad ni legitimidad alguna, España afrontaba la ruina material y moral de la guerra de la Independencia, la posterior reacción absolutista y finalmente la pérdida definitiva del imperio americano. La política era pura cuestión de fuerza y la división exclusivista entre partidos blancos y negros mantenía al país en una permanente guerra civil.
Su coetáneo Juan Valera juzga a Pastor Díaz como “el más romántico de todos nuestros modernos poetas”, con lo cual no hace ni pretende otra cosa que fijar la primacía del bate gallego dentro del movimiento en moda; nos dice que es, a su juicio, “el más” romántico, no necesariamente “el mejor”. Su producción literaria fue bastante abundante, si tenemos en cuenta que hubo de compaginarla con su intensa actividad política y diplomática. En ese terreno, desde su siempre acendrado monarquismo, ocupó diversas carteras ministeriales, y llevó a cabo algunas interesantes misiones diplomáticas en el extranjero. Rendido defensor de la Regente María Cristina, tarifó por esa causa vivamente con Espartero, lo cual le hizo dar con sus huesos en la cárcel, en cortas estancias, en dos ocasiones. Dentro del movimiento romántico, destacó como el gran valedor de José Zorrilla, al que prologó la primera edición de “Don Juan Tenorio”.
Estatua de Pastor Díaz, en la plaza que lleva su nombre, en su ciudad natal de Viveiro |
Nicomedes, en lo personal, era, según cuentan, un hombre de figura enjuta, austero y afable de trato, trabajador y algo -o mucho- tristón y pesimista. Un detalle que habla muy en favor de él es que, a pesar de los muchos cargos públicos que ejerció, ministerios, embajadas, rector de universidad, al cabo de su vida -murió con 52 años- no tenía ni un real; cuentan que hubo que vender parte de sus libros para pagar el entierro; y poco tiempo después hubo de concedérsele una pensión a su madre y hermanas para que pudiese sobrevivir. Con ésta, con su madre, mantiene frecuente correspondencia, aunque no podemos decir que menudee las visitas a Viveiro, a pesar de estar de aquí para allá, viajando, constantemente. Tal vez una de las razones de ese desapego con su villa natal, deriva del miedo y desagrado que le produjo su última estancia, cuando pretendió, sin éxito, ser elegido diputado a Cortes por aquella jurisdicción; además de no conseguirlo, resultó entonces poco menos que apedreado por sus oponentes políticos. De esto, y de la visión que él proyecta de su propia imagen, escribe en una carta a su madre, de la que entresacamos dos párrafos significativos: …”Y V. no se apesare porque no nos veamos tan pronto… Yo no he podido ir a esa casa ¿a qué iría yo? ¿Qué haría ahí? Luego no sé si me respetarían los partidos, tan intrigantes, tan temibles; aquí no, donde se le dice al mismísimo Regente una desvergüenza como un templo, y nos paseamos ante él sin saludarle, pero sí temibles en los pueblos chicos… Tengo treinta años, y más de treinta canas en el pelo, y mi corazón ya no se llena con las relaciones pasajeras de la sociedad. Tengo hambre y sed de la compañía de mi Mamá…[pero el reencuentro ha de esperar, porque…] …ahora estoy en una mala facha; seco, enjuto, desfigurado. Quiero que cuando V. me vea sea cuando esté un poco más guapo y más elegante: no se ría V. de mis pretensiones, ¡Vaya! ¡Pues no! He tenido yo mi poquillo de partido en el mundo galante, y aunque no buen mozo, me han dicho muchos piropos, y ha habido chismes y disputas, y celos y arañazos por miradas mías ¡Y ahora había de aparecer feo a los ojos de Mamá ¡No tal! Aguarde V. a que me ponga bonito.”
Acto inaugural, el 26/09/1891 |
En la variada obra de Nicomedes Pastor Díaz, ensayos, biografías, y hasta una novela “De Vistahermosa a la China”, que en su tiempo alcanzó un más que discreto éxito, lo más sobresaliente son sus poemas, en los que aborda una temática variada, aunque dominada casi siempre por el sentido de la nostalgia y la melancólica tristeza. El polígrafo y erudito Menéndez Pelayo, en su antología de las Letras Hispanas, no dudó en situar una composición de Pastor Díaz, “A la luna”, entre las cien mejores poesías de la lengua castellana:
Desde el primer latido de mi pecho,
Condenado al amor y a la tristeza,
Ni un eco a mi gemir, ni a la belleza
Un suspiro alcancé:
Halló por fin mi fúnebre despecho
Inmenso objeto a mi ilusión amante;
Y de la luna el célico semblante,
Y el triste mar amé.
El mar quedóse allá por su ribera;
Sus olas no treparon las montañas;
Nunca llega a estas márgenes extrañas
Su solemne mugir.
Tú empero que mi amor sigues doquiera,
Cándida luna, en tu amoroso vuelo,
Tú eres la misma que miré en el cielo
De mi patria lucir.
Tú sola mi beldad, sola mi amante,
Única antorcha que mis pasos guía,
Tú sola enciendes en el alma fría
Una sombra de amor.
Sólo el blando lucir de tu semblante
Mis ya cansados párpados resisten;
Sólo tus formas inconstantes visten
Bello, grato color.
Ora cubra cargada, rubicunda
Nube de fuego tu ardorosa frente;
Ora cándida, pura, refulgente,
Deslumbre tu mirar;
Ora sumida en soledad profunda
Te mire el cielo desmayada y yerta,
Como el semblante de una virgen muerta
¡Ah!. .. que yo vi expirar.
La he visto ¡ay, Dios! . . . Al sueño en que reposa
Yo le cerré los anublados ojos;
Yo tendí sus angélicos despojos
Sobre el negro ataúd.
Yo solo oré sobre la yerta losa
Donde no corre ya lágrima alguna . . .
Báñala al menos tú, pálida luna...
¡Báñala con tu luz!
Tú lo harás... que a los tristes acompañas,
Y al pensador y al infeliz visitas;
Con la inocencia o con la muerte habitas:
El mundo huye de ti.
Antorcha de alegría en las cabañas,
Lámpara solitaria en las ruinas,
El salón del magnate no iluminas,
¡Pero su tumba ... sí!
Cargado a veces de aplomadas nubes
Amaga el cielo con tormenta oscura;
Mas ríe al horizonte tu hermosura,
Y huyó la tempestad;
Y allá del trono do esplendente subes
Riges el curso al férvido Oceano,
Cual pecho amante, que al mirar lejano
Hierve, de tu beldad.
Mas ¡ay! que en vano en tu esplendor encantas;
Ese hechizo falaz no es de alegría;
Y huyen tu luz y triste compañía
Los astros con temor.
Sola por el vacío te adelantas,
Y en vano en derredor tus rayos tiendes,
Que sólo al mundo en tu dolor desciendes,
Cual sube a ti mi amor.
Y en esta tierra, de aflicción guarida,
¿Quién goza en tu fulgor blandos placeres?
Del nocturno reposo de los seres
No turbas la quietud.
No cantarán las aves tu venida;
Ni abren su cáliz las dormidas flores:
¡Sólo un ser . . . de desvelos y dolores,
Ama tu yerta luz! . . .
¡Sí, tú mi amor, mi admiración, mi encanto!
La noche anhelo por vivir contigo,
Y hacia el ocaso lentamente sigo
Tu curso al fin veloz.
Pásarte a veces a escuchar mi llanto,
Y desciende en tus rayos amoroso
Un espíritu vago, misterioso,
Que responde a mi voz. . .
¡Ay! calló ya... Mi celestial querida
Sufrió también mi inexorable suerte...
Era un sueño de amor, . . .Desvanecerte
Pudo una realidad.
Es cieno ya la esqueletada vida;
No hay ilusión, ni encantos, ni hermosura;
La muerte reina ya sobre natura,
¡Y la llaman . . .VERDAD!
¡Qué feliz, qué encantado, si ignorante,
El hombre de otros tiempos viviría,
Cuando en el mundo, de los dioses vía
Doquiera la mansión!
Cada eco fuera un suspirar amante,
Una inmortal belleza cada fuente;
Cada pastor ¡oh luna! en sueño ardiente
Ser pudo un Endimión.
Ora trocada en un planeta oscuro,
Girando en los abismos del vacío,
Do fuerza oculta y ciega, en su extravío,
Cual piedra te arrojó,
Es luz de ajena luz tu brillo puro;
Es ilusión tu mágica influencia,
Y mi celeste amor... ciega demencia,
¡Ay!. . . que se disipó.
Astro de paz, belleza de consuelo,
Antorcha celestial de los amores,
Lámpara sepulcral de los dolores,
Tierna y casta deidad,
¿Qué eres, de hoy más, sobre ese helado cielo?
Un peñasco que rueda en el olvido,
¡O el cadáver de un sol que, endurecido
Yace en la eternidad!
Ya publicada esta "entrada", muy pocos minutos después -lo que es muy de agradecer- mi buen amigo y paisano José Manuel Suárez Sandomingo, me recuerda amablemente que en un reciente trabajo de investigación hecho por él, y que yo leí ciertamente con buen interés este pasado verano, incorporaba el dato de que la estatua vivariense de Pastor Díaz fue financiada por el Centro Gallego de La Habana, que, a la sazón, por aquellos días presidía el egregio ortigueirés Fidel Villasuso. Anotada y añadida queda pues esta importante referencia. Y ya al hilo, digamos de paso, abundando sobre la meritoria estátua, que el primer impulso para su erección provino de otro ilustrísimo gallego, don Manuel Murguía, esposo que fue de Rosalía de Castro. Y así ya puestos, añadir, además, que la estatua en cuestión es de hierro recubierta con una capa de bronce; que mide 2,80 metros; y que fue moldeada por el escultor catalán José Campeny Santamaría y fundida en los talleres de Alejandro Wolgüemoutch, de Barcelona.
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