viernes, 23 de septiembre de 2011

Catálogo otoñal, y otras cuitas


      La vida y sus ciclos naturales, que se suceden y renuevan en una constante inexorable. El verano se fue, y henos aquí recorriendo ya las primeras horas de la nueva estación.
      Llegó, sí señor, el Otoño. Ya estamos en él, y su languidez inherente, trufada de melancolía, no tarda en hacerse patente en todos, cada cual en su caso y condición. Los días se acortan y la luz se hace más mezquina; las mañanas y las tardes refrescan, y hasta se tornan desapacibles cada vez con más frecuencia. Todo eso es común, ciertamente igual para todos en mayor o menor grado. Otras notas, sin embargo, de oscura desazón otoñal, son propias de cada quien en su circunstancia. En la mía, por poner un ejemplo, el arranque del Otoño indefectiblemente me induce al llanto, cuando me veo incapaz de cuadrar las cuentas que cada año vienen a atosigarme y a asfixiarme con estos primeros fríos. Las matrículas de la universidad me dan un palo que me descompone, no obstante entender -quiero leerlo así- que al fin es inversión de esperanzada rentabilidad futura; pero lo que me mata y me sume en depresión total y patológica, es el renovado afán expropiatorio, confiscatorio y ladrón -que otro título no cabe, si nos dejamos de eufemismos- del insolente recibo del IBI que, como premonición del duro invierno que apunta, comparece en el buzón, siempre y con bien poca caridad y delicadeza, en estos días de tan difícil y depresivo tránsito estacional. ¡Más de mil euros!, oiga usted y espántese, me requiere esta vez Gallardón y los suyos. Así, ¡con un par! Y no hay reclamación ni descargo posible: o pagas…o pagas. No hay vuelta. O sí la hay, aunque requiere, probablemente, del valor y la determinación juvenil que acaso yo ya he perdido: la liquidación de tu breve mochila, el consecuente corte de mangas, y el ¡ahí os quedáis!... ¡A robarle a tu…()... madre!, que me vuelvo al pueblo.
      Bueno, pues tras este desahogo -para el que, amable lector, ruego tu comprensión y disculpa- vamos al enunciado de esa despensa otoñal, con la salvedad hecha de que las sugerencias que siguen son para ti, que no para mí, como viene de explicarse, que no he de transitar por este tiempo más que con macarrones y lentejas.
      Es el Otoño, en lo gastronómico, una estación ni mucho menos exenta de atractivas posibilidades. Se reabre, por ejemplo, en ella, el fascinante mundo de los hongos y las setas, con un amplio catálogo, que se va sucediendo y enriqueciendo al compás de ese ciclo regular de lluvias y soles que por este tiempo son tan propios. Y llega la caza, que es otra de las grandes estrellas otoñales, con sublimes platos de perdices, codornices, liebres, corzo, conejos…
      De la despensa marina, gran número de pescados, y la inmensa mayoría de los mariscos, alcanzan su mejor punto sazón al dejar atrás el verano. Merluzas, pescadillas, salmonetes y lenguados se ofrecen en su mejor momento. Y otro tanto cabe decir de las carnes, que, aunque en general su calidad no varía demasiado a lo largo de todo el año, en el ciclo otoñal presentan una carga de grasa más ligera, y casi siempre también, con mucha frecuencia, un precio más sugerente y asequible.
      En cuanto a la cesta de verduras y hortalizas, y otro tanto ocurre con la fruta, la generalización de los cultivos bajo plástico, de invernadero, ha arrumbado prácticamente el ciclo tradicional de la estacionalidad. De todo hay todo el año. Pero, para quien pueda acceder a mercados restringidos de producción local, el tiempo otoñal nos traerá (a partir de noviembre), esa delicia golosa que son las patatas tardías. También a mediados de estación llegarán las castañas, las piñas y los nísperos. Y por ese tiempo, vuelven las mejores naranjas, en su punto óptimo de saludable expresión.
      Para los paseantes de otoño, ahora que eso de andar está tan de moda, la nueva estación invita a vigilar con más atención los ribazos, pues es el tiempo de muchas de esas sabrosas frutas espontáneas y silvestres, como la zarzamora, el endrino, el arándano. Y dado que en este tránsito todavía podemos disfrutar de buenas ciruelas, melocotones, membrillos, higos y peras, es tiempo propicio, bien se diría que ideal, para la elaboración casera de conservas y mermeladas.
      Y tampoco, en fin, deberemos olvidar esa otra energía concentrada que el otoño nos ofrece: los frutos secos. Su presencia en la mesa, bajo la forma de aperitivos, simplemente colocados en platitos para ir picando, como aderezo a una ensalada, como guarnición, como base de una salsa o de una crema o una sopa, será en este tiempo un disfrute posible y bien gratificante. Buen provecho




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