Dry Martini y gin-tonic son, sin duda, las dos combinaciones de más éxito y más celebradas mundialmente sobre la base de la ginebra como ingrediente esencial. Dos combinados que, en definitiva, no dejan de ser en su fundamento sendos cócteles... Y por ahí vamos a empezar.
Dry Martini |
Como todo lo que tiene que ver con la ginebra –el “gin”- el “cóctel” también nos remite al universo anglosajón. La palabra en cuestión, “cock-tail”, es ciertamente inglesa, y viene a significar algo así como “cola de gallo”, lo cual no deja de parecer insólito como nombre de una combinación de bebidas alcohólicas –que ello es, y no otra cosa, el cóctel-. Así pues, la primera curiosidad podría situarnos en saber de dónde viene la tal palabra, ¿cuál es su origen, y la razón que lo explica?
Pues bien, en esto, como respuesta a esa cuestión hay varias teorías, aunque ninguna de claridad concluyente: Evidentemente, el origen léxico es inequívocamente inglés. Algunos defienden que la expresión nació en los Estados Unidos, en la época de los pioneros exploradores, los cuales, según esta teoría, tendrían la costumbre de cosquillear su garganta con plumas de gallo empapadas con una infusión de pimientos picantes, a fin de excitar la sed.
Ciertamente, esta curiosa teoría del “cosquilleo” en la garganta nos parece un tanto peregrina, y es así que no se considera con excesiva seriedad a la hora de documentar el origen cierto de la palabra “cocktail”, aplicada a su significación común de “combinado de bebidas”. Mucho más seria –aunque no menos curiosa- parece la candidatura “británica”, que defiende que “cocktail” (“cola de gallo”) era una expresión propia del argot de los aficionados a la cría caballar, quienes se referían con ello a un tipo de “caballo mestizo”, de razas mezcladas.
Pero aún hay otra tesis, que vuelve a la defensa del origen transoceánico del término, si bien en este caso apunta a una solapada raíz francesa, a través de la ciudad de Nueva Orleáns. Y hasta, en ese argumentario, se llega a precisar el presunto lugar concreto del invento, el número 437 de la calle Real de esa ciudad, donde tendría su establecimiento al público un boticario francés llamado Peychaud, quien servía sus mixturas y preparados en una “coquetier”, es decir, en una huevera, agitando el contenido hasta obtener una mezcla uniforme. Y así –según esta teoría “francesa”-, vendría a aclararse la raíz de la cuestión: con los años, el término “coquetier” vendría a pasar al inglés como “cock-tail”.
En fin, que, como decíamos, ninguna de las tres nos aclara con suficiencia categórica la polémica. En todo caso, sea cual sea el origen léxico del término, no parece que pueda quitar gloria alguna a los estadounidenses en orden a su protagonismo como promotores y populizadores de los cócteles; especialmente, por la difusión universal de su cine, que en los años veinte y treinta, con tanta frecuencia retrataba en blanco y negro aquellos sofisticados ambientes en los que no podía faltar un cóctel. Aquellos tiempos en los que, con elegancia infinita, vestida con su traje hasta los tobillos y unos seductores guantes hasta el codo, la sofisticada Rita Hayword se echaba al coleto un “Blody Mary”, es decir, una mezcla agitada de wodka, zumo de tomate y un toque de pimienta y angostura. Y el bueno de Glenn Ford hacía lo propio con su “Manhatan”, explosiva combinación de Burbon, Martini rojo, azúcar y angostura. En una escena, discretamente observada desde el fondo de la barra por un enigmático Humprey Bogart, enfundado en su gabardina y apoyado en su sempiterno “Dry Martini”, su “Martini muy seco”, o lo que es lo mismo, ginebra muy fría, aderezada con una gota brevísima de vermut, y el complemento esencial de una verde aceituna en el fondo de la copa, ensartada en un palillo.
Bien, pues así anunciado ya, centrémonos algo más en ese Dry Martini, universalmente reconocido como “el rey de los cócteles”. La fórmula ya quedó dicha –aunque, sobre las proporciones, todavía queda mucho que contar, y mucha polémica que dirimir- Su origen también es incierto, por poco preciso. La idea más extendida habla de que nació en un hotel neoyorkino, y por la conjunción de un bárman, curiosamente apellidado Martini, y su principal cliente, el multimillonario Rockefeller, quien aportó la necesaria difusión y proyección al invento.
Luego, la historia registra un sinfín de aportaciones, de enriquecimiento de la fórmula en orden al porcentaje de sus ingredientes, suscritas por una pléyade de personajes célebres. Entre los hispanos, recogemos la versión de Luis Buñuel, quien, según él mismo escribió, preparaba todos los ingredientes de víspera; luego, ponía hielo, lo más seco posible, en el vaso mezclador, vertía sobre él unas gotas de vermut, movía un poco los cubitos, y escurría totalmente el líquido. En ese hielo “aromatizado” por el vermut es donde, luego, “trabajaba” la ginebra.
A Winston Churchill se le atribuye también un método propio y aún más restrictivo en cuanto a la proporción ideal de vermut. De hecho, bien se diría que la propuesta de Churchill es “el colmo”, el “no va más”. Decía sir Winston que para dar con la clave de un buen dryMartini era suficiente con dejar que la luz del sol pasase a través de una botella de vermut muy seco antes de incidir sobre el vaso mezclador en el que estaba el hielo y la ginebra; con ese “efluvio luminoso”, según Churchill, era suficiente.
Desde luego, la fórmula del histórico premier inglés resulta hasta poética, pero no parece ajustado prescindir hasta ese punto del concurso del vermut en la mezcla. En todo caso, establecer la proporción adecuada entre ginebra y vermut no es asunto en el que muchos se pongan de acuerdo. Ernest Hemingway, por ejemplo, que en sus novelas hizo célebres los “dry martini” del veneciano “Harry’s Bar”, anota que la clave estaba en prepararlos “estilo Monty”, o, lo que es lo mismo, “una parte de vermut por quince de ginebra”. Justificaba ese nombre argumentando, con cierto recochineo, que Monty, el mariscal británico Montgomery, vencedor de Rommel en El Alamein, jamás entraba en combate si sus fuerzas no estaban en relación de quince a uno con las de su enemigo.
En otro ejemplo final, igualmente memorable, de los muchos que cabe evocar entre los rendidos aficionados al dyMartini que han hecho célebre su devoción, no querríamos olvidar al legendario personaje cinematográfico de James Bond, quien, en su mejor encarnación, sin duda la de Sean Connery, sentó orden de máxima sagrada para el buen disfrute del cóctel aquella recurrente de "shaken, never stirred, please", que ya todo el mundo se sabe de memoria: "removido, por favor, nunca batido"...
Y aquí dejamos por hoy la cuestión. En una próxima entrega -prometido queda ya- completaremos la referencia a la ginebra con la historia y claves de otro de sus combinados universales: el gin-tonic
No hay comentarios:
Publicar un comentario