domingo, 7 de agosto de 2011

El melocotón...y la "Copa Melba"


      El verano es una estación singularmente pródiga en productos y frutos de alta calidad gastronómica. Uno de ellos, hermoso como pocos a la vista y delicioso en el dulce frescor de su sabor, es el melocotón.
      Melocotones todo el verano, entendiendo incluso la estación con amplitud de márgenes: desde primeros de junio, cuando nos llegan las variedades “tempranas” de Huelva, Sevilla y Valencia, pasando luego por los “semiprecoces”, agosteños, de Extremadura y Cataluña, para rematar finalmente con los deliciosos “tardíos”, leridanos y aragoneses –los celebérrimos de Calanda-, que mantienen su presencia en los mercados hasta bien entrado el mes de octubre.
      En general, esa es la gran ventaja para el consumidor de las frutas de hueso, albaricoques, cerezas, y melocotones también, que, a diferencia de otras, no resisten nada bien su conservación en frigorífico, -léase su congelación- por lo que su temporada finaliza cuando acaba su producción natural. Otra cosa son las recolecciones “en verde”, que aquí también se dan, permitiendo luego, al inducir su maduración coyuntural “en cámara”, prolongar las temporadas algún tiempo más de su ciclo natural.
      El melocotonero es un árbol de antiquísimo conocimiento y aprecio; probablemente originario de China, donde hay constancia de su existencia 3.000 años antes de Cristo. Como en el caso de tantos otros frutos de aquella procedencia, la deriva de su extensión hacia el oeste fue lenta. La cultura occidental –y hablamos de la grecolatina- descubrió el melocotón en Persia, y fijó allí equivocadamente su origen, bautizándolo por ello como malum pérsicum (manzano persa), que aún hoy es su nombre científico. El nombre en castellano también deriva del latín, aunque en este caso del juego de combinación de dos palabras: malum (manzana) y cotonium (membrillo).
Copa Melba, en versión moderna
y simplificada
      Además del veraniego consumo en fresco, los melocotones cumplen un papel importantísimo en la industria conservera, situándose como una de las frutas envasadas de mayor utilización en el mundo, en forma de almíbar, o mermelada. También en la cocina tiene su lugar, participando, muchas veces combinado con vino, en recetas de pato, faisán, y otras volátiles de alta cocina. En lo que hace al postre, la cumbre más legendaria es –fue-, la famosa “Copa Melba”, que hizo furor en los locos tiempos de la “belle epoque”.
      La tal Melba, Nelly Melba, fue una celebrada soprano que triunfó en los escenarios operísticos hasta su retirada, en 1926. Realmente Nelly Melba era su nombre artístico, ya que en realidad se llamaba Helen Porter, y había nacido en Australia. Pero como Nelly Melba se hizo un hueco estelar en el mundo de la ópera, y a su encumbramiento –según las malas lenguas- no fue ajeno el rey británico Eduardo VII, que bebía por ella los vientos, y acabó por ennoblecerla concediendo el título de lady.
Nelly Melba
      Antes de que tal ocurriera, Nelly ya era una estrella, una gran diva. En 1893 triunfaba en el Coven Garden londinense. Allí la escuchó una noche el gran cocinero Augusto Escoffier, quien, a la sazón, por entonces dirigía las cocinas del glamuroso Hotel Savoy. Escofier quedó absolutamente prendado de la voz y el arte de la australiana. Y ocurrió que, justo al día siguiente de aquella experiencia musical tan impactante, a la Melba se le ofrecía una cena-homenaje, precisamente en el Savoy. A los postres, Escofier sorprendió a todos con una original y espectacular creación: los camareros empujaron al centro del salón un gran cisne de hielo entre cuyas alas había como una bandeja de plata; en cuyo fondo aparecían unos melocotones sobre un lecho helado de vainilla. Estos melocotones tenían como cobertura un puré de frambuesa y los rodeaba una finísima nube de azúcar hilado. El “Ohh…”, asombrado y goloso, de la concurrencia fue general. Había nacido, para la historia, la celebérrima “Copa Melba”. Buen provecho.

















No hay comentarios:

Publicar un comentario