miércoles, 8 de junio de 2011

George Sand, la vida a tope


      George Sand, seudónimo de Aurore Dupin, fue la escritora más importante del Romanticismo francés. Sin embargo, la pervivencia de su fama –casi su leyenda- no deviene tanto de sus libros –hoy injustamente olvidados- cuanto de la peripecia de su vida novelesca, fulgurante, escandalosa y ciertamente insólita en su época. Y es que George Sand, sin el menor disimulo, hizo gala de un sinfín de amantes, una auténtica colección, algunos de ellos bien célebres, como los también escritores, Prosper Merimèe y Alfred Musset, o el músico Federico Chopin. “Mutatis mutandis” el género, George Sand fue una auténtica “Don Juan”, una “Doña Juana”, en este caso, y hasta cabe sospechar que llegó a sufrir de la disfunción sexual que nuestro Marañón definió al estudiar el mito como “donjuanismo”, es decir, una práctica y soterrada impotencia e incapacidad para el disfrute sexual. Tal fue, de ser así, su más cruel paradoja a lo largo de una vida que concluía, casi a los 72 años de edad, el 8 de junio de 1876, hace 135 años.
dibujo, de Alfred de Musset
      Aurora había venido al mundo en el mes de julio de 1804. Apenas un mes antes, sus padres se habían casado en Paris, en una boda civil triste y casi vergonzante por la desigual condición de los contrayentes. El novio, Maurice Dupin, era un aristócrata y bizarro militar, en tanto que la novia, Victoria Delaborde, era una chica de humildísima condición que hasta entonces había ejercido como “entretenida” del militar. La recién nacida recibió el nombre de Aurora, como su abuela paterna, aunque ésta no llegó a conocer de su existencia, ni del matrimonio de su hijo, hasta pasados cuatro años. Y es que la abuela, inmensamente rica y emparentada en su linaje con duques y mariscales, y hasta con reyes de Francia y de Polonia, se temía iba a montar en cólera al conocimiento de aquella noticia. Sin embargo, cuando al fin la supo, la acogió bastante bien, en buena medida por el cariño que de inmediato sintió hacia su nieta, una deliciosa niña de ojos oscuros e inquietos, llenos de vitalidad. Por ese encanto, el matrimonio acabó por lograr la anuencia e instalarse en la imponente finca familiar; pero la felicidad duró muy poco, porque una noche de septiembre de 1808, volviendo el padre de una francachela con los amigos, sufrió una fatal caída del caballo, y se desnucó. Así fue como Aurora Dupin, la futura George Sand, se quedó huérfana de padre antes de cumplir los cinco años.
      La abuela tomó entonces directamente a su cargo el cuidado y la educación de Aurora, por la que acrecentó aún más, si cabe, su cariño, dado el parecido, vivo retrato, que la niña tenía con su fallecido padre. Hasta los 13 años vivió feliz en la finca campestre, pasando luego a ocupar plaza en el más selecto internado de Paris, donde estuvo hasta el repentino fallecimiento de su abuela, que le legó todos sus bienes.
Residencia familiar de Nohant
      Y ya tenemos a Aurora Dupin convertida, a los 17 años, en una de las más ricas propietarias de Francia, además de chica lista, impulsiva, que gusta de la caza y de la equitación, así físicamente no sea gran cosa: de corta estatura, muy delgada y con las curvas femeninas apenas insinuadas, pero, con la complicidad de sus grandes ojos, capaz de irradiar un encanto y una simpatía irresistibles.
      Como marca su tiempo, es también acusadamente romántica y enamoradiza, y no tarda en caer en las redes de un joven militar, de 27 años, de nombre Casimiro Dudevant, con quien se casa, en Paris, en septiembre de 1922
      El matrimonio tuvo un arranque feliz, pero el cansancio no tardó en llegar; entre otras cosas, porque el tal Casimiro decidió colgar el uniforme –con la consiguiente merma de galanura a los ojos de Aurora- y destapar sin trabas su verdadero carácter pacífico, tranquilo y bonachón, para dedicarse exclusivamente a la administración de la finca heredada, todo lo cual se tradujo en clara decepción para su mujer. Tal vez también bebía un poco demasiado, y empezó a menudear las bromas y los galanteos con las doncellas y las campesinas. A Aurora, que odiaba la monotonía de las pantuflas y el brasero casi tanto como la soporífera paz de la enorme finca, todo aquello acabó por sacarla de quicio, y acabó por decidirla a marchar sola a Paris, aunque la separación legal no llegó a consumarse hasta 1836
El juego con la ambigüedad de
Aurora fue otra de sus notas
característica. Se le atribuye
también una relación homosexual
con la actriz Marie Dorval
      Aquel matrimonio había dado por fruto dos hijos: un varón, de nombre Mauricio, y una niña, de nombre Solange, que había de destaparse con una carácter independiente y altivo, copia exacta del de su madre. Cuando esta niña se hizo mujer, las relaciones madre-hija pasaron de tormentosas a auténticamente envenenadas, en particular cuando entre las dos se cruzó la rivalidad por los mismos amantes. Lo cierto es que Solange nunca amó a su madre. Y ésta se sintió herida por un odio antinatural, que era, en el fondo, recíproco e invencible.
      La colección de amante de George Sand, quien defendió siempre el amor libre y nunca tuvo el menor reparo en exhibir sus relaciones extramatrimoniales, se inauguró con el joven Jules Sandeau, un estudiante de 19 años, rubio y efébico, con vocación de escritor. Fue éste quien inició a Aurora en la literatura, al proponerle la empresa de escribir juntos una novela. Así lo hicieron, y no una sino dos, que vieron la luz con el seudónimo de “Jules Sand”, es decir, el nombre de él acortado sólo en una sílaba. Junto al joven Jules, Aurora conoció, y se integró y sentó plaza en los ambientes literarios parisinos de corte más vanguardista. Al fin, la relación entre los amantes acabó por agotarse, pero no antes de que Aurora hubiera aprovechado bien la enseñanza de aquel competente y amantísimo maestro. Ahora ya se sentía con fuerzas para realizar sola el trabajo. Y así lo hizo, y tuvo éxito. “Indiana”, su primera novela, apareció con la firma, por primera vez, de “George Sand”, seudónimo tomado, como bien se ve, del primero “a medias”, “Jules Sand”, trocando simplemente el patronímico de Jules por el de George. Y así, Aurora Dupin, madame Dudevant, convertida en escritora, comenzaría una fulgurante carrera escudada bajo un nombre nuevo, masculino y bien sonante, que habría de acabar por sustituir para la historia al suyo propio.
Estatua en el parisino Jardín de
Luxemburgo
      Luego de aparcado el joven Jules, George Sand amó fugazmente a otro escritor, éste, aunque no todavía plenamente consagrado, ya por entonces mucho más destacado y brillante que el anterior. Su nombre, Próspero Merimée, que vivió con la señora Sand una aventura que derivó en brutal ruptura cuando, como había hecho con Jules años antes, Aurora tomó la iniciativa, y una noche, a orillas del Sena y bajo la luna, le espetó al escritor sin miramientos que ya estaba bien de frases hermosas y que era hora de pasar al terreno de los hechos. Según se cuenta, a la mañana siguiente Merimée abandonó el lecho de la dama dejando unas pocas monedas en la repisa de la chimenea. Del asunto conoció y debatió todo Paris, pues uno y otra se encargaron de divulgar sendas versiones muy distintas de lo realmente ocurrido. Sin embargo, el escándalo no impidió –sino incluso bien al contrario- que otro escritor de campanillas se subiera al carrusel amoroso de George Sand, en este caso el también efébico, frágil y enfermizo, Alfred de Musset.
      El romance con Musset, por entonces un furibundo romántico de vida desenfrenada y complacida fama de libertino, enganchó a George Sand en una espiral de locura pasional de aristas contradictorias. Lo cierto es que en este caso no parece que fuera George Sand la vampiresa, sino todo lo contrario: fue Musset quien la enredó en esa espiral, hasta conseguir llevársela con él a un periplo por Italia. La relación entre ambos, siempre tormentosa, hizo crisis en este viaje. Por el carácter indolente de Musset, mucho más joven que ella, y la desenfrenada bohemia de él, enganchado al champán y al opio, tísico y permanentemente voluble en su actitud vital, la relación entre ambos fluctuó entre lo materno-filial y su condición formal de amantes. En Génova, Sand cayó enferma a causa de unas fiebres, y Musset empezó a frecuentar mujeres y a beber. Ya repuesta Sand, llegaron a Venecia, y allí fue él quien cayó gravemente enfermo. Sand llamó entonces a un médico joven, el doctor Pietro Pagello, y, como tenía ya por costumbre, George Sand, tomó la iniciativa y el joven doctor cayó en sus redes allí mismo, mientras ambos cuidaban del enfermo. Finalmente recuperado, Musset regresó solo a Paris, y George Sand prolongó cinco meses más su estancia en Venecia junto al joven médico.
Aurora no era mala como dibujante, como bien refleja
este apunte de Federico Chopin
      En el verano de 1834, George Sand ya había agotado su curiosidad por Venecia. Sus éxitos literarios se sucedían e incrementaban a cada entrega –estamos en el tiempo del furor por la novelas y relatos de aparición seriada, en formato de folletín, en los diarios y revistas-. Volvía a reclamarla Paris. Tenía que regresar, y así se lo hizo ver a Pagello, ofreciéndole que la acompañara. El médico y ella misma sabían que su relación estaba agotada, no obstante Pietro aceptó el traslado. Ya en Paris, Sand trató de dar viabilidad económica a su amante. No ahorró sutilezas para mostrar con él su generosidad sin herir su orgullo, pero la relación sentimental estaba más que agotada. Sand volvió a frecuentar a Musset, y finalmente, Pagello optó por regresar a su Venecia.
      Entró en escena entonces un nuevo amante. Esta vez un abogado de brillante currículo: Michel de Bourges, al que George Sand había contratado para dirigir el pleito de divorcio de su marido, que seguía instalado y administrando la hacienda familiar. Gracias a Bourges, Sand logró separarse legalmente, y hacerlo sin perder la custodia de sus hijos. Precisamente, en la nómina de amantes, vino a sustituir al abogado un joven de 23 años llamado Felicien Mallefille, a la sazón preceptor de su hijo Mauricio.
Estampa invernal de Valldemossa
      Estaba en esta “entente” con el joven Felicien cuando, en el invierno de 1837, George Sand inició su idilio con el músico polaco Federico Chopin, con quien estableció uno de los lazos más sólidos y largos en la apasionada vida de la escritora. Con Chopin –de la misma edad de Musset, artista sublime, aquejado de la misma enfermedad y neurótico insoportable como aquel- George Sand hubo de desplegar por segunda vez aquel ambiguo sentimiento de amiga-amante-madre-enfermera que le permitía encontrarse a sí misma y dar lo mejor de su alma. El idilio tuvo su momento más álgido en el invierno que ambos pasaron refugiados y perdidos del mundo en la isla de Mallorca, de la que dejó cuenta escrita en su obra "Un invierno en Mallorca". La relación, agotada también al fin, se mantuvo no obstante, aunque con otro tono mucho menos pasional, cuando ambos regresaron a Francia.
George Sand, un año antes de su muerte
      La nómina de amantes de Sand siguió creciendo, y se cuentan luego varios, entre ellos el famoso escritor socialista Pierre Leroux. El último de los públicamente reconocidos, cuando ya la dama frisaba los sesenta años, fue un colega de su hijo, de nombre Alexandre Manceau, al que la escritora había contratado como secretario particular.
      De toda esta peripecia vital tan compleja y abigarrada, de la que nunca, como ya hemos dicho, se recató en su tiempo, en 1855 hizo George Sand balance puntual y recuento pormenorizado en su obra “Historia de mi vida”, en cuyas páginas, de estremecedora sinceridad, junto con los encantos, anhelos y decepciones de tantísimas vivencias, apunta la escritora indicios claros de la presunta disfunción sexual que al principio señalábamos y que probablemente le aquejó; aquella que nuestro Marañón definió como “donjuanismo” en clave ciertamente patológica. Que tal pudo ser la gran desgracia de George Sand se deja ver en algunos párrafos esclarecedores, como cuando confiesa y reconoce: “El amor del alma lo puedo inspirar y compartir, pero el otro (el de los sentidos) no ha sido hecho para mí; o más bien yo no he sido hecha para experimentarlo”... O también, en otro momento, más dramático y quejumbroso aún, cuando escribe: “¿Por qué, Dios mío, me habéis hecho nacer mujer, si querías cambiarme en piedra un poco más tarde?...
Su tumba, en Nohant
      Retirada sus últimos años a su finca campestre, ya atemperado al fin su ánimo y rodeada de nietos, en plenitud de lucidez literaria hasta el último momento, la baronesa Aurora Dupin, George Sand, fallecía, a los 72 de su edad, un día como hoy hace 128 años, el 8 de junio de 1876, en los días en los que Francia encaraba los primeros difíciles pasos de su III República.









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