Me complace ofrecerles hoy, en este apartado singular, no gastronómico, del blog ¡que no todo va a ser cuchipanda y bebercio!, la evocación de una de las páginas más notables de nuestra historia contemporánea: el vuelo del Plus Ultra, primer enlace aéreo entre Europa y América. Sin duda alguna, auténtico hito español de trascendencia histórica.
Las enciclopedias y los anales de la aviación mundial lo han recogido con suficiencia y relieve, aunque acaso no tanto como el que hiciera Lindhber, un año después, por la ruta del Atlántico norte. Cierto que el estadounidense llevó a cabo su vuelo en solitario, pero el de los cuatro españoles, Franco, Ruiz de Alda, Durán y Rada, ...primero, fue el primero, eso indiscutible; y, segundo, cubrió una distancia significativamente mayor: 10.270 kilómetros, en 59 horas y 39 minutos.
El reto, en el arranque de 1926, era repetir la gesta de Colón, enlazando ahora a Europa y América por aire. En España gobernaba el general Primo de Rivera quien, tres años antes, había dado un golpe de Estado peculiar, con la soterrada anuencia de la mayor parte de los partidos políticos y la aceptación del rey Alfonso XIII. Como trasfondo propicio para avalar la aventura jugó, sin duda, la situación de enquistamiento por la que atravesaba la guerra de Marruecos, y los graves reveses sufridos allí, en particular el impactante desastre de Annual, en 1921.
En ese marco general, en 1925 el oficial de aviación Ramón Franco fue comisionado por el gobierno para viajar a Italia y Alemania, y gestionar la compra de cuatro hidroaviones Dornier Wal, que deberían estar listos para participar en el desembarco de Alhucemas. Pero sólo tres llegaron a tiempo para esa misión. El cuarto, especialmente preparado con dos motores más potentes, de 450 CV cada uno, llegó más tarde, y fue el destinado a la aventura, pergeñada por Franco, de acometer un raid a Argentina.
En noviembre de 1925, una vez seleccionada por Franco la tripulación que habría de acompañarle, el capitán Ruiz de Alda, el teniente de navío Durán, y el mecánico Pablo Rada, se acometieron las reformas necesarias en el aparato (especialmente, aligerarlo de pesos prescindibles y ganar capacidad en los depósitos de combustible) y se hicieron los primeros ensayos de navegación ajustando esas reformas. Todas estas operaciones y planes se llevaron a cabo con la mayor discreción, no fuera que otros países supieran del empeño, y trataran de adelantarse en la gesta.
Toda esa intensa etapa de preparativos, ajustes y ensayos funcionó perfectamente, y también la discreción necesaria, ya que hasta apenas unos días antes no se dio a conocer la fecha de la salida, que muy significativamente tuvo lugar, el 22 de enero de 1926, desde las aguas del puerto onubense de Palos de Moguer.
Primera etapa a cubrir: Las Palmas de Gran Canaria...en 8 horas. Etapa que resultó, como diríamos hoy en lenguaje ciclista, “tranquila”. Allí, ajustaron equipos, revisaron mapas, tomaron combustible y vituallas, y despegaron de nuevo el día 26.
La siguiente escala la hicieron en Porto Praia, en las islas de Cabo Verde, que también se cubrió sin dificultad reseñable, salvo la observación que les hizo ver que, con la carga que llevaban, se les iba a hacer muy difícil dar el salto crucial a la costa brasileña. Así que, allí mismo aligeraron de nuevo el hidroavión, desmontando de él más equipos, y decidiendo también que allí iba a quedarse en tierra el teniente de navío Durán.
De los equipos de navegación que desmontaron, tan sólo se quedaron con la brújula, el sextante, y el novedoso radiogoniómetro, que en esta ocasión venía a usarse por primera vez en el mundo en este tipo de vuelos, en medio de un mar sin referencias visuales, y muy probablemente con inmensas áreas cubiertas de nubes. Ocioso es decir que entonces los vuelos se realizaban a apenas unos centenares de metros por encima de la superficie, y que, en un reto como éste, apurar los motores para ascender de cota supondría un gasto de combustible probablemente fatal.
El comandante Franco, y Ruiz de Alda |
Así aligerados, los ya tres tripulante despegaron de Cabo Verde el día 30 enfilando la inmensidad del Atlántico. La meta prevista era Recife, en Brasil, adonde calculaban llegar con luz diurna, ya que el amerizaje de noche conllevaba un riesgo más que temerario. Tras 12 horas y 25 minutos de vuelo, que en momentos resultó infernal, metidos en violentas tormentas, constataron que su previsión temporal se había retrasado. El día empezaba a declinar, y antes de que lo hiciera del todo, decidieron amerizar y pernoctar en la isla de Fernando de Noroña, a unos 550 kilómetros del final de la etapa. De hecho, al hacerlo, la noche se les echó encima, y tuvieron que amerizar al límite de luz, debiendo recorrer luego los 45 kilómetros que les faltaban para la isla navegando sobre el mar como un buque.
La gesta, en un diario bonaerense |
Al día siguiente, remontaron el vuelo hacia Recife, pero, cuando estaban a unos 100 kilómetros de ese objetivo, volando sobre el mar, un grave percance vino a poner en peligro el logro de la empresa: la hélice de uno de los motores se rompió, y ello puso a prueba, de una parte, la pericia de Ramón Franco como aviador, para permanecer en el aire con un solo motor, casi a ras de agua; y, de otra, la profesionalidad y valor del mecánico Rada, que hubo de repararla encaramado al fuselaje en pleno vuelo. Pero, por fin y por fortuna, llegaron a Recife, donde les recibió una multitud. En todo caso, nada comparable, aquella acogida, a la que les aguardaba en la siguiente etapa, Río de Janeiro; y nada aún con la que se congregó, más tarde, en Montevideo, cubriendo distancias, todas ellas en estos “saltos”, superiores a los 2.000 kilómetros. O, dicho de otro modo, etapas de más de 12 horas de vuelo cada una de ellas.
Amerizaje en Buenos Aires |
Por fin, el 10 de febrero dieron el salto sobre el Río de la Plata, y amerizaron, en auténtico olor de multitud, en el puerto de Buenos de Aires, donde el ambiente y la fiesta era de las que hacen época, auténticamente inenarrable. La gesta ya había trascendido al mundo entero, y ocupaba portadas en todos los periódicos.
Franco, Ruiz de Alda y Rada permanecieron en Argentina, de agasajo en agasajo, varios meses. Finalmente, regresaron a España en barco. El Plus Ultra se quedó allí, y allí acabó su vida operativa muchos años después, pues se sabe que estuvo operando como correo a la Patagonia en vuelos semanales durante quince años. Finalmente, tras un breve paso por el Museo Luján de Buenos Aires, el viejo Plus Ultra, desmontado en sus gastadas piezas, hizo también su viaje de vuelta embalado en la bodega de un barco. Hoy, reconstruido y restaurado, se exhibe como la pieza más noble y valiosa del Museo del Aire, aquí en Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario