En el calendario tradicional de la gastronomía española, este tiempo de la Pascua se muestra con un acento de muy especial dulzor en el capítulo de los postres: las torrijas –de las que les hemos contado en página reciente- son emblema, como también lo son los bartolillos madrileños, los hornazos castellanos, las filloas gallegas, la leche frita, los orejones vascos, los frangollos canarios, los buñuelos de viento, y, por supuesto, las cocas, monas y huevos de Pascua, de general presencia en todas las regiones españolas, aunque con particular arraigo en la amplia franja del Levante mediterráneo, Cataluña, Valencia y Murcia.
En todos esos postres dichos cumple un papel esencial, como protagonista o como ingrediente-complemento indispensable, el huevo. Y no por casualidad, sino por que el huevo en todas las culturas, desde las más primitivas, ha tenido un valor simbólico de nacimiento y renovación periódica de la naturaleza. Es por ello que cuando el cristianismo empezó a conmemorar el misterio de la Resurrección –allá por el siglo II- no tuvo que buscar muy lejos para encontrar un símbolo popular y fácilmente identificable.
Y así, con esa raíz antigua, a lo largo y ancho de toda España se pueden encontrar, y perviven, múltiples variedades de dulces o panes adornados con huevos, las más de las veces cocidos, y ubicados en su interior, como los dichos hornazos, o las monas de Pascua.
No obstante, el origen de la palabra “mona” no parece apuntar al cristianismo, sino a lo mahometano, si damos por cierta la tesis que afirma su derivación del vocablo árabe “munna”, que significa obsequio. Lo cual explicaría también la inmemorial costumbre de que sean los padrinos quienes regalen a sus ahijados “monas” por este tiempo de Pascua.
En ese sentido tradicional, la “mona” se constituía en la merienda estelar de estos días. Aquellas primitivas y sencillas “monas”, que no pasaba de ser una suerte de pastelones simples, adornados indefectiblemente con huevos, han ido evolucionando a lo largo de los años, y de los siglos, hasta llegar a nosotros hoy en día totalmente renovadas, bajo múltiples formas y sabores, presentándose actualmente modeladas en una infinitud de apariencias, a cual más imaginativa, y revestidas con las más diversas golosinas.
Los que en Castilla llaman “hornazos” son, acaso, los más fieles a la vieja receta tradicional, y se presentan con la primitiva forma de una especie de empanada dulce en cuyo relleno, por supuesto, no puede faltar el huevo cocido.
Todas estas costumbres ancestrales se vieron cambiadas, o mejor cabría decir que enriquecidas y complementadas, a partir del siglo XVIII, cuando desde centroeuropa nos llegó la costumbre de los huevos de chocolate, que inmediatamente fueron bautizados aquí como “huevos de Pascua”.
La costumbre arraigó en toda España muy pronto, pero muy particularmente en Cataluña, hasta el punto de convertirse hoy en día en una de las señas más típicas de la Pascua catalana, y también levantina, habría que decir.
Los pasteleros de esas zonas de nuestro país se han hecho verdaderos maestros en la artesanía creativa del chocolate, al punto de que no es paseo menor, en estos días, recorrer los barrios de Barcelona, por ejemplo, o de Valencia o Alicante, haciendo etapa y estación en los fantásticos escaparates de las pastelerías, que rivalizan unas con otras, en dulcísima lid, en artísticos alardes de creatividad. Que ustedes la disfruten bien, la Pascua, y buen provecho.
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