viernes, 7 de enero de 2011

Mandarinas y clementinas

      La mandarina es el último de los cítricos que llegó a las mesas europeas; y ello ocurrió anteayer, como quien dice: a finales –y muy a finales- del siglo XIX. Nos llegaron, vía Argelia, de la mano de los franceses, que a su vez las habían conocido y descubierto en sus colonias de Indochina. De ahí que el nombre de “mandarina” resulte un tanto equívoco, en la acepción que pretende vincular su porqué con el color del traje típico de los mandarines chinos. Probablemente no es esa la raíz, ya que en la Península Indochina, Camboya, Vietnam, Laos… no hay ni nunca hubo “mandarines”.  

mandarina

       Es por ello, y por otras razones, que algunos filólogos sostengan que el origen del término sea otro, y proceda, no de “mandarín” sino de Mandara, que es el nombre con el que los indígenas de Isla Mauricio denominan a su isla, ésta sí, rica y pródiga en cultivos naturales y espontáneos de mandarinos. 
      Claro que el equívoco tiene su razón y su por qué lógico, ya que todas las naranjas, en sus infinitos tipos y variedades –sólo la familia de las Rutáceas, que es a la que pertenece la mandarina, comprende más de 1.600 especies distintas-…Todas las naranjas, decíamos, tienen su primer tronco raíz, ancestral y primigenio, en Extremo Oriente, y muy probablemente, es verdad, en China.
clementina
      Desde allí, por la mano de los árabes y su ruta de expansión norteafricana, al fin, a través de nuestro país –y también de Sicilia-, llegaron a Europa las primeras. Sin embargo, la verdad es que aquellas, de los siglos X y XI, no tuvieron un gran éxito entre nosotros, ya que eran de la variedad amarga.
      La naranja dulce, la que hoy tenemos por común, llegó mucho más tardíamente, a mediados del XVI, de la mano del portugués Vasco de Gama tras su primer viaje a la India. Esa sí, prosperó inmediatamente; y fue aquella que en los mercados dieron pronto en vender a voz en grito, con el reclamo de una frase llamada a adquirir carácter propio, como expresión admirativa de algo ciertamente caro y excepcional: ¡naranjas de la China!...
Monumento a Pierre Clément
      En lo que hace a la mandarina, tan navideña, como decíamos tuvo su primer solar de aclimatación de occidente en Argelia. Allí, en la huerta del hospicio que regentaba, el sacerdote Pierre Clement, aficionado a la cosa de injertar y experimentar, dio con un nuevo fruto, exquisitamente dulce, facilísimo de pelar, y carente de semillas. Y por una vez la historia hizo justicia y el nuevo invento fue bautizado con el nombre de su autor: de Pierre Clemente, nació la “clementina”, afortunado cruce entre mandarina y una naranja silvestre de Argelia. 
      Por último, otra variedad de mandarina de gran aprecio y también digna de reseñar es la “satsuma”, de corteza gruesa y rugosa, y muy perfumada, cuyo origen, en este caso, es japonés.








No hay comentarios:

Publicar un comentario