viernes, 28 de enero de 2011

Llevarse la comida

      Seguro que alguno de nuestros lectores más veteranos recordarán todavía aquellos tiempos en los que, en bodas y en banquetes principalmente, no era inhabitual ver a alguno de los invitados como, con disimulo, se echaba al bolso, o al bolsillo directamente, para llevarse a su casa, pulcramente envuelto, eso sí, en una servilleta, alguna, o algunas, porciones de las viandas servidas, con especial querencia por los dulces y postres. La costumbre tiene, ciertamente, una larguísima tradición; incluso con un protocolo de consentimiento tácito, como bien se viene a sugerir en este fragmento de las “Memorias de la Corte de España”, publicadas a finales del siglo XVII por la aristócrata francesa Mme. Aulnoy, quien pasara unos años en Madrid, en la Corte de Carlos II El Hechizado:

Mme. Aulnoy
…”Merendamos en casa de la princesa de Monteleón, presentándose sus doncellas, en número de dieciocho, llevando cada una grandes bandejas de plata llenas de dulces secos, todos envueltos en papel recortado expresamente y dorado. En el uno había una ciruela, una cereza o un albaricoque en el otro, y así sucesivamente. Todo aquello me pareció muy limpio, porque puede uno tomarlo o llevárselo sin ensuciarse las manos ni el bolsillo. Había allí señoras de edad, que después de haberse hartado de comer, tenían cinco o seis pañuelos, que llevan expresamente y los llenan de confituras. Aunque las vean, hacen como si no las viesen, porque se tiene la amabilidad de dejar que se cojan cuanto quieran, y hasta de rogarles para que tomen más”.






1 comentario:

  1. Hoy los pañuelos de esas señoritas son el tuper, el papel de aluminio o una bolsa de plástico.
    Que diría Julio Iglesias, la vida sigue igual...sobre todo, si es por cara.

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