lunes, 24 de octubre de 2011

Los años gallegos de Picasso


Homenaje de reivindicación y memoria, en el 130 aniversario de su nacimiento, acaecido en Málaga, el 25 de octubre de 1881     
      Muy al contrario de lo que algunos desinformados biógrafos refieren, y otros, maliciosos y mezquinos, pretenden ocultar -a sabiendas de lo que el propio pintor pensaba- los cinco años coruñeses de Pablo Ruiz Picasso fueron rotundamente decisivos en su formación personal y artística. En La Coruña, como él mismo confesaba, vivió la experiencia de la primera exposición, vendió sus primeros cuadros, se enamoró por primera vez, recibió el aliento de la primera “crítica”, y la tutela y enseñanza, ya formal y académica, de su padre como artista -don José Ruiz Blasco era profesor en la Escuela de Bellas Artes-.

Don José Ruíz, en sus años coruñeses
       Para el joven Picasso, sus años coruñeses coincidieron con la etapa crucial del tránsito de la niñez a una precoz adolescencia. Casi cinco años de imborrables experiencias, en el plano personal, testigos de los primeros pasos y tanteos hacia un rumbo artístico propio, tímidamente discrepante ya con la ortodoxia paterna y primer cauce de expresión de la fecunda e innovadora genialidad con que la naturaleza le había dotado.

      "La producción de Picasso en La Coruña no sólo es impresionante por la abundancia y la diversidad de la inspiración, sino también porque ya entonces utiliza las técnicas más variadas: lápiz, pluma, acuarela, tintas, óleo ..."
                            (Pierre Cabanne, en su obra El Siglo de Picasso)

El Picasso niño, recién llegado
      Con triste y preocupante sorpresa constatamos con frecuencia la escasísima atención y aprecio que la mayoría de las biografías publicadas hasta la fecha conceden a estos años cruciales de inicio y formación, observando, por contra, cómo se fanatizan otras, sin duda relevantes, aunque no mucho más, y correspondientes igualmente a etapas cortas en la azarosa vida del pintor. Pareciera (lamentable y endémico signo nacionalista) que al afán de subrayar unas conviniera la minusvaloración de otras. En todo caso, nuestra es también la culpa, y justo el reconocer la despreocupada desidia en la que nosotros mismos, los gallegos, hemos incurrido durante demasiados años, todos los que la propia ciudad de La Coruña dejó pasar sin promover la más mínima reivindicación; en sintonía con el manifiestamente escaso interés de los cronistas locales y de las editoriales e instituciones de nuestro ámbito cultural por la difusión y estudio de aquel lustro coruñés que el propio Picasso, como se verá más adelante, recordaba con especial “morriña”.
El Picasso adolescente,  a punto de dejar
La Coruña
      En pos de tal reivindicación, legítima, necesaria y urgente, este humilde blog se honra hoy en acoger en sus páginas el testimonio directo y lúcido de un periodista de larga y brillante trayectoria, Antonio D. Olano, gran amigo personal que fue del pintor y, por ende, durante muchos años, uno de los pocos españoles con acceso directo y frecuente al “santuario” picassiano de Notre Dame de la Vie.
      Previamente, como fundamental ingrediente divulgativo, que nos sitúe en datos, fechas y aconteceres de la etapa gallega de Pablo Ruiz Picasso, ofrecemos a nuestros lectores una síntesis histórico-biográfica, extraída de las jugosísimas páginas del libro Los cinco años coruñeses de Pablo Ruiz Picasso, de Ángel Padín, publicado en 1991 con el patrocinio de la Diputación coruñesa. Un libro de fácil y clarificadora lectura, lamentablemente agotado en la actualidad -aunque no sea ésta mala señal, según se mire- y por cuya reedición urgente demandamos también desde estas páginas.

En Galicia se hizo pintor

      En los primeros días de septiembre de 1891, a un mes vista de su décimo cumpleaños, acompañando a su madre y a sus dos hermanas, llega el joven Picasso a La Coruña. Había sido un largo y penosísimo viaje, primero en barco, Málaga-Vigo; luego en tren, hasta Santiago, y al fin en la diligencia “La Carrilana”, en la última etapa.
      El padre les había adelantado unos meses; los necesarios para hacerse cargo de la cátedra de Dibujo de Adorno y Figura en la Escuela Provincial de Bellas Artes, que aquel mismo curso, precisamente, había venido a ocupar, por traslado, la planta baja - el resto se destinaba al Instituto- del soberbio edificio que el filántropo local Eusebio Da Guarda había erigido, en la Plaza de Pontevedra, como donación a su ciudad.
Edificio Eusebio Da Guarda
      Los apenas cinco meses que precedieron a la llegada de la familia sirvieron además al profesor Ruiz Blasco para buscar el alojamiento adecuado y para tantear su inserción social en una colectividad nueva, en tantos aspectos inevitable y radicalmente distinta a la malagueña familiar que dejaba atrás. En ambos asuntos contó el recién llegado con la fundamental ayuda de un valedor muy especial, el influyente doctor Pérez Costales, un ilustre republicano y significado prócer coruñes, ex-ministro de la Primera República, al que el profesor Ruiz accedió en primera instancia, haciendo uso de la carta de recomendación que su hermano Salvador, también médico, le había entregado en Málaga antes de la partida.
En el número 14 de la calle Payo Gómez vivieron los Picasso.
En la actualidad se ha adecuado como casa-museo
      Por encima del compromiso social que aquella carta pudiera representar, es lo cierto que entre el malagueño y Pérez Costales surgió, de inmediato, una entrañable y muy íntima amistad. Fue el médico quien buscó y eligió la casa que habría de ser domicilio de los Picasso en La Coruña: el segundo piso, del número 14 de la calle de Payo Gómez, muy cerca de la suya propia, patio con patio, y a dos pasos de la Plaza de Pontevedra. Él, quien le introdujo en la influyente y prestigiosa Reunión Recreativa e Instructiva de Artesanos. Y también, él, el encargado de desbrozar al recién llegado las claves y antecedentes de la complejísima política local, polarizada, en aquellos años, por la pujante figura del Gobernador Civil, don Maximiliano Linares Rivas.
Retrato del doctor Ramón Pérez Costales,
pintado por Picasso
      Merced a tan buena y eficaz relación, en muy poco tiempo el profesor Ruiz se vio plenamente integrado en la sociedad coruñesa, actuando, además de como profesor, como Secretario de la Escuela de Bellas Artes, en la que su hijo Pablito -como él lo llamaba- inició sus estudios desde aquel mismo curso.
      La integración de Pablito -más fácil, sin duda, en razón de la edad- fue igualmente rápida e intensa. Así lo indican las numerosas y documentadas anécdotas que Ángel Padín recoge en su libro. Participa -y es multado por ello en una ocasión- en las .guerras que enfrentan a los estudiantes del Instituto y a los de Bellas Artes, por la inevitable rivalidad que deriva de su ubicación repartida en el nuevo edificio Da Guarda. Juega a “torear” las olas en la vecina playa del Orzán. Dedica románticos -y premonitorios- dibujos de “palomas” a la niña de la que anda prendido ...Y pinta. Pinta, con mimético estilo, en algunos cuadros de su padre, especialmente los detalles minuciosos, a los que éste no alcanza por la creciente fatiga visual que viene padeciendo. Y pinta, fundamentalmente, obra propia; primeros pasos, firmes y decididos, de una carrera que ya desde entonces se intuye orientada al éxito.
La chica de los piés desnudos, obra para
la que el joven Picasso tomó como modelo
a la no menos joven criada del doctor Cos-
tales, Consuelo Eiroa 
      Con encomiable clarividencia, el crítico de arte de “La Voz de Galicia” así lo anota, en el breve suelto que publica el 21 de febrero de 1895, dando cuenta de la primera exposición del joven pintor: De un niño de 13 años, hijo del profesor de la Escuela de Bellas Artes, señor Ruiz Blasco, son los dos estudios de cabezas pintados al óleo, que se hallan expuestos al público en el almacén de muebles que en la calle Real tienen los herederos de don Joaquín Latorre. No están mal dibujadas, el colorido es acertado y la entonación es bastante buena y todo ello resulta superior si se tiene en cuenta la edad del artista: pero lo que es sorprendente es la valentía y soltura con que están ejecutadas, y no dudamos en afirmar que ese modo de empezar a pintar acusa muy buenas disposiciones para el arte pictórico en el infantil artista. Continúe de esa manera y no dude que alcanzara días de gloria y un porvenir brillante.

El hombre de la gorra, retrato de un popular
mendigo coruñés de la época

      Apenas un mes más tarde, el joven Picasso repite comparecencia pública, en esta ocasión con un retrato implorante de un popular mendigo coruñés de aquella época. De nuevo la crítica periodística acierta en la valoración del trabajo, insistiendo en los buenos augurios para el futuro del joven pintor. No ha ocurrido lo mismo, ni mucho menos, con las críticas que, en varias ocasiones anteriores, se le han dedicado a las exposiciones del padre. El tiempo parece haberse vuelto turbio para el profesor Ruiz en La Coruña, y empieza a pensar en un nuevo traslado. El trago más amargo, sin duda, fue la desgraciada muerte, por difteria, de su hija Conchita, por la que nada pudo hacer el desvelo del doctor Pérez Costales. Muy poco tiempo después, la ausencia de éste, que decide trasladarse a vivir a Madrid; y el hecho de que en la Escuela tampoco han faltado los conflictos: el director, Emilio Fernández Deus, con el que se alineaba Ruiz Blasco, acabará por dimitir; y uno de sus colegas, Isidoro Brocos, profesor al que Pablito admira con devoción y del que se sentirá discípulo toda la vida, suscita crecientes recelos del padre. Éste, desde su ortodoxo clasicismo, valora como muy perniciosa la influencia que Brocos viene ejerciendo sobre el joven pintor, ya sea por los modelos que propone, Goya y El Greco, como por los estilos a seguir, en particular la entusiasta valoración que Brocos hace de las novedosas tendencias que ha visto aflorar en sus estancias y viajes por Italia y Francia. Si a todo ello añadimos la ya mencionada acritud y reticencia con que, invariablemente, son acogidas las obras que expone, no resulta demasiado difícil situarse en el ánimo -profundo desánimo, mejor- de don José Ruiz Blasco y su predisposición a cambiar de aires a la primera ocasión que se le ofrezca. Y ésta llegó en aquel mismo verano de 1895, con la posibilidad de permutar la plaza con el pintor coruñés Román Navarro, que acaba de ganar su cátedra en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona.

Memoria de una privilegiada amistad

Por Antonio D. Olano

Antonio D. Olano, en los tiempos de
su íntima amistad con Picasso
      El curioso lector -cada día menos curioso por desamor de los “ladrillos” que se le ofrecen- ha tenido la oportunidad, en diversas ocasiones, de conocer algunos datos sobre la biografía gallega de Pablo Picasso, quien, pese a las manipulaciones pueblerinas de autonomías que debieran estar por encima de esos temas, nunca negó unas evidentes señas de identidad galaicas. Entre otras cosas porque llegó a La Coruña, al “destierro” para su familia malagueña, a una edad que marca. Su casa, en Payo Gómez, encierra una buena parte de la actividad familiar. Desde el “buraco” que aireaba el retrete doña María Picasso vigilaba al niño en sus juegos en la Plaza de Pontevedra, diversiones consistentes, mayormente, en enseñar a sus compañeros a jugar al toro. Él se lucía, embestido por algún rapaz inexperto, con “verónicas de alhelí” que diría, y dijo, el poeta. En más de una ocasión hacían novillos -que es lo cumple a los novilleros- aquellos rapaciños.

Depredador de percebes

      Pero estas líneas van destinadas a LAREIRA(*), en donde se exalta el buen yantar. Por eso quiero referirme a un Picasso gran gastrónomo, que yo conocí, aquel que aprendió a comer mariscos y pescados muy distintos a los de su Mediterráneo, en La Coruña. Aún recuerdo, con infinita nostalgia, una de las mayores alegrías del Picasso anciano en años, joven en espíritu, que me fue dado ofrecerle. Hacia muchos años que no comía percebes. Yo se los llevé en uno de mis numerosos viajes a Notre Dame de Vie, su última residencia en la tierra.
      A tanto llegaba su ansiedad y su apetito por ellos, que no pudo esperar. Esa misma tarde de mi llegada, a la hora en la que él tomaba el té, a la inglesa, por prescripción facultativa, prescindió de las pastas y “mojó” algunos percebes en el humeante líquido. Al día siguiente, en la cocina de su casa, en la que solía comer el matrimonio Pablo-Jacqueline, ya según los cánones habituales, se sirvió la suculenta percebada.
Monumento a Picasso, en la coruñesa Plaza de Pontevedra
      Picasso, puedo dar fe y lo hago aquí y ahora una vez más, guardaba un lúcido y “agarimoso” recuerdo de su breve e intensa etapa en La Coruña. Recordaba perfectamente el detalle de nombres y lugares; recreaba fácilmente, con pícara nostalgia, la memoria de juegos y travesuras; y valoraba, justa y positivamente, todo cuanto -mucho- aprendió y pintó en aquellos años de su juventud adolescente. Una etapa que, como he apuntado líneas arriba, quisieron borrar o tachar de su obra. A Picasso siempre se le quiso presentar con los datos o el pasaporte cambiados. Los franceses, que lo incluían como compatriota en algunas antologías, no se resignaron jamás a que no cambiase de nacionalidad, o al menos a que no optase nunca por la doble nacionalidad. De esa manera, y por desamor de su exilio, nunca tuvo un pasaporte en condiciones legales. Era un patriota con status de apátrida.
Con sobresaliente en su último examen, se despidió
Picasso de La Coruña
      Pues bien, algunos comentaristas -sobre todo los catalanes- se empeñan en correr una cortina de humo sobre los años coruñeses de Pablo Picasso. Los que hacen alguna concesión no niegan esa estancia, pero la rodean de un verdadero e inexistente calvario. La realidad es muy otra, radicalmente distinta, aunque no convenga a la convención general: ante mí, y ante muchos que ahí están y que podrán confirmar la veracidad de lo que digo, Picasso no dudaba en declararse “gallego” y es curioso que recordaba mucho vocabulario de aquella tierra, destierro para su padre, pero motivadora de felicidad para el chico.
Ciencia y caridad, gran cuadro de Picasso inspirado en una
tabla suya de la época coruñesa
      Aquel niño Pablito se adaptó muy pronto a todo lo gallego, muy especialmente a sus paisajes, a sus habitantes y a su cocina, porque he de insistir que el buen yantar fue una de las bellísimas artes que cultivó desde niño. Picasso comía con ganas y además sabía comer, cosa que no saben todos los que comen con gula o como simple subsistencia. “Comer para vivir” -¡maldito tópico!- no es ni comer ni vivir. Picasso tenía en el más alto concepto el arte culinario y por eso recordaba, con la mejor de las nostalgias, la del estómago, sus años gallegos.
Portada de "Anduriña"
      Picasso conservaba en su casa muchas cosas gallegas. Desde canciones, como Anduriña (a la que hizo un dibujo para la carátula de aquel disco de Juan y Junior), hasta libros de Rosalía de Castro. Y él mismo cantaba a la guitarra, acompañado por Juan Pardo, villancicos que había aprendido en La Coruña.
      Los sabores de Galicia, que tanto y tan justamente se pregonan actualmente, estaban en los adentros del espíritu y en la periferia de la “morriñosa” piel de Pablo Picasso. Coruñés, pese a quienes tanto pesa. Él así lo sentía, y yo tuve el privilegiadísimo honor de constatarlo. Lo otro, lo demás, no es más que mezquina historia pequeña. Fachendas domésticas que el universal Picasso hubiera acogido con desternillante risa ...y un voraz apetito, de percebes.
(*) Este artículo de mi buen amigo, vilalbés de pro, Antonio D. Olano, vio la luz en el número 6 de la Revista LAREIRA, publicación que allá por los ochenta del pasado siglo, al alimón con mi también buen amigo Carlos Cabaleiro, creamos como órgano de expresión de la Asociación de Restaurantes Gallegos.

-- ¿Han aparecido muchos más cuadros míos en La Coruña?...
-- ¿Hubo cambios en el Instituto Da Guarda?...
-- ¿Cómo sigue la Torre de Hércules?
-- ¿Y las olas del Orzán?
(Preguntas y nostalgias expresadas por Pablo Ruiz Picasso a Antonio D. Olano, a principios de 1969)



1 comentario:

  1. Muchas gracias por el artículo. Justo hoy terminaba un trabajo sobre su etapa en Coruña y me ha sido de gran ayuda. Muy interesante la verdad, no sabía ni la mitad de cosas.

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