viernes, 21 de octubre de 2011

De ranas (I): el enigma salmantino


      Si alguno de nuestros lectores, o lectoras, estudió en Salamanca, cuya Universidad, entre las actualmente abiertas y activas, ostenta el honroso título de ser la decana de las de España (fundada en 1255) y una de las cuatro más antiguas de Europa, se las habrá visto, sin duda, ante el difícil reto de localizar, entre la primorosa filigrana de su plateresca fachada, la famosa rana que asoma, esculpida, sobre una de las tres calaveras pétreas que rematan uno de los tramos superiores de la pilastra derecha de esa imponente fachada.
      Según tradición secular, el acierto de localizarla sin ayuda traerá buena suerte -en estas lides estudiantiles debe traducirse por “buenas notas”- al estudiante que así lo logre. La famosa rana ha devenido así en uno de los más señeros atractivos de esta ciudad castellana; y no hay día en que por ella, por el empeño de su localización visual, no se observe allí, a cualquier hora del día, y hasta de la noche, un siempre numeroso grupo de personas, estudiantes y turistas, animados por ese reto curioso y ciertamente difícil, ya que se requiere una buena agudeza visual para lograr la localización con éxito. En todo caso, para quienes no lo logren, o desesperen del esfuerzo, siempre hay en el lugar también, permanentemente de guardia, algún estudiante veterano y sopista que, por un par de euros, indicará el lugar exacto y hasta, como propina a la ayuda, se avendrá a contar sucintamente la presunta clave legendaria de esta curiosa singularidad. Hasta estos mismos días, la historia a relatar remitía el origen a dos presuntas raíces: una -les dirán, la más simple e improbable-, que sería la tal rana un a modo de firma del escultor-cantero que hizo la fachada; y contarán al respecto, y es muy cierto, que ese modo peculiar y un tanto hermético de firmar las obras no era inhabitual entre los canteros medievales. La otra explicación, que hasta ahora se ha argüido con supuesto más fundamento, empezaba por precisar que el tal batracio no es rana, sino sapo, que en aquellos tiempos del Medievo era tenido por símbolo femenino y, por ende, de lujuria. El mensaje, pues, apuntaría, en clave de conseja moral, a la conveniente contención sexual que debían seguir los estudiantes si no querían arriesgarse a contraer alguna de las muchas enfermedades venéreas de entonces, o al fracaso total en sus estudios, que ambos simbolismos aunaba la calavera sobre la que asoma la rana; la cuestión, pues, vendría a ser un recuerdo a los estudiantes de que debían centrar sus esfuerzos en estudiar y no en entregarse a la lujuria.
      Pero hete ahí que en estos días ha venido a sumarse a la polémica una tercera teoría, avalada además por un sesudo trabajo de investigación llevado a cabo por el catedrático de Filología Latina Benjamín García-Hernández, según el cual la calavera y su rana, que al fin sí es rana y no sapo, serían una representación simbólica del malogrado hijo de los Reyes Católicos, el príncipe Juan, fallecido -precisamente en Salamanca- en 1497 sin haber cumplido los 20 años, y apenas seis meses después de haber contraído matrimonio con la archiduquesa Margarita de Austria (*).
      Hacia tal teoría apunta, por ejemplo, el hecho, del que hay constancia casi inmemorial, de que ya en aquellos primeros tiempos renacentistas, con la famosa fachada recién inaugurada, los salmantinos dieran en nombrar a la pieza en cuestión, la calavera, como “Juanita”; y a la rana que asoma como “Parrita”, sin duda alguna en recuerdo del doctor Parra, médico de la Corte que trató infructuosamente de salvar la vida del heredero de la Corona.
La estatua de Fray Luis de León encara la imponente
fachada salmantina
      Convendrá tener en consideración previa que, efectivamente, todo el conjunto escultórico de la fachada, erigida en el arranque del siglo XVI, gira en tono de homenaje a los Reyes Católicos, resaltando tanto su escudo como sus efigies, circundadas por la leyenda “Los Reyes para la Universidad, y ésta para los Reyes”, con lo cual no se quería otra cosa que poner en evidencia y subrayar el gran paso que venía de darse, del que este retablo pétreo quería ser testimonio: el reciente cambio operado, sin duda de enorme trascendencia, en orden a la secularización de la Universidad, que había dejado de depender del papado para pasar a hacerlo de la Monarquía.
      Según la lectura que hace el autor de este recientísimo estudio, en lo que tiene que ver con las enigmáticas calaveras apostadas en esa pilastra derecha, representarían cada una de ellas a los tres hijos de los monarcas fallecidos antes de la construcción: Isabel, María y Juan. Correspondería, pues, al malogrado príncipe Juan, la representación de la calavera central, sobre la que se alza y asoma, desgastada por el tiempo, esa simbólica rana, devenida en uno de los enigmas más curiosos de los últimos cinco siglos.

(*) De ser, efectivamente, la calavera y la rana, una representación simbólica del malogrado príncipe Juan, también cabría sumar a la interpretación el vínculo de la "lujuria" que hasta ahora, como hemos dicho, se ha tenido por clave de interpretación del enigmático conjunto, ya que de ese príncipe, que falleció tan prematuramente víctima de la tuberculosis, es leyenda conocida su proberbial fogosidad sexual. Según se cuenta, y se comentaba con alarma en su tiempo, los apenas seis meses de su matrimonio los pasó virtualmente en la cama, dominado por una fogosidad -eso sí, matrimonial- realmente extraordinaria y fuera de tasa, que llegó a preocupar muy seriamente a los cortesanos de entonces, y que al fin, por tanto exceso, habría resultado fatal.
(En la próxima entrada les contaremos, ya puestos, y ya en clave gastronómica, de las también muy polémicas ancas de rana)





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