martes, 28 de febrero de 2012

Julio Camba, medio siglo sin él

   No es, ni mucho menos, infrecuente lo que ahora, en cabecera, confieso y vengo a describir a ustedes, mis cómplices amigos. Fijemos lo sucedido, por que ustedes mejor me entiendan: Pongamos que sabe uno -que tal es el caso-, con suficiente antelación, que en el discurrir inminente de la agenda que corre apunta una fecha de atención insoslayable; y sabe ese uno -o sea, yo mismo, el aludido- que en concurrencia con tal fecha quiere, por íntima voluntad y expresamente, dedicar una atención especial a la memoria del personaje vinculado con tal día… Y lo quiere y planifica, además, con sobradísimas razones: porque resulta ser que no se trata de una fecha más, sino justamente el día de una efeméride “redonda”: medio siglo que se cumple… Y porque el tal personaje en cuestión resulta ser, se reconoce uno, de los que más admira el suscribiente -o séase, yo mismo-. En fin, que si para la fecha del 28 de febrero, que es la cuestión del caso, ha anotado mucho antes uno en su agenda que concurre el 50 aniversario del adiós a Julio Camba, egregio paisano de la arosana ría; y, cuando apenas horas quedan para el cumplimiento de tan programada cita, cae uno en la advertencia fatal, no diré que con sorpresa, de que nada de lo previsto y programado se ha hecho todavía: ni una línea escrita aún de aquella sentida semblanza prevista, ni tampoco, siquiera, la planificada selección de frases y textos escogidos del genial autor pontevedrés. Entonces, en tal caso, hete aquí que uno se las ha de ver ante la vergüenza de uno mismo, que es ésta, siempre, de las peores vergüenzas.
-- Bueno, pero tampoco te pases… Que, al fin, del supuesto fallo ningún perjuicio deriva. Que esto del blog es puro divertimento…Que nada te obliga a escribir, o a tratar de esto o de aquello. Piensa que no hay contrato alguno; ni siquiera cobras un céntimo. Relájate…
-- Ya…Pero sí hay un compromiso moral que, quieras o no, se va formando y al fin te compromete igual, y está ahí… Y, además, es que me enfado conmigo mismo, porque ciertamente tenía pensado dedicarle a don Julio y a su merecidísima memoria una página muy especial, y ya ves…por vagancia, que no otra cosa, pues ahí se queda; dejas pasar un día, luego otro, y al final, como siempre y ya con anticipación sabes, te acaba pillando el toro…
-- Bueno, tampoco ahora tienes tanto tiempo, que andas bastante pachucho…
-- Sí, eso es verdad. Y estos dos últimos días he estado bastante regular… Pero es que la fecha de Camba la tengo anotada desde principios de año… En fin, qué se le va a hacer. Aprendamos para la próxima… Pero, digo yo que aún así don Julio no debiera quedar hoy sin homenaje en este blog… Se me está ocurriendo…
-- ¿Qué? ...Vamos ¿Qué?¡Seguro que es buena idea!...
-- Pues que tengo por ahí, guardado en el archivo, un artículo realmente importante: el que escribiera, en 1962, precisamente al conocimiento de la noticia de la muerte de Julio Camba, otro de los grandes sabios de la gastronomía, y otro de mis más admirados del género: el catalán Néstor Luján… ¿Lo vemos?... Y así, además, al fin haremos de la desgracia, virtud, porque el trueque, sin duda, es ciento por ciento a mejor...
-- Pues, sí, ahí te doy plena razón. Veámoslo…



Camba: posición de pura inteligencia

Néstor Luján

por NÉSTOR LUJÁN

(publicado en LA VANGUARDIA, el 01/03/1962)

      La desaparición de Julio Camba representa la extinción de uno de los espíritus más afilados, más irónicos y elegantes de la literatura y el periodismo de nuestro siglo. Nacido en Villanueva de Arosa en 1882, muere al filo de los ochenta años como un escritor celta sin misterio. Periodista clarísimo, de una economía de medios sólo comparable a su positiva eficacia, el escritor Camba escapaba constantemente de los posibles lazos que le tendían la sensibilidad y la imaginación. Quería conservarse ágil, casi acrobático, en el mundo de las ideas y de las paradojas; pretendía hablar sólo de cosas reales y tangibles, de hechos positivos, de la cultura y de la vida. El arte que más le emocionaba era,según escribió, la gastronomía y en este sentido son las suyas -las de "La casa de Luculo"- las páginas mejores que se hayan escrito sobre este tema en castellano.
Estatua de Julio Camba, en
Vilanova de Arousa (Pontevedra)
      Julio Camba mantuvo una posición de pura inteligencia ante los nombres y sus días. A veces parecía un escritor francés del XVIII, otras un humorista anglosajón de impasibles, bien tallados, contornos. Su capacidad expresiva, tan breve como intensa, es uno de los milagros del periodismo español. Nunca hubo menos retórica, más concisión y aticismo. Un verdadero escritor, en un país donde tan a menudo escribir es un tropical ejercicio de complaciente narcisismo.
      La obra periodística de Julio Camba es una extraordinaria colección le artículos cortos, todos de idéntica medida. Desde sus corresponsalías de antes de 1914 a los últimos artículos publicados en "ABC", Camba ha escrito centenares, millares de artículos breves, concisos, certeros. Cuanto más claras las ideas, más corto el artículo: la fórmula, en él, resulta infalible.
      Cuando un escritor excepcional es capaz de condensar en cincuenta líneas lo que un escritor normal dice en cien, el éxito es seguro, irrefutable la calidad. Así era Camba: la adjetivación se soldaba al sustantivo con una sobriedad absolutamente natural –líbrenos Dios del adjetivo que quema, en el periodismo, como quisiéramos huir de la peste-, era la claridad expresiva, total; las ideas, agudas y lógicas. La prosa se tornaba elegante como lo es siempre aquélla que no se hace notar al ser leída, de la cual no se recuerda ni un sólo destello; la intención se aguzaba y así, sus artículos se notaban sinceros y tensos. Así escribió Camba sobre la Europa de la "belle époque" agonizante: Alemania, Francia, Inglaterra. Así explicó, perplejo, la Primera Guerra Mundial, las dos o tres graves Españas de nuestro siglo, el mundo de hoy. Siempre fue irónico, capaz de decir lo que quería. Siempre fue algo doloroso porque ningún escritor auténtico es lo suficientemente inteligente para extirpar el puto dolor de la sinceridad. Su sentido del humor conseguía apagar esa constante sorpresa ante la inconsecuencia humana. Ello aplicado a nuestra realidad era un ejercicio moralizante, una constante punzada ética. Quizá se diga que es gracioso, superficial o humorístico -también se dijo en su momento de Larra-, pero su obra, leída en conjunto, es de una atroz, casi medieval, moralidad. Nada se libró a su examen y practicaba la crítica aún a pesar suyo, como un ejercicio automático y profundo.
      Julio Camba no creyó jamás en los honores, ni le pareció que la vida literaria mereciese la pena de ser literariamente vivida. Cuando lo necesitaba, escribía, con acuidad única, sus artículos. Cuando no tenía necesidades se callaba, se dedicaba a hablar, a pasear, a descansar. Fue indolente y escéptico, y sus libros eran todos colecciones de artículos recogidos por algún editor. Y, sin embargo, ¡qué sorprendente unidad de libro tienen "Alemania", "La ciudad automática" o "Sobre casi todo". Sólo "La casa de Lúculo" fue escrito y pensado como libro, pero toda su obra esté escrita con un absoluto rigor mental. Todas sus paradojas responden al uso del sentido común que, llevado con una total sinceridad, es lo menos común que imaginarse pueda. Y ahí queda su obra, que es un testimonio más del antiguo y terapéutico uso de la sonrisa ante el hombre, ante su vida y sus costumbres.
Camba, en su cama de la habitación
383, en el madrileño Hotel Palace
      Siempre que iba a Madrid solía saludarle. Era en estos últimos años un caballero simpático y atildado que vivía en el Hotel Palace y paseaba por sus corredores y salones con un aire de tolerante paciencia. Me pareció siempre que había vivido en el mundo romo en un gran hotel, viendo pasar a los hombres y examinando su agitada biología.
      Iba vestido sin la menor petulancia, usaba a menudo bastón y caminaba con paso vivaz. Era pequeño, fino de articulaciones, algo lleno de carnes, muy curioso y claro de mirada. Semejaba un rentista retirado que iba gastando parsimoniosamente un fabuloso capital.
      Hemos dicho que era un escritor celta sin misterio pero, como persona, nos parecía enigmático, ensimismado, con un punto de abismal melancolía. Escribía poco y vivía con sabia lentitud sus últimos años. Hoy nos llega la noticia de que ha muerto en una clínica de Madrid después de un tiempo de permanecer enfermo en ella. Otro gran escritor se nos va y con su muerte disminuye la conciencia lúcida del país. Descanse en paz y quede su obra en la batalla diaria, necesaria y dramática, de la vida espiritual española.
















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