miércoles, 6 de junio de 2012

Tiempo de cerezas


      El escaparate culinario del mes de junio tiene, en razón de la primavera avanzada en la que nos movemos, un abigarrado muestrario de productos en su plena sazón. Uno de ellos, el que hoy nos ocupa, es –son- las cerezas; uno de los pocos productos que entre nosotros mantiene, todavía, su tradicional carácter de estacionalidad: llegando puntualmente en junio, para irse con el arrebato de calor de agosto.
      En lo que hace a su historia, bien antigua, las cerezas pasan por ser un producto originario del Lejano Oriente, no obstante lo cual, ya era un fruto conocido –aunque un tanto exótico, todavía- en los tiempos de la más antañona cultura clásica griega. Para los paladares occidentales –si cabe establecerlo así- el cerezo fue traído, como botín de guerra, por aquel personaje tan célebre en hitos gastronómicos que fue el romano Lucio Licinio Lúculo –sí, el del célebre dicho “Lúculo, hoy come…en casa de Lúculo”-. Y es que el tal Lúculo, además de uno de los sibaritas más reconocidos de los refinados tiempos de la República Romana, fue también general, y tras la exitosa campaña que, como procónsul, dirigió contra Mitríades, el famoso rey del Ponto, se trajo de allí, de aquellos confines orientales de Asia Menor, el cerezo a Roma, como gran novedad cuyo fruto alcanzó de inmediato un éxito tremendo en las mesas de los patricios romanos.
      De hecho, caben dudas entre los etimologistas sobre si la palabra “cereza”, derivada del latín “cerasius”, toma su origen de la ciudad de Cerasonte, en el Mar Negro, rendida por Lúculo y donde presumiblemente descubrió el árbol y el novedoso fruto; o bien deriva de “cerum”, es decir, de “cera”, en razón de ese típico revestimiento con apariencia cérea que caracteriza a las cerezas, que les da su brillo peculiar, y que les sirve, como gran utilidad, para defenderse de las lluvias excesivas, haciendo que el agua resbale fácilmente por la superficie del fruto.
Recolectoras del Valle de Jerte
      En todo caso, a nosotros tanto nos da, que nos da lo mismo, porque la historia cuenta que el cerezo llegó a España mucho más tarde, en el alto medievo, y que fueron los árabes sus introductores en la Península, implantándolo, primero, en las taifas del Valle del Ebro; y también, y sobre todo, en tierras de Cáceres, en el Valle del Jerte, donde el cerezo alcanzó dominio de auténtico Edén, siendo hoy más de treinta las variedades sutilmente diferentes que allí se cultivan.
"El niño de las cerezas", obra de
juventud de Edouard Manet
      Las cerezas, desde las intensamente rojas hasta las pálidas nacaradas, pasando por las negras brillantes, son, ya no sólo en su sabor sino en su estampa, los frutos más hermosos y sugerentemente atractivos de toda la amplia y colorista panoplia frutal de la primavera-verano. Su tiempo de sazón es amplio, aunque en lo que hace a este año no cabe hacerle demasiado caso al dicho clásico que afirma que “por la Ascensión, cerezas a montón”… Este año no, porque el "reluciente" jueves concurrió en la fecha del 17 de mayo, y, ciertamente, por entonces la "sazón" de las cerezas, al menos las nacionales, no estaba todavía, ni mucho menos, cumplida... Pero ahora sí, empieza a estarlo en plenitud y perfume y de dulzor... O sea que, no desaprovechen el momento, que están ya en él, y atibórrense de dulces cerezas, que son sanísimas, y muy dietéticas (apenas 45 calorías por cada cien gramos), pero con un espléndido aporte de vitaminas, abundantes minerales, y, además, diuréticas. Buen provecho.









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