lunes, 26 de noviembre de 2012

bertones majariegos


      Dos ilusiones de honda trascendencia para mí vienen de cumplirse muy recientemente. Así, ya ven, a pares felices se nos ofrecen, a veces, las páginas de la vida. En el caso de la mía, de esta vida mía que tan comprometida está, como tantos saben, la doble ocasión, de la que ahora les contaré por extenso, ha debido de tener, estoy seguro, un efecto terapéutico indudable, porque en sus dos facetas, las dos, resultó extraordinariamente venturosa.

Restaurante "RUBIDO GASTRONOMÍA" (Majadahonda)

      Por que lo vayan entendiendo y encajando, empezaré por confesarles y hacerles partícipes de uno de mis sueños incumplidos más frustrantes: me hubiera encantado regentar un restaurante. Sí, uno no muy grande, coquetuelo y funcional, en el que ensayar las fórmulas de oferta culinaria y de servicio en las que creo con firme convicción desde hace tantos años. En un par de ocasiones llegué a considerar con seriedad la posibilidad de lanzarme a ello y dar ese paso tan trascendente, pero al final siempre desistí, incapaz de acometer una elección tan grave como la consecuente de arrumbar por ello mi principal vocación periodística, y más y peor, amortizando voluntariamente un puesto de trabajo razonablemente bien remunerado y bien consolidado. Parecía locura, y al final la prudencia se impuso: me quedé con las ganas.
      La segunda ocasión concurrente de este día feliz que hoy evoco tiene que ver con mi plato favorito, los tan orteganos bertones rellenos. De esta formulación excelsa (de cuya clave, historia y receta les invito a releer en la correspondiente “entrada” de este blog, que atrás se señala), me he erigido yo desde hace años, sin que nadie me invitara a ello, bien es verdad, en paladín defensor. Inútil campaña la mía como divulgador y promotor he de decirles, ya que nunca conseguí lo que con tanto afán propugnaba: que los restaurantes de Ortigueira incorporen a sus cartas, de manera habitual, este plato tan emblemático y original, ciertamente suculento donde los haya.
      Y hete ahí que, cuando bien daba por perdida toda esperanza en el uno y el otro sueño, de la mano de una buena amiga y paisana, María José Rubido, me llegó la soberbia oportunidad, hecha oferta, de cumplir, de una vez y al tiempo, con ambos tan íntimos deseos.

Flanqueado por mis anfitriones, Jacinto y María José

      Sí señor. Fue cosa extraordinaria. María José, y su marido, Jacinto, son dos personas, sin duda, de grandes arrestos, canalizados a través de una vena empresaria irrefrenable. Desde hace muchos años regentan en Majadahonda una óptica, que es, al parecer, negocio próspero, como bien dejan ver los “arrimos” (audífonos, certificados psicotécnicos) de ofertas complementarias que han ido añadiendo al local matriz. Y el caso es que además, para lo que aquí nos va y ocupa, disponían de un amplísimo local, adquirido hace tiempo, estratégicamente asomado a la recién remodelada Plaza de la Constitución. La pareja pensaba que tal vez ese bajo pudiera servir para una futura reubicación, más amplia, del negocio. Acaso para algún hijo. Y entre tanto ahí estaba, vacío y aguardando… hasta que hace algo más de un año, desdeñando la crisis que tanto acongoja a la hostelería, les dio el arrebato y se decidieron, sin experiencia previa alguna, a abrir un restaurante. Rubido Gastronomía es el resultado. Una instalación realmente perfecta, a la que no le falta el más mínimo detalle. 
Con Paco y Víctor, dos grandísimos profesionales, y mejores
personas, todo amabilidad

      Pues, va María José, un día de hace algo más de un mes, y me cuenta y propone: - Oye, Manolo, le estaba yo dando vueltas a una idea para la que necesito tu consejo y tu ayuda. Te cuento, me gustaría ensayar aquí, en el restaurante, ese plato tan de Ortigueira -y que a tí tanto te gusta, como ya lo sé- que son los bertones… ¿Qué te parece? ¿Cómo podríamos hacer?

En plena faena

      Qué fácil fue ponerse de acuerdo. Y qué rápida la disposición para llevarlo a cabo. Primero, el contacto con Sarita, de Cuiña, para la provisión. Siete manojos, para la primera experiencia; unas sesenta piezas, ya que eran más bien grandecitos los capullos en cuestión. Y luego, la parte obligada de la materialización de la receta, para la que se hacía requisito indispensable mi concurso. Hete ahí la soberbia oportunidad: sería yo quien dirigiera el operativo, aprovechando así para enseñárselo a los dos cocineros, Paco y Víctor.
      Fue, a qué contarles, una experiencia maravillosa, que los dos profesionales hicieron aún más agradable con la deferencia de su amabilidad y de su atención. Su colaboración, perfecta, y su aprendizaje más que notable. Ambos, bien puede decirse, son ya “maestros bertoneros” de excelentísimo nivel. Y la clientela, que es lo más importante, según me han contado recibió la novedosa propuesta con alto interés y sorprendente agrado. Pena y curiosa circunstancia, ésta de que los bertones rellenos figuren antes en una carta majariega que en una ortegana, cosas sorprendentes de este mundo loco, globalizado.


Luego hubo que comerlos, claro...¡Qué riquísimos estaban!



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