viernes, 27 de mayo de 2011

A la caza del "Bismarck"


      La encarnizada persecución, auténtica “caza”, del acorazado alemán, la nave de guerra más poderosa de su tiempo, simbólica joya de la Armada nazi, constituye una de las páginas más impresionantes y dramáticas de la Segunda Guerra Mundial. Acosado por su perseguidores, el día 24 el “Bismarck” había hundido al “Hood”, la joya de la Armada británica. Con el honor de la Royal Navy herido y sumado al interés estratégico, Churchill dio prioridad absoluta a su caza y hundimiento, lo que finalmente se produjo tres días después, el 27 de mayo de 1941, en un punto del Atlántico equidistante entre Irlanda y Galicia, a 700 millas del puerto francés de Brest, que buscaba como salvación.
El "Bismarck"
      En la primavera de 1941 Inglaterra combatía en solitario frente a Alemania, tras la caída de Francia y la consiguiente ocupación el año anterior. El escenario terrestre de la guerra se había trasladado al oriente mediterráneo y al norte de África. En el aire, se desarrollaba en plena tensión y crudeza la “batalla de Inglaterra”. El mejor flanco británico seguía siendo el mar, su gran baza de supervivencia, donde el Reino Unido imponía su dominio indiscutible, vital para el abastecimiento a través del Atlántico, y para neutralizar los planes de invasión de Hitler. Desde el principio de la guerra, el férreo bloqueo de la Royal Navy venía manteniendo inoperantes en sus puertos a las unidades navales alemanas. Sólo los submarinos, como hicieran en la Primera Guerra Mundial, actuaban con notable eficacia en el Atlántico frente a los vitales convoyes británicos.
      Pero a comienzos de 1941, el criterio del alto mando de la Marina alemana cambió, tras el exitoso “raid” llevado a cabo en el Atlántico por dos acorazados de bolsillo que lograron hundir en apenas un mes 22 mercantes enemigos, logrando completar su periplo y regresar a su base en la Bretaña francesa sin sufrir graves daños.
Almirante Lütjens
      Aquel éxito animó, y también dividió, al alto mando naval alemán. La flotilla de los dos cruceros de bolsillo había operado al mando del almirante Günther Lütjens, quien finalmente fue convocado a Berlín para, luego de felicitarle, comunicarle el novedoso plan que, a la luz de su éxito, había diseñado el alto mando bajo el nombre de “Operación Rin”, y que no era otro que trasladar al escenario atlántico las grandes unidades que Alemania tenía inmovilizadas en el Báltico. Entre ellas, y como principal y emblemática, el todopoderoso “Bismarck”, de muy reciente entrada en servicio (en agosto de 1940), que en razón del pertinaz bloqueo al que había sido sometido desde el comienzo de la guerra, apenas se había estrenado en combate, pese a sus espectaculares registros bélicos, con sus 51.000 toneladas de desplazamiento y un armamento impresionante, con ocho piezas de 380 milímetros, capaces de un alcance de más de veinte kilómetros, y una velocidad de navegación próxima a los 30 nudos. La fortaleza naval más poderosa del mundo en aquel momento.
      En Hamburgo, en fase de completar su armamento, estaba a punto de ultimarse su gemelo, el “Tirpitz”. El almirante Lütjens no disimuló su desacuerdo con el plan que le anunciaban, argumentando la circunstancia de no disponer de ningún portaaviones, lo que aconsejaba, según su criterio, que las unidades alemanas, y más las principales, como se estaba tratando, operaran en el radio de protección que pudiera ofrecerles desde tierra la Lutwaffe.
      Pero Alemania no disponía de ningún portaaviones, y ante el imperativo de que había que soslayar esa circunstancia, imposible de resolver, Lütjens pidió que, al menos, la operación se aplazase hasta la puesta en servicio del “Tirpitz”. Pero el alto mando naval tenía prisa, y no cabía esperar. Disciplinadamente, Lütjens se avino a aceptar el mando de la operación.
Ernst Lindemann, comandante
del "Bismarck", relegado y
enfrentado en toda la operación
por el almirante Lütjens
      En la previsión, la flotilla estaría integrada por cuatro unidades: el “Bismarck”, el crucero “Príncipe Eugenio”, y los dos cruceros que él había mandado en el raid de enero, y que estaban en proceso de reparación en puertos franceses. Finalmente, estos dos cruceros, sometidos a continuos ataques aéreos británicos en sus diques, no pudieron completar su reparación a tiempo. Y así se decidió que se hicieran a la mar solos el “Bismarck” y el “Príncipe Eugenio”.
      El plan de Lütjens fiaba buena parte de sus posibilidades en lograr no ser detectado hasta haber logrado alcanzar el Atlántico. Pero esa también era prioridad de la vigilancia especial de la Armada británica, que sabía –y temía- la peligrosidad que el “Bismarck” representaba. El espionaje británico mantenía una atención diaria de los movimientos en el puerto báltico de Godynia, donde las dos unidades estaban amarradas, y así supieron, casi en tiempo real, que en el amanecer del 19 de mayo las dos unidades alemanas se habían hecho a la mar. Con todo, el seguimiento y control con el instrumental de aquellos días era bastante precario. El radar estaba en “pañales”, casi en fase de ensayo, y muy pocas unidades disponía de esa instalación, de muy corto alcance, y muy poco fiable, además, en la mayoría de los casos. Así pues, la capacidad de seguimiento seguía dependiendo prioritariamente de la detección visual, y del control y escucha de las comunicaciones por radio.


      Los barcos alemanes salieron, obviamente, en absoluto silencio. Atravesaron el Gran Belt, el Kattegat y el Skagerrak, y alcanzaron, a primera hora del día 21, la costa occidental de Noruega. En el Almirantazgo, los nervios estaban a flor de piel, limitados por el alcance de sus posibilidades de cobertura aérea. En Scapa Flow, la principal base naval británica del Mar del Norte, en la punta de Escocia, una poderosa escuadra, integrada en la “Home Flete” mantenía su dotación a punto y las máquinas encendidas para salir al encuentro de la derrota que tomaran los buques alemanes; pero había que localizarlos primero, y ello ocurrió en la tarde del mismo día 21, cuando aviones de reconocimiento dieron cuenta de su presencia en el fiordo de Kors.
      Se dio la alarma, y a toda máquina zarparon de Scapa Flow dos cruceros de batalla, el “Hood” y el “Repulse”, dos acorazados, el “Rey Jorge V” y el “Príncipe de Gales”, y un portaaviones, el “Victorius”, uniéndoseles más tarde otros dos cruceros, el “Suffolk” y el “Norfolk”. Al poco de hacerse a la mar, el comandante de esta flota, el almirante John Tovey, recibió la inquietante noticia de que el “Bismarck” y el “Príncipe Eugenio” volvían a estar ilocalizables. En la noche del 21 habían dejado el fiordo, y se ignoraba su rumbo. Claramente se dirigían al norte, de eso no había duda, pero había que apostar, para atajarlos, si doblarían al sur en el amplio trecho entre Escocia e Islandia, o elegirían la ruta habitual en otras incursiones anteriores, rodeando Islandia por el norte y descendiendo por el canal de Dinamarca, entre Islandia y Groenlandia.
El "Hood", orgullo de la Royal Navy
      Tovey repartió su patrulla, pero apostando claramente por esta última ruta. El mal tiempo no favorecía el reconocimiento aéreo y los británicos permanecieron, hechos un mar de nervios, sin noticia de los buques alemanes, hasta la tarde del día 23, en que fueron localizados al fin donde se había apostado, a punto de salvar el canal de Dinamarca.
      La localización la habían llevado a cabo el “Suffolk” y el “Norfolk”. No obstante, dada su clara inferioridad, rehusaron el enfrentamiento directo, y se dispusieron a pegarse tenazmente a la estela de los alemanes, advirtiendo de su presencia y aguardando la llegada del grueso de la escuadra inglesa. Lütjens, por su parte, trató por todos los medios de librarse de aquellos dos, aumentando la velocidad, usando cortinas de humo, y tratando de aprovechar la noche y las intensas nevadas que cayeron.
      Pero, a pesar de todo ese empeño y maniobra, no le fue posible al alemán romper el contacto, entre otras razones por la circunstancia de que el “Suffolk” disponía de uno de los equipo de radar más modernos del momento. Con la información de este crucero, el grueso de la flota británica maniobró para atajar la derrota del “Bismarck”. El crucial encuentro tuvo lugar en la mañana del día 24 en la ancha desembocadura meridional del Canal de Dinamarca. Los grupos adversarios abrieron fuego casi simultáneamente a 22.000 metros de distancia, una cobertura que sólo era factible para las más grandes unidades. El “Bismarck” y el “Príncipe Eugenio” concentraron su fuego sobre el “Hood”, la unidad más poderosa de toda la Armada británica. Y el “Príncipe de Gales” y el “Hood” hicieron lo propio sobre el “Bismarck”. Al poco de este combate entre colosos, una andanada del “Bismarck” alcanzó de lleno al “Hood” que, tras un gran estallido, desapareció en pocos minutos de la superficie del mar. Una tragedia tan rápida, que de sus 1.400 tripulantes sólo 3 lograron salvarse.
El "Bismarck" dispara sus potentes baterías
      El “Príncipe de Gales” también resultó alcanzado por varios impactos, sobre todo cuando, después de aniquilado el “Hood”, los dos buques alemanes concentraron su fuego sobre él, que, in extremis, optó por retirarse ocultándose tras columnas de humo. En lo que hace a las unidades alemanas, el “Príncipe Eugenio” había resultado prácticamente indemne; pero no así el “Bismarck”, sobre el que se había concentrado el fuego, que resultó alcanzado por varios impactos, aunque ninguno de gravedad. No obstante, su velocidad máxima se vio reducida en 2 nudos y, lo más preocupante, perdía combustible por algunos depósitos que habían resultado dañados. Ante esta circunstancia, Lütjens tomó una decisión que habría de resultar polémica: dirigirse hacia Francia. A tal propósito, se dispuso que el “Príncipe Eugenio” buscase la ocasión más favorable para separarse y continuar solo internándose en el Atlántico, lo que conseguiría pocas horas después, aprovechando la noche.
      La noticia del hundimiento del “Hood” supuso un auténtico mazazo para el orgullo británico. Sumado a ello el hecho de que el “Bismarck” (del que no se sabían datos de sus daños) continuaba navegando a buen ritmo, y la pérdida de contacto con el “Príncipe Eugenio”, dispuso al Almirantazgo a un despliegue sin precedentes para neutralizarlos a toda costa. Así, a la flota que ya estaba en persecución vinieron a sumarse nuevas fuerzas poderosas: desde Gibraltar zarparon, para atajar por el sur, un crucero de batalla, el “Renown”, un portaaviones, el “Ark Royal”, y otro crucero más, el “Sheffield”. Desde Canadá, hicieron otro tanto el acorazado “Revenge” y el crucero “Dorstshire”. Y desde el medio del Atlántico, abandonaron los convoyes que escoltaban dos acorazados más, el “Rodney” y el “Ramillies”. Así pues, a 25 de mayo, en pos de la “caza” del “Bismarck” navegaban a toda máquina, dos cruceros de batalla, cinco acorazados, cuatro cruceros, y dos portaaviones.
Avión torpedero británico
      Pero, hete ahí que ese mismo día ocurrió una circunstancia que bien pudo haber salvado al “Bismarck”, aunque de ella nunca llegó a tener conocimiento el almirante Lütjens, por lo cual no pudo aprovecharla. Lo que ocurrió es que los ingleses volvieron a perder contacto con el barco alemán. Éste, para evitar el peligro de un posible ataque de submarinos, maniobraba frecuentemente en zigzag; y en una de esas maniobras, tal vez excesivamente amplia, el acorazado se salió de la pantalla de los radares británicos, y ya no fue posible detectarlo de nuevo. Pero de esta feliz circunstancia nada se llegó a saber a bordo del “Bismarck”, que siguió creyendo hallarse bajo observación del enemigo. Sin embargo, pasaron varias horas de auténtica desesperación en la flota británica y en su mando naval en tierra. Ignorante de esta circunstancia tan favorable, Lütjens, que, por otra parte, no podía refrenar su infinito orgullo por el hundimiento del “Hood”, transmitió por radio un texto larguísimo (de casi 150 palabras), dando cuenta de todos los detalles del combate. Las estaciones radiogoniométricas británicas detectaron el mensaje procedente del “Bismarck”, y tuvieron tiempo de fijar su posición en el mapa. Pero, otro fallo más: no lo hicieron bien, y la posición que dieron de él le situaba, con error, mucho más al norte de donde realmente se encontraba. El caso fue que, hasta que se advirtió este error, pasaron más horas aún.
Pecio del "Bismarck"
      En el “Bismarck”, la primera intención de Lütjens era maniobrar hacia el sur y llevar a los buques británicos en su persecución a una trampa, hasta un punto secreto convenido donde los submarinos alemanes les aguardarían. Pero esta maniobra tuvo al fin que desecharse por la cada vez más grave pérdida de combustible. Finalmente, el “Bismarck” tomó decidido rumbo hacia Brest. Se sabía acosado, y confiaba sus escasas posibilidades a alcanzar sin ser atacado la cobertura del espacio en el que pudieran darle protección los aviones de la Lutwafe. Pero a las 10 y media de la mañana del día 26 un hidroavión británico surgió entre las nubes que cubrían el cielo, y avistó al acorazado alemán, dando cuenta exacta de su posición.
      Localizado así al fin con precisión, la estrategia británica se enfocó prioritariamente a poner en juego los aviones torpederos embarcados en el “Victorius” para tratar de disminuir al menos la marcha del “Bismarck” y dar tiempo a que pudieran atajar su rumbo las unidades mejor posicionadas, que ahora eran las de la “Fuerza H” proveniente de Gibraltar, que estaba a poco más de cien millas de distancia. Las condiciones meteorológicas eran infernales, pero aún así lograron despegar varias oleadas de torpederos del “Victorius”. Uno de ellos logró la diana decisiva, alcanzando con un torpedo el timón del “Bismarck”, que se quedó sin gobierno y, consecuentemente, definitivamente condenado.
Crucero "Canarias"
      El acorazado alemán, por lo que hace a lo demás, mantenía íntegro su porte y su armamento, pero aquellas circunstancias se antojaban fatales. Lütjens dio cuenta a Berlín de la fatalidad en la que se encontraba. Su única esperanza era lograr, con el amparo de la noche, alcanzar la posición, ya muy próxima, del “paraguas” aéreo de la Lutwafe, pero, por si no lo lograba, anunció su disposición a batirse hasta el último momento. La noche pasó con la esperanza en vilo, hasta que, al amanecer del día 27, constataron con decepción que el avance logrado había sido más bien discreto. Aclaraba el día, y todavía no cabía esperar, por su posición, la determinante ayuda de la Lutwafe. Así las cosas, la formación naval inglesa en persecución asomaba ya en el horizonte. El gigantesco acorazado estaba irremediablemente perdido. Poco después de las nueve de la mañana, procedentes de todas partes, los proyectiles empezaron a llover sobre el “Bismarck”. Una hora más tarde su imponente estructura estaba prácticamente arrasada. Entonces, Lütjens, como siempre dijeron los alemanes (aunque nunca se les dio crédito, hasta que, en el verano de 1989, Robert Ballard, el descubridor de los restos del “Titanic”, localizó e inspeccionó con un batíscafo el pecio donde se halla el “Bismarck”, a 4.700 metros de profundidad) ordenó explosionar las cargas que había distribuido por el barco para hundirlo antes de ser apresado y cobrado como pieza por los británicos.
A bordo del "Canarias", ceremonia de inhumación de
uno de los dos únicos cadáveres que el barco español
pudo localizar en el mar
      El “Bismarck” se fue al fondo, y con él la mayoría de su tripulación, de 2.092 hombres, de los que sólo se salvaron 115. Como epílogo, señalaremos que desde el puerto de Ferrol se hizo a la mar el crucero español  “Canarias” para socorrer a los náufragos, pero cuando llegó a la zona de la batalla no halló ningún superviviente, y sólo pudo recoger de la mar dos cadáveres.




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