martes, 31 de mayo de 2011

De curas y cuchipandas

      Sin duda saben que estamos en el año de Cunqueiro, ya que en este 2011 concurren dos efemérides importantes para recordarlo: el 30 aniversario de su fallecimiento, acaecido el 28 de febrero de 1981; y el centenario de su nacimiento, el 22 de diciembre de 1911.
Álvaro Cunqueiro
    Por tal motivo, nos proponemos traer a este blog, con la frecuencia que nos sea posible, distintas facetas de su memorable vida y de su extraordinaria producción literaria y periodística. Hoy iniciamos la serie, recogiendo un clarificador juicio suyo a propósito de la figura, tan literaria y tan mítica, de los viejos clérigos gallegos, que, en orden a lo gastronómico, fueron (en tiempos pretéritos pero aún de buena memoria para los más viejos) soberbios y exultantes gourmands, y en muchos casos también destacados gourmets. Aclaremos, ya aprovechando la referencia, que gourmet se dice de la persona de gusto y paladar exquisito y refinado, en tanto que gourmand es lo que pudiéramos asimilar por un tragaldabas, el siempre ansioso por llenar el buche, al margen de la cualidad de lo que ingiere.
      El texto en cuestión que nos sirve hoy es un fragmento de un artículo que don Álvaro publicó en el diario "Faro de Vigo", que él dirigía, en junio de 1964. Se trata de un trabajo titulado "Por San Juan de Ortega a Burgos", perteneciente a la serie que en aquel año él firmó a propósito del "Camino de Santiago". En el fragmento elegido, cuenta el egregio mindoniense la impresión de su visita a la casa rectoral de un cura castellano, y la evidente frugalidad que era de ver, en comparación con los curas gallegos...
      Hay un diferencia esencial entre el clérigo gallego y el castellano, hay que decirlo. Entras en casa de un cura nuestro, y a poco está el vino en la mesa, el pan y unos tacos de jamón y chorizo, o los cafés y el coñac o el aguardiente se imponen. En Castilla, nanay. El cura de San Juan de Ortega no saca ni medio chiquito del clarete del país, que es tan limpio.

Julio Camba

      Añadamos, por completar, que antes que Cunqueiro, ya Julio Camba (otro gallego señero en lides culinarias y literarias) en su libro inmortal "La casa de Lúculo", advertía sobre la generosidad y dispendio de la mesa de los curas gallegos de aquel tiempo, y la complicidad de entendimiento que los parroquianos tenían con ellos, en razón de evitar males mayores...
      Saben [los parroquianos] que el hombre más santo peca, por lo menos, diez veces al día, y les complace ver al párroco incurriendo en el pecado de la gula como una garantía de que no incurrirá en otros pecados.
     

No hay comentarios:

Publicar un comentario