jueves, 16 de diciembre de 2010

Destellos de Hollín (Pag 70 a 80)

mente a la de sus dos amigos-: ¿Se morirá este cabrón sin soltar prenda? ... ¿Estaremos haciendo el canelo aguantándole para al fin no sacar nada?...
-- ¡Don Matías! -quiso interrumpir, en tono ofendido, Raúl- : ¡Cómo dice usted!...
-- Chisss... -acalló don Matías, reclamando atención-. No pasa nada ... No soy tonto; y lo sé. Y es lógico. Yo haría lo mismo. En eso no hay maldad ... Y también sé, y os lo digo, que en vuestro caso, si al principio fue así, hoy también pesa en vuestro ánimo un sincero aprecio y una amistad leal, es cierto. Pero el sueño sigue ahí, ¿no es verdad?
-- ¡Hombre, don Matías...! -terció Tomás-. ...Lo dice usted de un modo...
-- ¿Pero, es verdad o no? -inquirió el viejo, reforzando su certidumbre con un levantamiento de cejas.
-- Bueno, sí. Algo de verdad, sí; tal vez sí, si usted lo pregunta -asumió Tomás, como portavoz de los dos- ...Pero eso no tiene nada que ver con la amistad...
-- Por supuesto que no -recalcó Raúl-. Ni mucho menos. Usted lo sabe... Lo que pasa es que, bueno, usted no tiene familia.... Y si existen las dichosas joyas, y conoce usted donde están escondidas, pues estupendo: para usted cuando salga. Pero no me diga que el peloteo de “Pulgas”, con el rollo de la madre y de la niña, ñeñeee ... ñeñeee..., no tiene una intención clarísima...
-- Éso, don Matías, lo ve un ciego... remató Tomás.
-- Ya, ya. Puede que así sea -zanjó el viejo, al tiempo que reclamaba con la mano calma y atención. ...Pero eso no tiene mayor importancia, ni a vosotros debe preocuparos tampoco Escuchadme ahora, porque hace ya algún tiempo que pensaba deciros esto; y hoy, ya que la ocasión está así, puede ser un buen momento...
      Tomás y Raúl, enfrentados en el extremo de la mesa corrida que ocupaban al fondo del amplio comedor, con Tornasol en la cabecera advirtiendo la trascendencia del momento que tanto habían esperado, cruzaron un instante sus miradas, que al pronto adquirieron un brillo codicioso. La sorpresa inicial se tradujo de inmediato en ansiosa duda para ambos, capaz, en su efecto, de apagar en aquel rincón el digestivo bullicio que imperaba en la sala. Mudados así los jóvenes tras el aviso, en un sincrónico gesto de solemne atención, Tornasol dejó pasar unos segundos de ceremonial silencio antes de continuar...
-- Llevamos juntos más de un año...
-- Casi dos años. -puntualizaron, a coro, Tomás y Raúl.
-- ...En marzo, dos años. precisó Tomás.
-- Sí. Así es...Y dos años aquí dentro es mucho tiempo...Dan mucho de sí. Hace que las personas se conozcan bien....Y yo ya os conozco perfectamente. La verdad es que los dos sois buena gente ... Don Matías se tomó un nuevo respiro, parecía fatigado y hasta podría pensarse que emocionado también. Claro que reconocer su estado real de ánimo no era nunca nada fácil, por lo mucho que le iban estas situaciones lindantes con el drama teatral. Levantó la mirada hacia las angelicales caras de sus interlocutores, esbozó un amago de sonrisa complacida y siguió, sin perder el tono confidencial: ...Un poco garrulos; pero buena gente... De todos los que han estado conmigo, desde luego los mejores, eso es verdad ... ¡Menudo mal bicho era el “Chanfainas”!¡Que te cuente Raúl!...
-- Un cabrón con pintas, sí señor -confirmó Raúl.... Y a usted le tenía amargado...
-- Un hijo de víbora ... -recordó don Matías. ¿Cuánto tiempo estuviste tú con él?
-- Yo, muy poco. Menos de un mes... Cuando salió con la condicional -hizo memoria Raúl-, estuvimos usted y yo solos una semana y media, y luego llegó Tomás.
-- Marzo, el dieciocho de marzo llegué yo -evocó Tomás con indisimulada urgencia.
-- Sí, es verdad. Lo recuerdo. Bueno, a lo que vamos... -resolvió don Matías, entendiendo las prisas- ...La cuestión está en que sois buena gente y que habéis sabido respetarme, ... y aguantarme también. Y que os estoy, en verdad, muy agradecido... Hombre, al principio, no lo neguéis, el asunto de las famosas joyas pesaba mucho en vuestra relación hacia mí...Y ahora también, por supuesto, aunque ahora, también es verdad que, al margen de eso, y sin olvidarlo, porque no lo olvidáis, como es lógico, creo que vuestro aprecio hacia mí va más allá de esa duda. Raúl hizo un amago de confirmar la sinceridad de sus sentimientos, pero don Matías le acalló de inmediato con un gesto para seguir con su discurso: ... Déjame. Déjame que hable yo ahora, que es buen momento... Y vamos con esa duda. Con la pregunta que desde hace tanto tiempo se hacen todos, aquí y fuera de aquí: ¿Sabe Tornasol, como sé que me llamáis, el paradero de las joyas? ¿Lo sabía “Bermeo”, y logró contárselo a su cómplice antes de morir? ...En definitiva: ¿Sabe Tornasol dónde están hoy, ahora mismo, esperando a que alguien vaya a recogerlas para disfrutarlas el resto de sus días? ...¡Menudas preguntas!, ¿no?...
-- ¡Pfuuu! -resopló Raúl como única respuesta. Tomás, impaciente, incrédulo y un tanto irritado, temiendo que la supuesta confidencia del viejo fuese al fin sólo una broma para provocarles, que la verdadera intención del viejo no fuera más allá de ponerles la miel en los labios, replicó, un tanto desabrido: --Joder, don Matías... Es usted la leche ... ! ¡Suéltelo ya, si es que nos lo quiere contar! ...¡Confíe de una vez...; o no confíe, pero no juegue más con nosotros, coño!...
-- ...Tranquilo, que os lo voy a decir. Para eso os estoy hablando; y no pretendo en absoluto jugar con vosotros ... Me merecéis confianza, como ya os he dicho, y quiero deciros, no todo, evidentemente, pero sí algo que os despeje esas dudas, y os dé, cómo diría: sosiego ... Y también prometeros por mi honor algo importante para cuando estemos los tres fuera... Y si no quieres que dé muchos rodeos, os lo diré de la manera más sencilla: Sí sé donde están esas las joyas -confesó don Matías lentamente, subrayando cada palabra...Y sé también que son más aún de las que se han dicho. Bastantes más: Un verdadero tesoro...¡Qué! ¿Estáis contentos?...
      Tan contentos y, de tanto, tan estupefactos quedaron Tomás y Raúl por la sorprendente confesión de Tornasol, siempre tan medido de habitual en sus palabras, que más bien parecieran sus rostros acartonados los propios de un profundo disgusto, que así se manifiesta en ocasiones singulares el gozo, cuando es extremo. Simplemente, se quedaron sin respuesta posible, anonadados, mudos y pálidos como estatuas de panteón. No podían dar crédito a lo que acababan de oír. Tantos años de empecinado silencio del viejo, que, según se contaba, ni las torturas pudieron doblegar; y ahora así, de pronto, sin presión ni aviso, soltaba a sus dos colegas el secreto mejor guardado. Apenas balbuciendo lograron al fin articular una respuesta. Raúl, con la mirada acuosa y a punto de desbordarse, inició un movimiento de rendida ternura para cogerle las manos:
-- Don Matías... Nos ha dejado mudos... Yo .... es que no sé qué... Hubiera querido hilvanar Raúl todo un discurso sentido y profundo, e iba a hacerlo, o a intentarlo al menos, ante el silencio de Tomás, cuando éste vino al fin a aprontar también su reacción:
-- ¡Joder, don Matías ... es usted la leche, de verdad; siempre un pozo de sorpresas! ... Sí, sí, por supuesto, ya lo creo que estamos contentos y también muy orgullosos de haber merecido esta confianza de su parte. De verdad que sí...
-- Bien, bien, ... Está bien... Dejémoslo ahí -interrumpió, rompiendo el embarazo, don Matías- . Ahora, prestad atención, porque quiero explicaros la razón de que os haya contado esto ahora. Veamos: ...Ya os he dicho que me caéis bien, que sois buenos chicos, y que confío en vosotros. Los tres nos hemos observado con mucha atención durante todo el tiempo que llevamos juntos: Vosotros a mí; y yo a vosotros, claro ...Y es muy cierto que pronto estaremos en la calle; posiblemente los tres antes del verano. Y, bueno, la cuestión es que he decidido contar con vosotros para el proyecto que tengo. Primero, para recuperar esas joyas de donde están escondidas. Y luego y principal, para realizar el plan que he ideado para colocarlas y darles salida. Eso es lo que quería que supierais ahora. Eso, y nada más, de momento. Por supuesto, como suponéis, no voy a deciros ni una palabra más hasta que llegue ese día. Y ya os pido desde ahora que no me lo preguntéis: ... el lugar donde se encuentran las joyas. Sólo quiero, con esta confidencia, que descanséis la cabeza; que os tranquilicéis, y que sepáis que esta decisión está tomada por mi parte, y que en su día tendréis una participación razonable del beneficio que pueda sacarse del negocio... Podéis, pues, descansar y relajar la presión que me venís haciendo; porque tan cierto como lo es para mí ese lema, sagrado, que tantas veces me habéis oído decir de: “Por Dios y por mi rey, cuando agarro no suelto”, también lo es, porque es lo mismo, igual de sagrado, que cuando me comprometo en una cosa, nunca me vuelvo atrás. ¿De acuerdo?...
      Don Matías observaba, al tiempo de hablarles, el beatífico semblante de indisimulada entrega que exhibían los atentos rostros de Tomás y Raúl. A éstas, habían ya dado la comida por terminada, aunque ninguno, en verdad, había pasado de picotear en un ligero estropicio las raciones del menú, que prácticamente permanecía intacto, en lo sustancial, en las respectivas bandejas. Por efecto más de la emoción que de la ingesta, los tres ofrecían un aspecto sudoroso, que en el caso de don Matías resultaba mucho más evidente, acusando ciertos rasgos de congestión, que cualquier experto hubiera juzgado preocupantes. Sin embargo, los tres coincidieron en achacar la causa a la calefacción, siempre demasiado alta en aquel comedor, y decidieron pasar a la sala contigua, repartida en amplios espacios de descanso y mesas de tertulia, juegos y televisión. La charla-confesión, en los mismos términos de dirección única, continuó allí.
      Las casi dos horas que todavía faltaban para el comienzo del crucial choque España-Malta discurrieron en un santiamén de atenta confidencialidad entre los tres, con un don Matías disparado en locuacidad, participando a sus amigos, por primera vez, el relato completo de la peripecia del robo de las joyas que habrían de redimir al trío en el horizonte próximo de su libertad recuperada.
      Y ahí les dejamos, en su “melé” confidencial. Más, seguros como estamos de la parcialidad y fantasía que habrá de prodigar en su discurso don Matías, recelosos de la fiabilidad de su versión y atendiendo al derecho que, entendemos, tiene el lector de conocer la secuencia exacta de unos acontecimientos tan cruciales en el entendimiento de lo que luego habrá de venir, base y raíz de todo cuanto aquí se cuenta, mejor será y más justo que hagamos un aparte, y seamos nosotros mismos quienes recordemos ahora, con precisa objetividad, los sucesos de aquel día de autos, con el prólogo igualmente obligado del apunte biográfico de este singularísimo personaje.

2. UN TRUHÁN HIJO DEL TRUENO

      La tenebrosa noche del 26 de abril de 1922, que aún los más viejos recuerdan en Cantabria con el espanto de haber asistido a la escenificación perfecta del fin del mundo, fue la elegida por el destino para traer a la vida a don Matías Cuernavaca y Muerdecojón. Nació el infante a caballo del trueno; un mal fario que habría de hacerse divisa a lo largo de su azarosa vida. Doña Gertrudis, su madre santa, alicantina de cuna grande, nunca llegó a hacer suyas las húmedas brumas de aquel paisaje, saturado de verde y capaz de mudar su estampa en el brevísimo plazo que va desde que el nubarrón plomizo empieza a asomar por la costa, hasta que acaba al fin e indefectiblemente instalado, con abúlico acomodo, en el fértil valle de Pisón, solar ancestral de los Cuernavaca y Muerdecojón.
      El niño Matías venía grande y premonitoriamente atravesado. Por liberarse de él a cualquier precio, doña Gertrudis estuvo luchando en agonía desde las ocho y cuarto de la tarde, justo desde el punto exacto en que rompió en el cielo aquella furia insólita. Quiso la suerte, o el destino, al fin lo mismo, que el cuadro del parto se presentase con el peor cariz. El aviso al médico, don Zenón Escudero, llegó tarde, por las infinitas dificultades que el emisario, Joaquín Rebollo, criado de confianza de la casa, tuvo para transitar en su mula los caminos anegados y para vadear los dos encanijados arroyos que deben cruzarse, atajando, para llegar al vecino pueblo de Urdiel, donde el galeno monta permanente guardia en su desvencijada consulta. Y si la ida fue difícil; la vuelta resultó imposible a ambos, aún poniendo la vida en el empeño. A caballo de sus respectivas monturas, calados hasta la más íntima profundidad de sus huesos, don Zenón y Joaquín hubieron de desistir al tratar de vadear el segundo riachuelo, ya casi a la vista del caserón, inermes ante la amazónica crecida que en apenas dos horas había experimentado aquella corriente, de ordinario remansada y susurrante, mudada ahora en un ir y venir en gigantesca y criminal torrentera.
      En previsión y por la urgencia, ya había sido avisada Raimunda, partera local de viejo oficio, que aguardó en la cocina la autorización pertinente para dirigir, a su modo y peculiar manera, el alumbramiento, una vez sobrepasado el límite de esperanza de ver llegar a don Zenón.
      Subió a la alcoba la vieja tan enchida de orgullo como el río infranqueable, haciendo ver de inmediato su urgente autoridad, ordenando febrilmente a aquella entrar, a ésta salir... -- Fuera la cómoda y las sillas; no hay espacio... Subid rápido la artesa de la cocina, y ponedla ahí, al lado de la cama ...Pero que antes frieguen bien la tapa con lejía ... ¡Y que la empapen bien con vinagre!”...
Don Matías padre asistía con incrédula atención a este cruce de órdenes insólitas, renegando al punto para sí de su desgracia, y de la mala hora en que concediera a Raimunda venia para subir y hacerse cargo. Su ilustrado racionalismo aborrecía del consentimiento a una vieja chiflada, sin duda ella misma incrédula de su ufana superchería. Pero no había cuenta para renegar ni elegir. Al menos, eso pensaba, práctica y oficio no podían negársele, y era la única, en medio de aquel caos telúrico, capaz de afrontar la inminencia que estaba a punto de producirse. Por más, doña Gertrudis exigía, a gritos destemplados e inconcebibles, solución y alivio sin demora; cualquier solución, y cualquier alivio. En su angustioso tormento había perdido la señora desde hacía ya un buen rato todo rastro de educación y compostura. De su boca desencajada, a cada contracción e incluso antes, surgían maldiciones, juramentos, odios y reproches como nunca hubiera sido imaginable en tan delicada dama. Hasta se la llegó a oír, alto y claro, por dos veces, cagarse en Dios y en la puta madre de su afligido marido. Había que actuar sin más preámbulos, estaba claro... o acuchillarla allí mismo.
      Con todo, aún asumiendo la libre licencia, no pudo don Matías dejar de rechinar y torcer visiblemente el gesto cuando escuchó de Raimunda la orden de subir la artesa. La vieja, advirtiéndolo así, displicente pero respetuosa al fin con el amo, tuvo el detalle de acercarse a él y explicarle las razones de tal necesidad:
-- Mire usted, don Matías, ahora debe usted relajarse. Descansar un rato, hágame el favor... Y no se me preocupe! ... ¡Si es que los hombres no debieran estar en estos casos! ... Mire, deje que le explique: esa cama está muy bien para dormir, y para hacer los hijos, ...pero no para traerlos al mundo. Es muy blanda, y la señora, con el peso que tiene y con el trabajo que debe hacer, se hunde y se manca en los entrecostos con el esfuerzo. ¿Me entiende?... “.
      Don Matías asintió levemente con la cabeza, sin demasiada convicción. --... Sobre la artesa va a estar mucho mejor, créame; y yo también más cómoda para

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