miércoles, 19 de diciembre de 2012

¿Por qué el 25 de diciembre?


      La Nochebuena, en el arranque del Día de Navidad, conmemora cada 25 de diciembre el nacimiento de Jesús en Belén. Esta es la convención cristiana, que, obviamente, nada tiene que ver con el rigor histórico del hecho, porque en los datos biográficos de Jesús, en lo que hace a la documentación histórica, sólo constan algunas referencias –y muy pocas- de su vida pública de adulto, pero nada en absoluto de las fechas concretas de su nacimiento y de su muerte. Así pues, ¿por qué el 25 de diciembre?...
      Si apelamos en los Evangelios como fuente documental, nada se nos dice al respecto sobre la fecha exacta del nacimiento de Jesús. Ni Mateo ni Lucas, que se refieren explícitamente al hecho, aportan ningún dato preciso. Y en los de Marcos y Juan, Jesús aparece ya adulto, bautizado en el Jordán y loado por el Bautista. Sólo sabemos que nació bajo el mandato del emperador Augusto, pero éste reinó más de cuarenta años. Además, al principio de la era cristiana no se dio un especial interés por evocar esta fecha concreta del nacimiento. Lo que entonces parecía interesar más era la conmemoración del día en el que San Juan bautizó a Jesús en el Jordán, ya muy adulto, y esa fecha, obviamente, también era igualmente desconocida.
      No obstante, en el siglo II los primitivos cristianos decidieron consagran a esa evocación un día festivo, para lo que fue preciso elegirlo de un modo arbitrario, y se optó por el 6 de enero. En ese día, en las religiones primitivas de Oriente tenía lugar la “fiesta de la Inmersión”. Los ríos eran ceremoniosamente bendecidos y el pueblo se sumergía en ellos para purificarse, y recogían también en ellos agua considerada absolutamente pura bajo el efecto de la solemnidad. Estas prácticas se daban en numerosas creencias orientales, y también en Grecia, en el culto a Dionisio, y en Egipto, en honor a Osiris. Así pues, la Iglesia decidió –allá por el siglo IV- fijar en esa fecha, del 6 de enero, la conmemoración del bautizo de Jesús, teniendo en cuenta la analogía existente entre el bautismo cristiano, que en aquellos tiempos se administraba por inmersión, y el uso antiguo. A la nueva solemnidad se le dio el nombre de Epifanía, que en griego significa “aparición”, o “manifestación”. 
      Epifanía, además “manifestación” porque poco a poco había venido a concurrir en la celebración de la fecha la evocación de la adoración de los Magos. Y otra concurrencia más, debido al carácter maravilloso atribuido en ese día al agua, la Epifanía también fue aprovechada como un recuerdo de las bodas de Canáa, en las que Jesús, en su primer milagro, convirtió el agua en vino. En resumen, que a partir del siglo IV, el 6 de enero, día de la Epifanía, fue contemplado como la conmemoración simultánea del bautizo de Cristo, de la Natividad (en cuanto a la adoración de los Magos) y del milagro de las bodas de Canáa.
      Pero, andando el tiempo, cien años más tarde, ya por el siglo V, la jerarquía de la Iglesia empezó a considerar que aquella concentración de conmemoraciones diversas en un solo día no era buena (por entonces tan sólo había dos grandes celebraciones en el calendario cristiano: la Epifanía, y la Pascua), y empezaron a considerar la búsqueda de una fecha concreta y única para la conmemoración de la Natividad. Además, con ello se quería contrarrestar la influencia de la herejía maniquea, según la cual el cuerpo de Jesús no era real, y sólo habría sido el producto de una ilusión. Se decidió, por lo tanto, conmemorar el “nacimiento según la carne”, distinguiéndolo del bautismo, que tenía la consideración de hito a partir del cual Jesús había iniciado la “vida divina”. Y así fue cómo se pusieron a buscar la fecha, y con ello a empezar a elucubrar cuál sería la fecha exacta de nacimiento de Jesús.
      Los primeros cálculos de los que tenemos constancia documental nos remiten a finales de ese siglo IV, y a la obra del monje Dionisio el Exiguo, quien estableció que Jesucristo había nacido en el año 753 después de la fundación de Roma. La opinión fue aceptada, y el año en cuestión pasó a convertirse en el primero de la nueva era cristiana. Pero, una cosa era establecer el año, y otra más difícil y compleja aún determinar el día y el mes concretos. Dionisio no quiso llegar a tanto en su osadía, y dejó el asunto en nebulosa, que la Iglesia resolvió de nuevo acudiendo al calendario pagano, confiando en resolver así, una vez más por sustitución, una costumbre añeja revirtiéndola en solemnidad cristiana.

      En aquellos tiempos del siglo IV se tenía la creencia errónea de que el solsticio de invierno tenía lugar el 25 de diciembre. En ese día, todas las religiones paganas celebraban el culto solar, jubilosa celebración del “nacimiento” del sol que, después de permanecer bajo en el horizonte durante los cortos días invernales, se elevaba en el cielo y alargaba los días. Al no poder extirpar tan arraigada festividad, la Iglesia optó por anexionársela dándole un significado cristiano, y así, el 25 de diciembre se convirtió en el día de la Natividad. No obstante, de aquellos usos paganos asociados al primitivo culto solar todavía son perceptibles algunas costumbres que han perdurado, como los troncos encendidos y las velas y luces en los abetos tradicionales, que son otras tantas supervivencias de las hogueras y las luminarias que, primitivamente, festejaban el retorno del astro solar.
























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