domingo, 30 de diciembre de 2012

Doce uvas ...y un brindis por el Año Nuevo


Doce uvas…

      Ya apenas horas nos separan de la francachela anual propia de la noche de San Silvestre. Aquí en España, aunque el panorama que se vislumbra para 2013, al menos en lo económico, no ofrece las mejores perspectivas, sin duda en esa hora mágica del tránsito de un año al otro volveremos, como manda el ritual, a entrechocar nuestras copas y a desearnos los unos a los otros la mejor de las venturas para el recorrido del año nuevo. Ocurrirá esto apenas unos segundos después de que las doce campanadas de la medianoche marquen el momento álgido del arranque, cuando quién más y quién menos se las vea aún con la ingesta apresurada de las clásicas doce uvas, una por cada toque, como es de ley.
      Sólo ocurre, y es lo que ahora vengo a contarles, que ese código-ley no escrito, que esa costumbre hoy en día ya tan arraigada entre nosotros, que bien puede tildarse como tradición popular rotundamente asentada, realmente, poco más tiene que un siglo de antigüedad. Sí, porque acaso no sean pocos quienes ignoren que el primer testimonio conocido de la adopción de esa costumbre tiene una fecha sorprendentemente reciente: el 1 de enero de 1897, cuando en el madrileño “El Imparcial” se recoge, en una crónica titulada “Las uvas milagrosas”, la nota de la creciente implantación de ese ritual (comer un grano de uva al compás de cada campanada) entre numerosas familias de la alta burguesía capitalina.
Reloj de la madrileña Puerta del Sol
      Y no hay más. Todo casual; sin ningún engarce de origen en tradición anterior, ni tampoco vínculo de raíz religiosa al que apelar. Ocurrió, y, eso sí, de inmediato se puso de moda, al adoptar muy pronto la costumbre el pueblo llano, que, apenas unos años más tarde ya concurría, con tal propósito y en gran número, a la Puerta del Sol, para fijar allí la cadencia de la ingesta con las campanadas del famoso reloj de la que entonces era “Casa de Correos”.

…y un brindis, por el Año Nuevo

      La tradición de brindar en los primeros minutos del 1 de enero, en efusiva conjura por los deseos de ventura para el Año Nuevo es, ciertamente, bastante más antigua que la de las uvas, aunque no inmemorial, ya que también tiene fecha tasada: como muy pronto, tuvo lugar el 1º de enero de 1583. Sí, porque antes de esa fecha el año nuevo se celebraba, en algunos países el 25 de diciembre, y en otros el 25 de marzo (día de la Anunciación de la Virgen). No fue hasta 1582 cuando la Iglesia decretó la sustitución del calendario gregoriano, que regía hasta entonces, sustituyéndolo por el calendario juliano, que estableció que el primer día del año, en el orbe cristiano, sería el 1 de enero. Y fijó esa fecha así, por las buenas, casi casi como con lo del arraigo de las uvas de la suerte, que venimos de contarles, sin que concurriera en la fecha del primer día de enero ninguna fiesta religiosa ni tampoco ningún hecho astronómico reseñable.
      Lo que sí es evidente es que la disposición nueva cuajó, y se asentó con buena firmeza, y cualquiera diría que en la memoria de la Historia nunca hubo ni otra ni mejor fecha, para marcar la transición de los años, que esa, ya tan inminente, noche de San Silvestre. Brindemos por ello.
      Sí, brindemos, y hagámoslo como más y mejor nos gusta aquí: contando otra “batallita”…
      La sana y efusiva costumbre de brindar tiene raíces muy antiguas que, indefectiblemente, remite al norte, a los países del norte de Europa. La propia palabra “brindar”, “brindis”, es un germanismo, que tiene su origen en la frase alemana “Ich bring dir’s”, que quiere decir, más o menos, “yo te lo ofrezco, yo te lo traigo”.
      En otros países también norteños, escandinavos por ejemplo, la acción de brindar suele acompañarse con la exclamación “sckol”, cuyo origen, según algunos, viene de los tiempos en los que aquellas tribus primitivas solían utilizar para beber los cráneos (sculls) de sus enemigos vencidos en la guerra. Esta costumbre, que bien se ve tan antigua, de beber brindando, tiene su origen, pues, en un rito bárbaro, de grupo, encaminado a lograr que todos beban y se alegren a la vez.
      En algunos países, y aún hoy, el acto de brindar se realiza de un trago, y mirándose a los ojos; es decir, que subyace y perdura aquella razón primitiva de forzar que nadie partícipe pueda sustraerse de la euforia colectiva. Del mismo modo que también en muchos países y sociedades, pongamos por ejemplo significativo la rusa, rechazar un brindis conlleva una ofensa grave para quien lo ofrece y propone.
      En cuanto al rito de entrechocar ruidosamente los vasos en el acto de brindar, parece ser que viene de los tiempos en los que las copas eran opacas, de cuerno o de metal, y se hacía así, se entrechocaban, para demostrar que no había engaño de que alguno de los recipientes estuviera vacío, y evidenciando también, al tiempo, que todos los partícipes habían recibido equitativamente la misma cantidad de bebida.
      En fin, que nuestro castellano “brindis”, como queda dicho, tiene su origen etimológico e histórico en ese centro-norte de Europa. También, por cierto, el término francés “trinquer”, deriva del alemán “trinken”, que quiere decir “beber”. Bebamos, pues, y hagámoslo con la moderación que siempre y en todo caso conviene, para brindar por las venturas que a todos, a ustedes y a mí, ha de traernos, seguro, el 2013, que tan a las puertas está ya. “Chin-chin”…y buen provecho. Hasta el año que viene.









No hay comentarios:

Publicar un comentario