miércoles, 3 de agosto de 2011

Helados y sorbetes


      Tiempo de verano...tiempo de calor...tiempo de helados y sorbetes...
      El helado es postre en nuestra mesa, y ello hace que en España, al igual que en el resto de los países mediterráneos –excepción hecha de Italia- el consumo per cápita de helado sea notablemente menor que en el resto de Europa, y en particular de la Europa nórdica, donde las cifras de consumo de esta fría especialidad doblan con amplitud a las nuestras, en razón, entre otras cosas, del mucho más alto nivel que nosotros tenemos de consumo de frutas frescas como colofón de la comida. Unos 6 litros al año es lo que consumimos, de helado, los españoles. Por encima de 15, suecos, daneses y noruegos. En todo caso lejos, lejísimo, de los más de 25 litros de helado por cabeza que ingieren cada año los ciudadanos norteamericanos.
     Que los helados son consustanciales al verano es verdad innegable, como lo es también que la práctica de su consumo ha ido rebajando considerablemente esa estacionalidad en los últimos tiempos, y el mercado del helado –particularmente del helado, y no tanto de los polos, sorbetes y granizados- se ha ido extendiendo a lo largo de todo el año.
      ¿Y desde cuándo el hombre consume helados? Hum, dificilísima y peliaguda pregunta. Sí, porque depende de cómo se considere la cuestión. En estricto sentido histórico, hay constancia documental de que los chinos, bastante antes de nuestra Era, ya gustaban de enfriar bebidas previamente aromatizadas con frutas o especias. Los árabes orientales, que tuvieron contacto con ellos, recogieron muy temprano esa fórmula, y le dieron un nombre cuya raíz aún perdura, “sharbat”, con la que designaban a una bebida fría, dulce y preparada con jugos de frutas. De aquel término, “sharbat”, viene nuestro actual “sorbete”, que, como se ve, no procede en su raíz de “sorber”, sino de esa árabe “shariba”, que significa “beber”.
      Pero si los chinos fueron tal vez lo primeros, y los árabes sus transmisores a occidente de aquella novedad exótica y refinada, los verdaderos inventores del helado, tal y cómo hoy lo conocemos, fueron –hay que plegarse- los italianos. Ellos fueron, ciertamente, sus grandes difusores. Cuentan que la fórmula la trajo, de oriente, el propio Marco Polo, pero eso ni está claro ni puede demostrarse. Lo que sí se sabe es que en la refinada Corte florentina de los Médici fue donde se descubrió el helado como gran novedad y egregio postre; y ya endulzado con azúcar –que entonces también era gran novedad-, superando así el recurso obligado anterior a la miel como edulcorante casi único.
Catalina de Médici
      Y fue, según se cuenta y se sabe, Catalina de Médici –la gran promotora de tantos refinamientos culinarios- la que introdujo el helado en la Corte gala, a raíz de su matrimonio con Enrique II de Francia. A partir de ahí, en lo que quedaba de recorrido del siglo XVI, y en el XVII, el aprecio por los helados dio en generalizarse al fin en las mesas reales, nobiliarias y purpuradas de toda Europa.
      Un hito importante en orden a la popularización del helado, del que ignoramos el nombre de su promotor, aunque no la fecha concreta, tuvo lugar en Estados Unidos en 1919, cuando las fábricas, ya industriales, introdujeron la feliz idea de incorporar, incrustado en la pieza de consumo individual, un útil palito para mejor asirlo con la mano. 
      Y a partir de ahí, la bomba y el “boom”: chiringuitos, puestos callejeros en cada esquina, carritos playeros y cofres helados en bandolera en todo cine de verano, estadio, o macroconcierto que se precie, haciendo que la canícula alivie su rigor con un lengüetazo a tiempo y oportuno. Que ustedes lo sorban, y lo lamen, bien. Buen provecho.


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