domingo, 6 de febrero de 2011

Anfitrión, su curioso origen


      En un sentido amplio, bien pudiera sentirme yo “anfitrión” de todos vosotros, amigos lectores, que periódicamente asomáis vuestro dadivoso interés a las páginas de este modesto blog (no perdáis, por favor, esa buena costumbre). En un sentido más preciso, sin embargo, no lo soy -y bien a mi pesar; o, depende, según se ha de ver- ya que el significado original de este término hace referencia, como primera interpretación, a quienes reciben en su casa, o sientan, como invitados, a su mesa.
      El término es curioso, y de la singularidad de su porqué e historia vengo a contaros ahora:
Alcmena, seducida por Zeus
      Empecemos por recordar que Anfitrión es el nombre de un personaje de la mitología griega. Un semidiós, hijo de Alceo y nieto de Perseo. Estaba casado el tal Anfitrión con una mujer hermosísima, Alcmena, que estaba como un pan (con un pan de Cea, pongamos por caso). Y, lo que con tanta frecuencia ocurre en el Olimpo: el rijoso Zeus, padre de todos los dioses, que le echa la vista a la bella Alcmena; y que se encapricha de ella, y que no descansa en su soberbia deidad si no la hace suya. Como tantas veces había hecho ya, y seguirá haciendo, el todopoderoso Zeus maquina y mueve sus hilos para que el bueno de Anfitrión, a la sazón rey de Tirinto, tenga que ausentarse de su hogar para cumplir con la guerra. Entonces, toma su identidad, y así, disfrazado de un Anfitrión que supuestamente regresa triunfante, logra meterse en el lecho de Alcmena, y hacerle un hijo, que tendrá por nombre Heracles (Hércules)…
      Luego, ya se sabe: este Hércules viene a La Coruña, hace la torre, y se queda pasmado con la ría de Ortigueira, que visita en un fin de semana… Pero, esa es otra historia. La nuestra, la de hoy, la del cornudo malgré lui Anfitrión, por más que siguiéramos con el relato mitológico no hallaríamos en él ningún engarce posible para justificar la acepción de hospitalidad que nos ocupa. Entonces, ¿de dónde surge tal relación?
Jean-Baptiste Poquelin, llamado Molière
      Pues, de Francia. Y no en los tiempos tan pretéritos, sino a mediados del siglo XVII, cuando, en 1668, el dramaturgo Molière, presenta un drama, readaptado de una obra de Plauto, sobre el triste sino de Anfitrión. El caso es que en ese “Anfitrión”, Molière concibe una escena final en la que se representa un banquete fastuoso. Entra Sosia, que era el mensajero de confianza de Anfitrión, su amigo íntimo, y no advierte el engaño de Zeus travestido. Anfitrión-Zeus le invita a tomar asiento en la mesa, y es entonces cuando Sosia dice su frase: “le véritable Amphitryon est l’Amphitryon ou l’on dine”, que, muy libremente, pudiera traducirse como “el verdadero Anfitrión, es el que invita a cenar”.
      Y ahí está la cuestión: la obra alcanzó un enorme éxito, entre otras razones, porque buena parte del público no dejaba de advertir en el complejo enredo escénico, de camas, suplantaciones y equívocos, un cierto parecido alegórico con la conocida afición que su rey, Luis XIV, tenía también de llevarse a su real cama a las damas-esposas de sus nobles allegados, de las que se encaprichaba.


Sosia y su amo, Anfitrión
 
      Y el caso es que la frase en cuestión cayó en especial gracia; y en muy poco tiempo, el nombre propio de Anfitrión paso a hacerse común, designando, como hoy lo entendemos, a la persona que recibe, invita y ofrece hospitalidad. En la primera edición del diccionario de la Real Academia Española de Lengua, de 1869, ya se recoge esta acepción.

Otra  curiosidad: Tanto en la obra de Plauto como, obviamente, en la de Molière después, el general enredo de suplantaciones de personalidad es la clave de la obra, en la que el personaje de Sosia, el criado de Anfitrión, centra buena parte de la acción. En la obra de Plauto (autor latino), Zeus pasa a ser Júpiter, quien adopta  la personalidad de Anfitrión, y el personaje de Sosia es suplantado por Mercurio, que se brinda a acomodar el capricho de su celestial jefe, para engañar juntos a la pobre Alcmena. También entonces, en la época clásica de Plauto, la obra alcanzó un grandísimo éxito, y ocurrió entonces algo similar a lo que habría de ocurrir, como acabamos de contaros, mil quinientos años después con el "Anfitrión" de Molière. También  entonces, Sosia resultaba el personaje más simpático y liante de la obra, y ocurrió que, al igual que en el XVII, las gentes dieron en trocar el nombre propio de Sosia por el común, que designa desde entonces con él a la persona que tiene mucho parecido o similitud con otra, hasta tal punto que pueden llegar a confundirse. Buen provecho... y no se me confundan de blog, que éste no tiene sosias.









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