sábado, 5 de enero de 2013

Roscón de Reyes


      Pues henos aquí, en las horas previas a la “noche mágica” de Reyes, con la que se cierra el ciclo –también el gastronómico- de las Navidades. En esta que se anuncia, aunque todavía queden turrones, el protagonista tradicional es el Roscón, cuyo consumo asociado a la fecha viene de muy antiguo, y tiene como nota característica ésa de la “sorpresa” incluida en su interior.
      Cuentan, quienes han estudiado el tema, que la tradición de ese roscón, o torta dulce, con “sorpresa” es flamenca, o belga, y en su origen lo que contenía en su seno no era una figurita sino un “haba” natural, o incluso varias. La gracia, como ahora, estaba en encontrarla, lo cual infería al agraciado un signo claro de buena suerte para el resto del año. La liturgia festiva se completaba, en aquella primitiva tradición, “coronando” al hallador como “rey de la mesa”. A partir de ahí, cada vez que el nominado “rey” levantaba su copa, los demás comensales tenían que seguirle y hacer lo propio, so pena de tener que pagar una prenda.
      Ya por el siglo XVIII la tal “haba” fue sustituida –ocurrió esto en Francia- por una figurita del Niño Jesús de porcelana. Y así duró, y se fue extendiendo la costumbre, mudando al paso del tiempo el motivo de la figurita del Niño por otras mucha variedades, siempre miniaturas, muchas veces de vidrio, y otras, incluso, anillos y hasta monedas.
      Ya en la época modernista, la tradición del Roscón de Reyes se revistió con una formulación de uso que, realmente, es una pena que haya desaparecido: los roscones, en aquel tiempo, eran un regalo, un obsequio, que los panaderos hacían a sus clientes. Pero esta hermosa costumbre hubo de abortarse, cuando el gremio de los pasteleros, celoso, denunció e incoó un proceso contra los panaderos, acusándoles de intrusismo y de usurpación de derechos. Y ahí se acabó el “regalo” panaderil.
      El típico Roscón de Reyes se elabora a base de azúcar, mantequilla, huevo, harina, ralladura de limón y naranja, leche, agua de azahar y frutas escarchadas. Todo ello amasado y horneado con la figurita escondida en su interior. Es ésta una preparación clásica que no ha tenido variaciones sensibles al menos en los últimos cien años. La clave verdadera, entonces y ahora, es lo más difícil: conseguir el punto exacto de cocción, y -fundamental- que el roscón llegue a nuestras mesas en el menor plazo posible desde que ha sido horneado. Ojalá que así sea en el que a vosotros os toque este año. Buen provecho.


No hay comentarios:

Publicar un comentario