jueves, 11 de octubre de 2012

América, de ida y vuelta


      Hace 520 años, aquel 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón, en su afán por alcanzar la mítica Cipango navegando hacia occidente por el ignoto mar tenebroso, se topó con unas tierras nuevas que resultaron ser todo un continente. Lo suyo hubiera sido que, años después, cuando se reconoció la verdadera e imponente entidad del Descubrimiento, aquellas tierras nuevas hubieran sido bautizadas como Colombia –desde luego, hubiera sido los suyo, lo justo: de Colón, Colombia- …pero resultó que, como bien sabemos, no fue así.
Cristóbal Colón
      Y puestos así hoy en este punto de arranque, permitámonos, antes de lo gastronómico que se espera, la digresión histórica: Por aquellos años, -y durante muchos, hasta muy entrado el siglo XVIII- aquí en España a las nuevas tierras descubiertas se las conoció como “Indias Occidentales”. Pero al tiempo y a la par, también desde muy pronto, por mor de un tratado de cosmografía, editado nada menos que en 1504 en Francia, que tuvo una difusión enorme en toda Europa durante muchos decenios, en todas las sucesivas reediciones y ampliaciones que se hicieron de él se insistía machaconamente en que el nuevo continente había sido descubierto por el florentino Américo Vespucio; y siendo así, proponía que a las nuevas tierras debiera llamárselas, en su homenaje, “América”. 

Americo Vespucio
       Y, en fin, las cosas que pasan, que ya no deben sorprendernos: al final ganaron y, como habitualmente se dice, se llevaron el gato al agua: el pertinaz engaño hizo fortuna, y al cabo, aburridos de porfiar en contra, también aquí en España, a partir de mediados del ya dicho siglo XVIII, cedimos –como ya habían hecho todas las Cortes europeas- y mudamos al fin, aceptando la denominación de América.
      Y en lo que hace a lo gastronómico. Vamos a ello ya. En general es opinión común y extendida que de América nos llegaron un montón de nuevos productos, que hoy son esenciales y básicos en nuestra despensa y en la de todo el mundo. Y es muy cierto: el catálogo de novedades que de allá vinieron es amplísimo. Sin afán de agotarlo, anotemos las patatas, el maíz, los tomates y los pimientos, las alubias, el cacao, las judías verdes, calabazas… La aportación americana a la despensa europea supuso una auténtica revolución gastronómica; nadie podrá negarlo. Pero, cuidado, el intercambio no fue sólo unidireccional. Incluso pudiera ser que resultara equilibrado. Porque de Europa al Nuevo Mundo viajaron también un montón de productos novedosos –incluso algunos de ellos se arraigaron allí tan bien y tan pronto, que hoy muchos los creen originarios de aquellas tierras, y no lo son. 
      Pongamos por caso, el café, del que ya conocíamos en España, por los árabes, muchos años antes del Descubrimiento. O el azúcar, que también viajó hacia allá, igual que hicieron los plátanos. En capítulo de huerta, la aportación europea no fue ni mucho menos menor, anoten: trigo, zanahorias, lechuga, garbanzos, cebollas, berenjenas, pepinos, aceitunas, uvas… todo eso llegó a América en barcos europeos, españoles los más.
      Y qué decir del capítulo de las carnes. En ese campo, la aportación europea fue abrumadoramente mayoritaria: a cambio de vacas, ovejas, cabras, gallinas, caballos y cerdos… que de nada de eso había en la otra orilla, casi sólo recibimos orondos pavos. Así pues, dejémoslo en un “a pachas”, y buen provecho.

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