miércoles, 14 de diciembre de 2011

La carrera del Polo Sur

Amundsen colocó la bandera noruega
en el Polo Sur el 14 de diciembre de 1911

      El trágico final de Robert Scott y sus cuatro compañeros expedicionarios constituye una de las páginas más dramáticas y estremecedoras de los tiempos modernos... Una historia épica y fatal que nos llegó, agigantada en su dramatismo, por el relato que de ella hizo y nos legó el propio Scott en su diario manuscrito desde la frustración de alcanzar la meta, luego de infinitas penurias, un mes después de que lo hiciera su rival, Amundsen, y leer la carta que éste le dejara allí, junto a la bandera noruega. A la peripecia terrible de un viaje de regreso sin esperanza, que concluyó fatalmente en una tienda azotada por la ventisca, el 29 de marzo de 1912, con la última línea escrita a duras penas en aquel diario: “Es espantoso. Ya no puedo ni escribir...”
Roald Amundsen
      En el arranque del siglo XX, a los afanes exploradores, que tanto habían galvanizado al mundo de la ciencia y al prestigio de las naciones en los tiempos anteriores, les quedaban ya muy pocas metas que alcanzar. Los dos grandes retos geográficos que aún ofrecían una resonancia internacional y una trascendencia histórica era los dos polos de la Tierra, que todavía no habían sido ollados por el hombre. De los dos, la meta que se consideraba más asequible era la del Polo Norte. Y a esa empresa se dispusieron y empeñaron diversas expediciones, principalmente británicos, noruegos y estadounidenses, todos ellos con más o menos respaldo de sus respectivos gobiernos. El noruego Amundsen había llevado a cabo ya varios ensayos en el Ártico, y se disponía a acometer uno más, con ese objetivo, cuando, hallándose con todo el equipo dispuesto a bordo de su buque de apoyo, el “Fram”, en escala en la isla de Madeira, le llegó la noticia de que el norteamericano Pearl se le había adelantado, y logrado el hito del Polo Norte el año anterior, en abril de 1909
      Su frustración duró apenas un instante, porque de inmediato sorprendió a su tripulación y a su equipo con la osadía de un cambio de planes. “Pearl -les dijo- se nos ha adelantado en el Polo Norte, con lo cual no tiene ya ningún sentido empeñarnos en ir allí. Pero eso no significa, ni que volvamos a casa, ni que dimitamos de nuestro sueño de gloria. Como sabéis, el británico Scott está en Australia preparando su expedición en pos de la conquista del Polo Sur. Yo acabo de remitirle un telegrama anunciándole que esa también es a partir de ahora nuestra meta. En consecuencia, el “Fram” levará anclas hacia allá de inmediato, pues nos llevan bastante ventaja. Ocioso es decir que, quien no quiera seguirme en esta nueva empresa, deberá desembarcar y quedarse aquí en Funchal”.
Robert Scott
      Aquel telegrama retador que el noruego envió al británico a su base de Australia, alcanzó pronto trascendencia mundial. La empresa de ser el primero en llegar al Polo Sur sumaba así a su intrínseca dificultad el atractivo mediático irresistible de una carrera planteada a dos, con todos los ingredientes de una pugna deportiva, pero también política. En ese terreno del apoyo político, el británico llevaba ventaja, ya que el gobierno de Londres se había volcado con derroche en la dotación de medios para la expedición. Su barco, el “Terranova” era una fragata de gran porte, y en su equipamiento, Scott había elegido como medio básico de transporte y arrastre poneys tibetanos, y un medio nuevo y revolucionario, tractores mecánicos movidos por cadenas. Amundsen, por el contrario, contaba con un equipo de corte tradicional, el mismo que había dispuesto para la ruta del Polo Norte, y basado esencialmente en el tiro de perros esquimales. Los poneys eran, efectivamente, más robustos y manejables, pero, por contra, resultaba mucho más difícil protegerlos contra las ventiscas.
      A mediados de octubre de 1911, los dos barcos se encontraron y coincidieron en la Antártida, en la Bahía de las Ballenas. No obstante, los campamentos base de unos y otros se dispusieron a bastante distancia, y es que Scott contaba con la ventaja de acometer una ruta que él mismo ya había ensayado y cartografiados en los años anteriores. Amundsen, por el contrario, acometió su ruta por una vía directa que iría explorando a medida de su avance. Una vez establecidos y señalizados por ambos los necesarios puestos de aprovisionamiento en distintas etapas del camino a seguir, con quince días de diferencia, una y otra expedición se pusieron en marcha hacia la meta.
      Esos quince días de diferencia resultaron al fin decisivos. Amundsen logró avanzar sus etapas en relativa concurrencia con la planificación prevista. La climatología a lo largo de su ruta se produjo con moderada benignidad. Los perros cumplían con su función a pleno rendimiento, y cuando alcanzaron la Gran Meseta, los cinco expedicionarios llamados a acometer el tramo final estaban en razonables condiciones para soñar con un éxito posible. Por el contrario, la expedición de Scott resultó un fiasco desde el primer momento. La ventisca no dejó de arreciar ni un solo día, con temperaturas por debajo de los treinta grados bajo cero. Sobrepasado el primer tercio del camino, los tractores oruga se quedaron paralizados al congelárseles el aceite. Y los poneys también fueron desfalleciendo y muriendo a medida del avance.
      En cualquier otra circunstancia, probablemente la constatación de todos estos fracasos e inconvenientes hubiera aconsejado abortar la expedición y retornar al campamento base para prepararla con otros y mejores medios y apoyos, pero Scott, a pesar de estas penalidades, estaba seguro de poder llegar al Polo, y de hacerlo antes de que lo hiciera Amundsen. Además, tenía que hacerlo, porque la mirada de todos los ingleses estaba fija en su expedición. Y así fue como el drama fue progresando. Cuando alcanzaron la Gran Meseta, el 22 de diciembre, ya no quedaba ningún poney, y los cinco expedicionarios que componía el grupo final, Scott, el doctor Willson, el marinero Edgard Evans, el capitán de caballería Titus Oates, y el joven Bowers, se vieron obligados a empujar ellos mismos de los trineos.
Scott y su equipo
      En una marcha de penosidad sobrehumana, en medio de un silencio agotador, azotados por inclementes ventiscas, el 18 de enero alcanzaron al fin la meta. Pero allí les aguardaba la más terrible de las decepciones: sobre un montículo de nieve, una barra de trineo sostenía a modo de mástil la bandera noruega. Al lado había un tienda vacía, y en ella una carta: “Estimado capitán Scott: sin duda será usted el primer visitante que llegue aquí después de nosotros. Le ruego que informe al rey de Noruega de nuestro éxito. Hemos llegado al polo el 14 de diciembre de 1911”
Amundsen en el Polo Sur
      Scott releyó la carta con infinita amargura. Y advirtió en ella la magnitud de su desgracia: no sólo habían llegado antes, sino que lo habían hecho con un mes de antelación. Los cinco agotados expedicionarios británicos se vinieron literalmente abajo moralmente. Y empezaron a percibir la magnitud del drama que les aguardaba, pues disponían de muy escasas provisiones para el regreso, y en ese estado de ánimo a ninguno se le escapaba que las posibilidades de regresar vivos eran tanto más escasas cuanto más dilataran ese regreso inmediato. Así que se sacaron una foto en el lugar, donde habían clavado su Union Jack a unos metros de la bandera noruega...y emprendieron el viaje de regreso.
      Las condiciones climatológicas seguían siendo infernales, y las continuas ventiscas desdibujaban el camino y les desorientaban, haciéndoles perder horas preciosas. Avanzaban titubeantes, retrocedían, rectificaban la dirección, y progresaban en su agotamiento. El primero en claudicar fue Edgar Evans, quien parecía haber perdido definitivamente el sentido de la orientación y toda voluntad de continuar la marcha. El 17 de febrero, el grupo se detuvo para comer. Evans caminaba muy retrasado en pos de ellos. Cuando Scott desanduvo el camino para auxiliarlo, lo halló inmóvil en medio de la nieve, arrodillado, sin guantes y con la mirada extraviada. A las doce de aquella noche falleció.
Scott, escribiendo en su diario
      La muerte de Evans vino a librar a la expedición de una gran rémora, y a ofrecer una posibilidad de supervivencia a sus compañeros, ya que cada hora de demora comprometía gravemente las probabilidades de salvación. Prosiguieron la marcha, pero al poco, Oates fue el segundo en manifestar un agotamiento extremo. Así llegaron al 9 de marzo. Los cálculos más optimistas les decían que los exploradores disponían de víveres para no más de siete días. Según sus cálculos, el puesto de socorro del “Depósito Uno” debía hallarse a unos cien kilómetros. Ello significaba que tendrían que hacer una media de más de diez kilómetros diarios si querían sobrevivir. Los ánimos estaban ya totalmente hundidos, y Scott ordenó al doctor Willson que repartiera las píldoras de opio que llevaba en el botiquín. Allí debería acabar la aventura, y ese era un modo de encarar del mejor modo posible la muerte. En estas estaban en la tienda, cuando Oates se irguió en un supremo esfuerzo, y sin decir una palabra ni los otros impedírselo, salió al exterior y echó a caminar hacia la nada.
Última página del diario de Scott
      Quedaban tres. Y echaron a andar de nuevo. El 21 de marzo se hallaban a 27 kilómetros del puesto salvador, pero ello representaba al menos y en sus condiciones, tres días de marcha, y sólo les quedaban víveres y combustible para, estirándolo mucho, dos días. En todo caso, según dejó escrito Scott, se disponían a hacer ese esfuerzo supremo; pero entonces sobrevino sobre ellos una ventisca de espectacular virulencia. Y allí se quedaron, en la tienda, casi en silencio y totalmente agotados y sin fuerzas. En su diario, a duras penas, Scott escribió sus últimas páginas: “Ahora es preciso abandonar todas esperanza... Esperaremos aquí nuestro final irremediable”... Escribió también varias cartas, una de ellas dirigida a su mujer, encabeza primero con un “A mi esposa”, y rectificada y tachada después la palabra para sustituirla por “A mi viuda”.
      La mano que escribía estas palabras con harta dificultad, acabó por crisparse, pero todavía encontró fuerzas para firmar “Robert Scott”, y para añadir una postdata “Por el amor de Dios, ocúpense de los nuestros”... Después, soltó el lápiz... Era el 29 de marzo de 1912



Si le ha "enganchado" esta historia tran dramática, y finalmente tan trágica, puede oirla ahora, en mi voz, con el montaje musical correspondiente


2 comentarios:

  1. Excelente!! Sin palabras de toda la informaciòn que he leido del Polo Sur éste blog compila y sintetiza la historia de conquista de èste Polo, mil gracias por compartirnos tan grata y asombrosa historia.

    ResponderEliminar
  2. Que bonito relato! es un placer escucharte,esta semana pasada estuvimos en en cole buscando información sobre esta conquista, cuando vuelva escucharemos tu magnifico relato.Cracias

    Adela

    ResponderEliminar