jueves, 14 de octubre de 2010

Los callos, regusto español



      Sin duda alguna es cuestión de mérito, y hasta de maravilla, que partiendo de unos ingredientes y de una materia prima muy poco propicia, y hasta canalla, pueda lograrse una transmutación tan sorprendentemente exquisita como la que resulta de unos buenos callos. La muy antigua cocina de la casquería sabe, desde tiempo inmemorial, obrar ese milagro. Ya Homero cuenta en “La Ilíada” que las tripas asadas fueron plato principal en el banquete funeral de Aquiles. Y el romano Apicio, autor del más antiguo recetario conocido, no dejó de incluir entre sus propuestas una complicada receta de callos.
      Sí, los callos son un plato señor, de compleja y paciente elaboración, de prosapia antigua, al que sólo las prisas y urgencias de los nuevos tiempos amenaza con arrumbar, al menos en su versión casera y doméstica, que sin duda es la más brillante. Y tal vez no pueda ser de otro modo, ya que unos callos de artesanal factura, con sus mínimas cuatro, o cinco, horas de cocción lenta no admite una versión microondas; ni siquiera, si me apuran, la de olla express.
      En los recetarios tradicionales de Francia y de Italia, al igual que aquí en España, los guisados de piezas provenientes del conducto digestivo de la res, o del cordero, en su caso, son harto frecuentes. Al margen de las formulaciones en cada caso, que son bien distintas, una diferencia notable, en lo que hace a la selección y preeminencia de los ingredientes a concurso, nos distingue a nosotros de ellos; dejándose ésta ver, incluso, en los respectivos nombres del guiso: “trippe”, en italiano, “tripe”, en francés… y “callos”, en español. La etimología de los dos primeros términos no ofrece duda, sí pudiera suscitarla, en cambio, la del tercero, que procede del término latino “callum”, y hace referencia más específicamente al estómago de la vaca. Los callos de ellos, pues, llevan más intestino, y los nuestros más estómago. Además, en prácticamente todas las versiones hispanas de los callos, se hace imprescindible (excepción hecha de los más rigurosos puristas de la fórmula “a la madrileña”, que repudian este concurso) una buena cantidad de pezuña, y hasta de morro de vaca, que da al conjunto una muy especial y delicada gelatinosidad. El chorizo, y la negra morcilla, y un buen trozo de jamón, que dé substancia y perfume, completan el capítulo cárnico del guiso.

Callos a la madrileña


Otra cuestión peliaguda es la de clarificar los infinitos matices, regionales y locales, de nuestros hispanos callos. Y es que con los callos, plato antiguo y popular donde los haya, al igual que ocurre con el cocido, también de inmemorial trayectoria, existen tantas variantes, casi, como fogones. Desde luego, por situar en un mínimo la referencia, cabría decir con plena certeza que en España hay tantas recetas diferenciadas como, cuando menos, regiones autonómicas. Ya quedó dicho que son célebres, y hasta idiosincrásicos, los callos “a la madrileña”; pero también lo son, diferentes y peculiares, los “a la catalana”, y “a la riojana”… los callos canarios, los vascos, los asturianos, tan típicos del “Desarme”, y los gallegos y andaluces, que dejamos para el final en razón de su peculiar semejanza, por el singular concurso que en ambos tienen los garbanzos.

Callos con garbanzos


No he logrado saber desde cuándo, y en qué circunstancia, los garbanzos llegaron a ese feliz matrimonio con los callos. Desde luego, es bien curioso que esa formulación tan peculiar, tan diferenciada de las otras hispanas, concurra en dos regiones tan diametralmente alejadas como son Galicia y Andalucía. Según mi teoría -que he visto que algún otro cronista comparte- la razón de origen debe proceder de la conexión, naturalmente frecuente, entre las Capitanías Marítimas de Ferrol y de Cádiz. De esa relación de intercambio de uno a otro puerto habría derivado el enraizamiento en Andalucía occidental de la receta gallega, marcando luego el devenir de los años, como casi única nota diferencial, la evolución de la salsa andaluza hacia una mayor carga aromática, al introducir el concurso de la hierbabuena.
      En lo que hace a condimentos y aromas distintivos, el del comino se ha hecho casi sinónimo de los callos, pero convendrá ajustar su dosis, porque no son pocos los establecimientos de tapeo barato que malentienden que pueden hacer pasar por callos unos garbanzos malguisados con algo de carne, cuatro huesos, y poco más, si la “carga” de cominos es abundante. Y lo mismo cabría decir del concurso, necesario, del picante en la fórmula. Cierto es que el toque picante, obligado, da carácter a unos buenos callos, pero, por razón parecida a la de antes, no son pocos los taberneros que sueltan conscientemente la mano en el picante pimentón, confiados en el efecto seguro de que cuánto más “rasquen”, más vino requerirá su ingesta.
      Picaresca a parte, la excelencia de unos buenos callos, de probada confianza y artesana factura, merece reservarles la ocasión, y aún un desplazamiento, si se tercia, así suponga éste un centenar de kilómetros. Reseñar aquí algunos memorables es empeño banal, porque con toda probabilidad agotaríamos es espacio que la prudencia impone. De los por mí probados -y ahí va el envite para tí, lector, que puedas aportarme referencia destacada de otros nuevos- sitúo sin duda en el Olimpo, si con garbanzos se trata, los de “Casa Pena”, en Moeche (A Coruña), y los de “La Penela”, que pueden disfrutarse tanto en el establecimiento madre de A Coruña, como en su brillante sucursal de Madrid; sin olvidar los muy fragantes, a la hierbabuena, de “Casa Cristo”, en Cádiz. Ya aquí en Madrid, a qué contaros: la nómina de referencias excelsas es larga. Podría resumirla en un triunvirato, en escala de precios: “Jockey”, “Lhardy”, y “San Mamés”… pero hay muchos más, incluido el que para mí ofrecía los mejores, pero que lamentablemente ya es historia: el añorado “La Cuatro Estaciones”. Buen provecho.

3 comentarios:

  1. No estoy de acuerdo con la etimología que tradicionalmente se da ya que "callum" en latín significa "piel dura, rudeza, insensibilidad". Es obvio que jamás definiríamos a los callos o tripas como algo "duro". Así pues, "callum" valdrá para los callos del pie, pero no para estos, que tienen la misma relación entre sí que un banco de crédito y uno de sentarse. Creo que el origen de esta palabra tiene bastante más encanto.

    Recientemente estuve en Oporto, ciudad que no conocía, y allí descubrí que las "tripas ao Porto" son tan típicas allí como los callos en Madrid. La tradición cuenta que en la época de las grandes expediciones marítimas de Enrique el Navegante, cuando Portugal empezó a descubrir y fundar colonias por medio mundo (tarea en la que le siguió poco después Castilla), el aprovisionamiento de víveres para los barcos de las expediciones era lógicamente muy importante.

    El ganado llegaba hasta el puerto, y allí mismo era matado y despiezado. La mejor carne iba a los barcos, y las tripas y vísceras se quedaban en el puerto, donde los lugareños las preparaban y vendían.

    Curiosamente muelle en portugués es "cais", del mismo origen que el francés "quai" (latín "caium" (con i latina), céltico "kagio"). En aquella época en que las grandes expediciones marítimas eran el equivalente a la exploración espacial y en que en los grandes puertos abundaban los trabajadores y espías extranjeros, no es nada descabellado pensar que la palabra pudo llegar directamente hasta la Corte de Madrid por esa vía, con la connotación de "comida del puerto", "comida del cais". De hecho, la relación entre palabras como "callos" y "casquería" se ve así mucho más clara.

    Un saludo

    ResponderEliminar
  2. Estimado/a Asier: En primer lugar, quiero agradecerte muy sinceramente tu aportación. Tal es una de las fundamentales motivaciones de este blog: propiciar la intercomunicación y las mutuas aportaciones que unos a otros podamos darnos en el afán común de ilustrarnos y de curiosear, con espíritu de investigador, en los fundamentos de las historias culinarias. Igualmente, quiero disculparme por la tardanza en mi respuesta, que no tiene otro motivo que la necesaria prospección que he hecho –sé que lo entenderás- para contrastar, con amigos de más sapiencia latina que yo, la consistencia de ese planteamiento tuyo que invalida el término “callum” como posible raíz de nuestros castallanos “callos”, en su acepción gastronómica. Y, efectivamente, me dicen que, aunque sin que pueda aseverarse categóricamente (me han contado de Cicerón, de Tácito, y hasta de Suetonio, de diferentes posibles acepciones en distintas épocas de la evolución del latín), lo más probable es que el término “callum” haga referencia, como tú afirmas, a las durezas que le son propias a la piel castigada. Por cierto que, muy bueno y muy bien traído el ejemplo del banco “de crédito” y el de “sentarse”... aun cuando resulte hoy tan lamentablemente cierto el que haya que esperar largo tiempo “sentado” para conseguir un “crédito”.
    En fin, que entiendo yo que la cuestión etimológica de nuestros hispanos callos se nos sitúa ahora en un plano bastante difícil y duro de dilucidad. Porque, según me parece a mí, y tú mismo concedes en tu planteamiento de la teoría portuaria lusa, la posibilidad de enlace con ese muelle “cais” portugués se antoja bastante frágil y especulativa, cuando menos para establecer a partir de ella un fundamento histórico sólido. En esa misma línea de especulación cabría situar otra curiosa etimología posible, que uno de esos amigos consultados por mí me señala, y que él ha visto en otro lugar de internet:

    Callos: denominación proveniente del nombre callo dado en idioma gallego al estómago de ternera lactante y al líquido que desprende, por su uso como elementos cuajantes de la leche, en la elaboración tradicional del queso (el término equivalente en español es cuajo). Los trozos de ese estómago de bovino conservaron su nombre callos al ser cocinados para obtener un plato de gran popularidad."

    Creo, pues, que lo que más nos conviene, a tí y a mí, y a los amigos blogueros que quieran sumarse y participar de esta cuestión, es abrir la polémica a cuántos de ellos, con nuevas aportaciones de buen fundamento, puedan indagar en ella, y hacernos partícipes luego de sus investigaciones.
    Lo dicho: muy agradecido... y cordiales saludos.

    ResponderEliminar
  3. He leído todo el hilo y me resulta curioso que como prueba de que el argumento de Asier es erróneo se esgrime que "callo" en Galicia es el estómago. No creo que eso lo invalide, ya que habría que ver cómo llegó a Galicia esa palabra: si algo está claro es que los lazos entre Galicia y Portugal han sido siempre muy extensos, tanto a nivel de comunicaciones como de cultura e idioma, más todavía entre Galicia y el norte de Portugal (en el post se alude a Oporto como origen, el gran eje del norte del país). No me parece tan descabellada la teoría, ya que el origen de muchas palabras es a veces así (no me vienen en este momento ejemplos a la cabeza, pero los hay). El cómo se forma un idioma no es una ciencia rígida y exacta, sino que se forma por el uso de los que lo hablan, la gente que durante siglos ha ido adaptando y transformando las pronunciaciones y significados de otras palabras.

    Y bueno, ya me "callo", jeje.
    Saludos

    ResponderEliminar